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Bratislava: Europa aplaza las soluciones a su crisis

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Los cientos de millones de euros que se dedican cada año al cuidado de la imagen y la comunicación de la Unión Europea pueden irse directamente a las cloacas, minutos después de una cumbre como la celebrada en Bratislava.

Encerrados en un castillo o paseando en barco sobre el Danubio, siempre alejados de la prensa, los líderes de los 27 países que todavía quieren seguir perteneciendo a la UE cerraron una reunión que prometían decisiva, pero que se convirtió en una simple etapa hacia citas más consistentes en los próximos meses.

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Tras los debates, si alguien quiere saber cuál es la conclusión del encuentro debe optar por seguir la conferencia de prensa de su primer ministro o presidente allí destacado. ¿Por qué no hay una comunicación de la institución que dé cuenta de las conclusiones? Sencillamente porque las conclusiones pueden ser 27, una por país representado.

Las sutilezas de los comunicados finales dejan mucho margen a la interpretación que cada representante pueda hacer de cara a su audiencia nacional. Y cuando se habla de audiencia, entiéndase electorado.

En muchos casos, como el de los países inmersos en período electoral o con alguna crisis interna, los periodistas desplazados utilizarán la rueda de prensa de su líder para interrogarle sobre la política nacional, y no sobre lo tratado entre sus colegas europeos.

Así las cosas, la información encauzada de manera individual y partidista prevalece sobre las conclusiones de la cumbre. Y si en el caso de Bratislava el comunicado final no puede ser más pobre, es fácil entender por qué los ciudadanos europeos no solo oponen un cierto escepticismo sobre lo que se decide en esas reuniones, sino que desconectan de una comunicación donde la jerga tecnocrática y las sutilezas diplomáticas se imponen contra la claridad.

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Pero, claro, puede haber claridad cuando existe una política diáfana y transparente. Si lo que se escenificó en Bratislava fue más bien una pausa ante el desconcierto europeo, es comprensible que los 27 prefieran ocultar sus desavenencias y contar cada uno a su pueblo lo que le interesa.

Si hay alguien que puede sentirse conforme con la reunión de Bratislava, son los miembros del grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, República Checa y Polonia). En el castillo de la capital eslovaca se dio por enterrada la política de repartición de inmigrantes planeada en los momentos de euforia merkeliana.

La generosidad impuesta desde Berlín hace meses sin contar con la opinión de sus socios, sin los medios adecuados y sin contar con las consecuencias de todo ello en los electorados de cada país, se ha diluido en las aguas del Danubio.

Los 23 no solo han tenido en cuenta el rechazo del G4 de Visegrado. Otros Gobiernos europeos se percatan ahora del impacto que la avalancha de inmigrantes puede tener sobre sus eventuales votantes.

Los miembros del G4 al menos ya se opusieron claramente desde el inicio de la crisis migratoria. Eso les valió el ser considerados xenófobos, cuando no fascistas. Se les reprochó su falta de solidaridad cuando ellos mismos fueron ayudados por Bruselas después de la caída del Muro de Berlín.

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Hace poco más de un año nadie podía imaginar a la canciller alemana, Angela Merkel, manifestando que hay que poner fin a la entrada de inmigrantes ilegales. Tampoco al jefe de Estado francés, François Hollande, que, aunque más discreto en su aparente generosidad, llamaba a todos los Gobiernos europeos a aceptar el reparto de los aspirantes a refugiados.

En la pugna entre los supuestos motores de la UE (Berlín y París) y los Estados reticentes, el presidente húngaro, Viktor Orbán, decidió zanjar la cuestión en su país llamando a un referéndum sobre el asunto que sabe que ganará de antemano, pues una mayoría de magiares rechaza la llegada de inmigrantes.

Si se habla de urnas es preciso subrayar el maratón electoral que vivirá Europa en los próximos meses. En Alemania, Angela Merkel y su Unión Demócrata Cristiana (CDU en su acrónimo alemán) ya ha cosechado varias derrotas en comicios regionales. Pocas horas después de su visita a Eslovaquia, Merkel conocía un nuevo sopapo electoral, nada menos que en Berlín. La subida del partido Alternativa para Alemania (AfD), una formación anti-inmigración que recoge la adhesión de muchos antisistema, planea como una negra sombra sobre las elecciones generales de septiembre del año que viene. Es el punto negro en la gestión política de Merkel: la inmigración masiva y sus consecuencias. La canciller tiene un año para invertir la tendencia que muestran las elecciones en los lander.

