Francia: Hollande se amputa la izquierda

© REUTERS / Stephane de SakutinFrançois Hollande, presidente de Francia
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A menos de 14 meses para las elecciones presidenciales, el jefe del Estado francés, François Hollande, maniobra para eliminar a todo candidato a su izquierda susceptible de restarle votos y ser eliminado en una primera vuelta que le enfrentará a Marine Le Pen y al representante del conservador "Los Republicanos".

El presidente francés ha hecho cambios en su equipo de gobierno para afrontar la recta final para intentar la renovación de su mandato por otros cinco años. Los ciudadanos que todavía creen ingenuamente en la política como una tarea donde los especialistas deben ocupar los puestos adaptados a su experiencia, han recibido en Francia una lección de esa politiquería que alimenta es descrédito de los políticos y el aumento de las opciones populistas.

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Hollande no ha elegido personas experimentadas para renovar su gabinete; ha confeccionado un puzle pergeñado para eliminar a algunos de sus rivales de izquierda y contentar a los rebeldes de su partido, el Partido Socialista.

La entrada de tres ministros de la formación Europa-Ecología-Los Verdes (EELV), disidentes de la línea oficial- izquierdista- de los ecologistas es un golpe estratégico a la aspirante a candidato presidencial de este partido, Cecile Duflot. Exministra de Vivienda en un anterior gobierno de Hollande, Duflot abandonó el barco en protesta de la línea "liberal " por la que, según ella, había optado el dúo formado por el presidente y su primer ministro, Manuel Valls.

La nueva ministra de la Vivienda es, ni más ni menos, la hasta ahora líder de EELV, Emmanuelle Cosse. Con los otros dos disidentes verdes aupados al gobierno, la opción de una ecología antiliberal, proemigración y antiausteridad tendrá muy difícil prepararse para obtener un resultado digno en la primera vuelta de las presidenciales de 2017.

Hollande ha recibido más tarde otra alegría en su carrera hacia la anulación de cualquier opción a su izquierda. Jean Luc Melenchon, líder del Partido de Izquierda (Parti de Gauche), ha decidido presentarse a las presidenciales, solo, sin la coalición que mantenía con el Partido Comunista y otras pequeñas fuerzas en el Front de Gauche (Frente de Izquierda).

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Para completar la tarea, Hollande ha conseguido también acallar las voces de sus disidentes dentro del Partido Socialista, que ven impotentes cómo Hollande y Valls giran el volante hacia los terrenos ideológicos siempre defendidos por la derecha. Los rebeldes no han sido silenciados con amenazas. No hacía falta. Tratan simplemente de mantener sus escaños y, por lo tanto, sus sueldos y privilegios como diputados. El nombramiento de Jean-Marc Ayrault como nuevo jefe de la diplomacia es también una jugada para calmar a la izquierda del PSF, que ve en el antiguo Primer ministro un personaje que puede hacer frente al sector "social-liberal" encarnado por Manuel Valls y el ministro de Economía, Emmanuel Macron.

François Hollande, recordemos, anunció en su campaña para las presidenciales de 2012 que su principal enemigo era el mundo de las finanzas. Muchos votantes de izquierda, tras el mandato de Nicolás Sarkozy, creyeron al representante socialista y le reprochan ahora su bandazo político.

El PSF, que nunca hizo su "Bad Godesberg", como sus primos alemanes, su trasformación a la socialdemocracia y su abandono del marxismo, experimenta con Hollande y Valls una reforma ideológica sobre la marcha. Francia pensaba poder seguir viviendo con la despreocupación de los llamados " treinta (años) gloriosos ", las décadas que siguieron a la post-guerra y que supusieron el despegue industrial, agrícola y, en definitiva, económico del país.

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Nada peor que vendarse los ojos a los cambios internacionales y a una globalización que dejó al ejemplo francés de protección social en déficit permanente y sin una reacción a tiempo de sus políticos para adaptarse a la nueva realidad.

