Durante las visitas familiares a algunas no les permitían tener contacto físico con sus parientes, y otra monja escuchaba las conversaciones. "Existía una regla: o no hablar o hablar de Dios, siempre con la presencia de una religiosa para escucharlo todo. Pero no solamente oía; también hacía acotaciones e interrumpía los diálogos para hablar de las virtudes de la casa religiosa", dijo en contacto con Sputnik Daniel Enz, el periodista de Análisis que investigó durante casi dos años lo que ocurría en el interior del centro religioso.
Cuando el caso se hizo público, el arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puíggari, responsable del convento, dijo: "Tampoco lo usaban [el cilicio] todo el día, solo los viernes por un ratito", según cita el medio Infobae.
Este convento del terror "está rodeado de muros altos de más de cinco metros, con alambres de púa en el extremo superior, como si fuera una cárcel. La jornada arranca a las 5.30 de la madrugada. Cada monja tiene su habitación o celda, como le dicen. Allí no hay calefacción ni ventilación de techo. Como parte del martirio, durante las épocas de mucho frío les hacían usar sandalias sin medias o en el verano, ropa de lana", dijo Enz.
Todo esto sucedía en el convento de las Carmelitas Descalzas de Nogoyá, creado en 1991, a unos 100 kilómetros de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos. Debido al voto de silencio tomado por las 18 religiosas, nadie conocía lo que sucedía en su interior.
"Las cosas que allí pasaban eran propias de una película de terror, pero nadie hablaba. Nos lavaban el cerebro. Las torturas mentales y físicas eran moneda corriente", dijo a Análisis una exmonja de un poblado cercano. "Traté de aguantar, pero llegó un momento que fue insostenible. Había una mortificación corporal permanente. Ellas nunca te pegaban, pero te exigían que te hicieras daño corporal, en nombre de Dios, y que sufrieras como sufrió Jesús", agregó.
"Esta es la penosa realidad de las Carmelitas Descalzas de Nogoyá, donde el daño y la perversidad está instalada. Ya hubo demasiadas víctimas entre las que lograron salir del convento. Dos de ellas llegaron a cometer intentos de suicidio en los últimos años. El arzobispo Puíggari debería preocuparse realmente de revertir lo que sucede", concluyó el periodista.
Tras la investigación de Análisis, el fiscal federal Federico Uriburu actuó de oficio y realizó un allanamiento. A pesar de la evidencia, Puíggari se animó a preguntar en voz alta: "¿Es un problema para que intervenga la Justicia así? ¿Estamos en el paraíso terrenal donde no hay problemas para que ocupemos policías en un gran operativo?", según publicó Infobae.