Borges, el escritor de los escritores

© AP Photo / Eduardo Di BaiaJorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, escritor argentino
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, escritor argentino - Sputnik Mundo
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Un día como hoy, 14 de junio, hace 30 años, partió Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo hacia ese Paraíso que alguna vez imaginó como una especie de Biblioteca. Partió sin poder disfrutar este laberíntico universo 2.0 pletórico de textos que remiten a otros textos que prefiguró literariamente en "La Biblioteca de Babel".

Hablar de Jorge Luis Borges es hablar de un autor que participa de una extraña dualidad: si el jazz, dicen, es música para músicos, Borges es sin duda el escritor de los escritores.

Ello habla de su magisterio literario, magisterio que en singular paradoja lo convierte en el autor menos recomendable para quienes se inician en el oficio de las letras. Su influjo es tan grande que después de leerlo es difícil despojarse de su adjetivación precisa, de su sintaxis inexpugnable, virtudes que llevan a creer que no existe otra forma de usar el español con fines literarios. De ahí que no se le conozcan epígonos, aunque su influencia en numerosos autores del siglo XX sea incuestionable. Umberto Eco, uno de ellos, lo convirtió incluso en un personaje medular de "El nombre de la rosa": el monje bibliotecario ciego Jorge de Burgos. "Biblioteca más ciego sólo puede dar Borges, también porque las deudas se pagan" habría de reconocer Eco en las "Apostillas" a su primera novela.

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Como a muchos de sus personajes, marcados por destinos inexorables, el de Borges lo llevó sin regreso al ejercicio de la literatura y a residir en un mundo marcado por la letra impresa. Nacido el 24 de agosto de 1899, en el número 840 de la calle Tucumán, en Buenos Aires, de su abuela inglesa heredó la pasión por la lengua de Shakespeare y los clásicos que la ennoblecen, de su padre la afición por la lectura y la vocación de escritor. Desde niño escribió poesía e hizo de las bibliotecas un refugio del que jamás escapó. "Si tuviera que señalar el hecho capital de mi vida, diría la biblioteca de mi padre. En realidad, creo no haber salido nunca de esa biblioteca", confesó alguna vez quien llegara ser hacia 1955 director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

Desde ese refugio tenaz, desde esa proclividad por la intrascendencia y el olvido —"[…] mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita" ("La Biblioteca de Babel")—, Borges logró el milagro de convertirse en el referente de la literatura de todo una región, el favorito de una legión de lectores cautivados por una prosa donde la erudición no estaba exenta de ironía, una prosa que se multiplicó en espejos y geografías, en teologías y laberintos y que pasó "de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito" ("El hacedor").

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A pesar de sus ficciones perfectas, de sus ensayos luminosos, de sus aventuras líricas, la grandeza de Borges radica también en su oralidad, de la que hizo un arte que participa de los mismos vuelos imaginativos que su escritura. Como él mismo dijera: "Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos" (Prólogo a "Ficciones"). Si el suyo no hubiera sido un destino tan impuesto por el rigor de sus circunstancias, sin dudas habría elegido ser como Sócrates o Pitágoras, maestros que no dejaron palabra escrita alguna pero nos heredaron un pensamiento que pervivió a través de los siglos en la razón de sus seguidores.

Para algunos críticos, Borges fue el escritor más importante del pasado siglo a pesar del Nobel de Literatura que nunca ganó. Más allá de una conclusión que sin dudas ruborizaría a quien adelantó que "la meta es el olvido, yo he llegado antes" ("El oro de los tigres"), lo que nadie podrá negar es su condición de "clásico", porque —para decirlo a su modo— es un autor al que "las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad" ("Sobre los clásicos").

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