María Vladímirovna y su hijo, el príncipe heredero Georgui Mijáilovich Románov, están actualmente de visita oficial a Crimea por cuatro días.
Durante la última visita de los Románov en 2013 con motivo del 400 aniversario de la dinastía, recibieron en el Palacio de Livadia a unos 40 representantes de la nobleza europea y de las familias reales que, según la Duquesa, "experimentaron un auténtico placer al ver Crimea". Expresó la esperanza de que dichas familias aristocráticas "vuelvan a venir".
El Palacio de Livadia, a tres kilómetros de la ciudad balneario de Yalta, fue uno de los sitios de retiro de verano del último zar, Nicolás II. "Hay lugares en Rusia en donde al emperador lo recuerdan aún con afecto", señaló Románova con satisfacción.
A su regreso a Europa, prometió contar a todo el mundo de la paz y la tranquilidad que reinan en Crimea, y de que se puede viajar a la península sin temer que "caigan bombas del cielo".
Reiteró, además, que, pese a las sanciones de Occidente, se siente "en su casa" en el territorio de la península, el cual en 2014 se reintegró con Rusia.
Confesó que quisiera tener una residencia en Crimea: "Sería estupendo tener aquí un lugar para descansar", agregando que la península es un lugar muy propicio para instalar una residencia para la familia real, pues tiene una naturaleza única y unos paisajes muy bellos.
María Vladímirovna Románova es la única descendiente de Vladímir Románov, el jefe de la Casa Imperial rusa en el exilio. Tras la muerte de su padre en 1992, se autoproclamó Emperatriz y Autócrata de Todas las Rusias. A lo largo de su vida ha residido en España, pero también cuenta con la ciudadanía rusa.