Juncker blandió la siempre terrible amenaza: "si el sí no vence, será una victoria para Rusia; si el sí no vence, tendremos un problema". Que el presidente de la Comisión hiciera propaganda a favor de una de las opciones que estaba en juego es chocante. Imaginemos que algún dirigente político dentro o fuera de la UE se hubiera manifestado por el no. Hubiera sido acusado de injerencia en los asuntos internos de otro país.
Enseguida, algunos encontraron una justificación: "el referéndum no tenía nada que ver con Ucrania". Los holandeses, según esta teoría, simplemente querían abofetear a Bruselas, a su gobierno, al "establishment", pero nunca a Ucrania.
"Evitar una victoria del Kremlin"
Curiosa explicación cuando desde antes de conocer los resultados, se insistía en la necesidad de acercar más a Ucrania a Europa y en "evitar una victoria del Kremlin". El propio Diederik Samson, líder de los laboristas (socialdemócratas) que gobiernan Holanda con los liberales del primer ministro, Mark Rutter, declaró sin ambages que si el sí no se imponía, Rusia sería la beneficiada y " ya sabríamos quién brindará con champán".
Pretender que un referéndum sobre Ucrania no tuviera nada que ver con Ucrania es tomar por imbéciles a los holandeses, después de haberles estresado sobre la necesidad de no conceder una victoria a Moscú. Y a esas presiones de Juncker y de ciertos miembros del gobierno de La Haya, se unieron gobernantes de Polonia, Lituania, entre otros.
El Departamento de Estado norteamericano añadió algo más de picante. Después de manifestar que ni Estados Unidos ni Rusia decidían sobre el asunto, concluían que "el no afectará a la integración de Ucrania en la Unión Europea". ¿A qué integración se refiere el portavoz de las relaciones exteriores de Washington?
Sabido es que los principales países de Europa rechazan la integración total de Ucrania como un socio más de los 28. Los gobernantes de esos países, además de los de muchos otros que prefieren no manifestarse de momento, saben que los ciudadanos europeos no están dispuestos a aceptar la entrada de nuevos miembros en la UE. El Departamento de Estado norteamericano cuenta, o contaba, con ello, sin embargo.
Según un sondeo publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Polonia, un 59 por ciento de los que votaron en contra del acuerdo justificaron su negativa arguyendo que Ucrania es un país corrupto. Un 34 por ciento explicó que teme que Ucrania se convierta en un nuevo miembro de la UE.
El referéndum, idea de un portal satírico de información GessStijl ("sin estilo") además de otros grupos euroescépticos, y apoyados por el intelectual holandés de moda, Thierry Baudet, logró concitar el apoyo de los eurófobos, soberanistas, extrema izquierda (socialistas) y los populistas del Partido de la Libertad, de Geert Wilders, más conocido por su lucha contra los inmigrantes y la islamización de los Países Bajos y Europa.
Brexit y Nexit
Para Wilders, el resultado del referéndum holandés marca "el inicio del fin de la UE". La afirmación parece exagerada, pero la derrota en las urnas de la propuesta de acuerdo con Ucrania es un nuevo fracaso de Bruselas, que se produce en un momento delicado, en plena crisis de los refugiados y a menos de tres meses de la consulta británica sobre su salida de la Unión Europea, el famoso "Brexit". GessStijl ha anunciado ya que iniciará la campaña para el "Nexit" (por Nederland), tras el resultado en Gran Bretaña.
La consulta no era vinculante en Holanda, pero el jefe de Gobierno, el liberal Mark Rutter, ya ha adelantado que no pueden obviar la opinión de los votantes. Será difícil también que el Tratado de Asociación con Ucrania se apruebe en el Parlamento con ligeras modificaciones, como sugieren ya otras voces, tomando el ejemplo francés. A poco más de un año de las elecciones legislativas en Holanda, una maniobra de este tipo podría costar muy caro a los liberales y a los socialdemócratas, que gobiernan ahora en coalición.
El llamado populismo, de izquierdas o de derechas, el soberanismo, la nostalgia del "Estado-nación", el rechazo a las estructuras supranacionales se extienden por el continente europeo. La UE, — en teoría — la primera potencia económica mundial, empieza a perder el cemento que sostiene sus bases. Su fuerza política es cada día más débil. Sus ciudadanos se sienten alejados de las decisiones políticas que toman sus gobernantes, elegidos con programas y promesas que no se cumplen o que se pervierten.
Esos mismos dirigentes que hablan de la necesidad de reforzar el sentimiento europeo se refugian dentro de sus nuevas fronteras ante el temor de perder el poder local. Algunos alertan sobre la oportunidad que esa debilidad otorga a las presiones estadounidenses. Otros insisten en la influencia poderosa que la "propaganda rusa" tiene en la crisis de la UE. Es comprensible que Juncker esté triste.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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