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Hollande, con su peor índice de aceptación a un año de las presidenciales
El presidente francés no está en condiciones de tomar medidas en Europa que puedan repercutir en su patio particular. Hollande, además, a diferencia de su homóloga alemana, bate todos los récords de impopularidad en la historia de su país. El mandatario galo viviría un milagro si logra calificar a su partido para la segunda vuelta electoral de las presidenciales de mayo de 2017. Delante de los socialistas de Hollande, el centro-derecha y Marine Le Pen parecen claros favoritos para disputarse la final.

Merkel y Hollande fueron los únicos que aparecieron juntos en las conferencias de prensa finales de Bratislava. En ella desplegaron su arte para travestir un vacío en esperanza. Pero ya nadie les cree, salvo, quizá, los motores de búsqueda de las redes sociales, que reproducen sin matices lo que los comunicantes envían.

Merkel y Hollande insistieron en la necesidad de cooperar en el apartado de seguridad y defensa. Desempolvar la idea de una defensa europea independiente era aún forma de llenar el vacío conceptual de la reunión. Pero la labor de los propagandistas dio juego. Se reabrió el debate sobre la posibilidad de crear un ejército europeo. Algunos hablaban incluso de una 'OTAN europea'. Nada más lejos de la realidad. Hollande sabe por experiencia lo alejado que está ese sueño de la realidad. En su acción militar en Mali contra las fuerzas yihadistas, los aviones franceses necesitaron la información de la inteligencia norteamericana y, sobre todo, la ayuda de los aviones de la US Air Force para hacer repostar en vuelo a sus cazas.

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Hollande dejó claro que esa futura fuerza militar europea actuaría "en el marco de la OTAN" y en "colaboración con nuestros aliados norteamericanos". Todo depende de Washington. Por un lado, tanto Barack Obama como Donald Trump han expresado su interés en que los europeos paguen más por su propia defensa. Por otro lado, Estados Unidos no aceptaría perder la tutela militar sobre sus aliados. Además, muchos Gobiernos europeos confían más en Estados Unidos que en sus propios vecinos a la hora de pensar en su defensa. Por si fuera poco, la edificación de un ejército europeo supondría una aumento del presupuesto de defensa, algo que muchas capitales no estarían dispuestas a llevar a cabo.

La tradicional solidaridad entre los líderes europeos a la hora de comentar las cumbres saltó esta vez en pedazos gracias al jefe del Gobierno italiano, Matteo Renzi. Las más duras críticas al encuentro de los 27 y a los supuestos motores de la UE (Alemania y Francia) vinieron de su colega transalpino.

Renzi justificó su no comparecencia con Merkel y Hollande diciendo que "una conferencia de prensa donde no se dice nada no es el sueño de mi vida". Sobre sus homólogos alemán y francés, el florentino afirmó que "si Merkel y Hollande quieren pasar la tarde escribiendo documentos sin alma ni corazón, lo pueden hacer solos".

El enfado de Renzi, que por supuesto también hay que verlo desde el prisma del consumo interno, venía sustentado en el hecho de que en Bratislava no se habló ni de la estragia 'posbrexit', ni de medidas específicas para frenar la emigración, ni sobre un cambio en la política de austeridad presupuestaria auspiciada desde Berlín.

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Renzi no renunció a rozar un tono populista cuando opuso esa inacción de Bruselas con el hecho de gastar miles de millones de euros en la construcción de una nueva sede para el Consejo europeo, el órgano de gobierno de la UE.

En su andanada contra Alemania y Francia, el dirigente del centro-izquierda italiano denunció que París incumple las normas de Maastricht sobre la contención del gasto público, y Berlín las de excedente comercial.

Aunque Renzi se dirigía a su público, su diatriba podría representar también a los Gobiernos del sur de Europa, que han sufrido el rigor presupuestario decidido en Alemania.

El comunicado final de la reunión de Bratislava hablaba sobre la necesidad de comunicar con los ciudadanos y utilizar un lenguaje claro y honesto. Otra ocasión perdida.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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