Hollywood, que siempre ha sabido marcar tendencia, no pudo sustraerse al encanto de La Habana, hasta hace muy poco prohibido, y en medio de un aparataje nunca visto acá, se ha rodado la octava parte de la saga "Rápido y furioso". En estos días, ha sido usual tropezarse con camiones con la leyenda "Hollywood trucks" en cualquier calle (de paso cerrada); ver helicópteros de película del sábado por la noche sobrevolando la ciudad y hasta descubrir que las megaestrellas son de carne y hueso y se pueden pasear por Centro Habana.
Welcome to Cuba — #F8 is now in production!https://t.co/0aneIVMhJm
— Fast & Furious (@FastFurious) 28 de abril de 2016
La primera superproducción que se filma en la isla es apenas un episodio más de una serie mayor, que parece haber puesto a Cuba en el mapa de eventos y famosos de todo el mundo, y desde Los Rolling Stones a Paris Hilton, la novedad hace que todos se apresuren a comprar su boleto a La Habana.
Esta vez le tocó a la afamada casa parisina llegar a la capital cubana, en la primera ocasión, no solo para Cuba, sino para la propia firma de modas que nunca antes se había desplazado con un desfile a Latinoamérica.
Karl Lagerfield arribó con su troupe chic de bellas y delgadísimas modelos, contrastando con las cubanas por las curvas y algo más. Porque si bien Chanel pasó por Cuba, no se puede decir que Cuba pasara por Chanel.
Solo unos pocos "elegidos" pudieron acceder a la zona del desfile, a pesar de que fue en el democrático y reluciente como nunca Paseo del Prado. Además de los suertudos vecinos de los balcones aledaños, allí estuvieron artistas de renombre, con merecidas invitaciones, algunas llegadas directamente desde París. Y también algunos "personajes ilustres" sin vínculo con el mundo de la moda o el espectáculo, pero que se han convertido en la "crema y nata" de una sociedad donde unos somos ya menos iguales que otros.
Los diseños exhibidos, por otra parte, están a años luz de las cubanas, que no aspiran a la alta costura sino que llevan décadas inventando para vestirse. Está claro que en ningún lugar las pasarelas se trasladan directamente al ropero de la gente común, pero aquí se agudiza esa situación.
Tras la desaparición de aquella libreta de cupones con la que si comprabas bragas no te tocaban ajustadores, para millones quedó como única alternativa la ropa "reciclada", un eufemismo para decir usada —en la que hay que bucear horas para encontrar algo decente— llegada desde quien sabe de qué rincón del planeta para venderse en moneda nacional.
En los escaparates de las tiendas de divisa, el más sencillo de los modelitos de mala factura, bajo coste y precios de boutique, excede el salario medio mensual de cualquier obrera o profesional.
Solo queda la opción del mercado underground, donde aparecen algunos destellos de vestuario aceptable en una marea de pésimo gusto y peor calidad, con precios que triplican al menos los de sus países de origen, sobre todo tras el endurecimiento de las leyes aduanales.
No es culpa de Chanel esta situación, y hasta se agradecería el intento, si al menos pudiera ser una pequeña ventanita al glamour y el buen gusto entre tanta licra y copias malas de pulóveres Playboy de brillitos. Pero ni eso nos quedó de la pasarela.
No resolvemos nada con convertirnos en un gigantesco y falso escenario si no encontramos aquí dentro —rápidos y furiosos— soluciones para estos problemas, más allá del cine o la moda.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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