Hollande y Valls han adoptado medidas que hasta hace bien poco podrían firmar sus adversarios de la derecha e, incluso, de la extrema derecha. En el apartado económico, el gobierno culmina un proceso que, según sus adversarios de izquierda, desmontará precisamente ese paraíso social del que Francia se ufanaba antes de enfrentarse al declive industrial, a la inadaptación de su agricultura, al aumento imparable de sus desempleados.

La vida de esos ciudadanos sin empleo, unos cinco millones y medio de personas, de las cuales más de la mitad reciben una indemnización (el resto tiene pequeños trabajos retribuidos o reciben ayudas para la formación), va a ser más difícil a partir de ahora. EL período cubierto por el seguro de desempleo se reducirá; las sumas percibidas sufrirán también recortes; los controles para evitar el fraude se reforzarán. Hay que tener en cuenta que el sistema de seguro de desempleo en Francia es uno de los más generosos en Europa. Un trabajador de más de 50 años, por ejemplo, podrá cobrar la indemnización durante tres años, a razón de un 80 por ciento de su último salario.

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Una de las medidas emblemáticas de la izquierda francesa, la semana laboral de 35 horas, va a sufrir también una transformación que la flexibilizará. Las empresas podrán aplicarla o no según acuerdo con los trabajadores.

Los empresarios, a quienes Hollande y Valls están facilitando su trabajo eliminando burocracia y resistencias que hacían difícil la contratación de nuevos asalariados, también serán exigidos para que abandonen los contratos temporales y vuelvan a los indefinidos.

Estas medidas, ya aplicadas por las socialdemocracias del norte de Europa, Alemania e incluso España en la época socialista, son más difíciles de aceptar en un país en el que izquierda y derecha no han querido acometer reformas que les hicieran restar votos. Una ceguera que pagarán los jóvenes durante décadas.

Y el problema en Francia es que si esas medidas se hubieron tomado de forma gradual y con atención a la protección social, no serían ahora tan dolorosas.

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Al aspecto económico, hay que añadir el de la seguridad. Tras los atentados de enero de 2015 y, especialmente los del 13 de noviembre en París, el gobierno ha reforzado el papel de la policía y servicios de inteligencia interior, desmontando garantías que antes se consideraban intocables. El estado de excepción será incluido en la Constitución y se discute la aprobación de la retirada de nacionalidad para los binacionales acusados de terrorismo.

El tabú de la seguridad era otro de los asuntos pendientes de una izquierda considerada por sus enemigos políticos como blanda, tolerante y laxa con los delincuentes y con el terrorismo. En la reciente crisis de gobierno provocado por Hollande, la Ministra de Justicia que centraba los ataques de la derecha, Christiane Taubira, representante del ala más a la izquierda del gabinete, decidió partir antes de adaptarse a la nueva política de seguridad.

Así las cosas, la izquierda de la izquierda, la izquierda intelectual y la mediática ha intentado una última jugada para eliminar a François Hollande como candidato de su familia a las presidenciales: la celebración de unas elecciones primarias abiertas a todos. Por supuesto, Hollande ignora la propuesta y la línea oficial del PSF también.

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La apuesta de Hollande parece arriesgada. Tiene 14 meses para levantar un apoyo popular que ahora no llega al 25 por ciento y, especialmente, para frenar la curva ascendente del desempleo, que supera el 10 por ciento. Eliminando rivales a su izquierda pretende que el voto de esa parte del electorado le conceda su apoyo en la vital primera vuelta, en la que podría ser eliminado si Marine Le Pen, como se da por seguro, es la primera, y el representante de Los Republicanos, Nicolás Sarkozy o Alain Juppé, segundo.

Los ciudadanos más afectados por la crisis, parados, jóvenes, obreros, pequeños comerciantes y empleados pauperizados pueden volver a ratificar lo que ha venido sucediendo en los últimos meses, su apoyo al FN en las urnas. Hollande sabe que si Marine Le Pen es fuerte, sus rivales del centro-derecha serán más débiles. Apuesta por una primera vuelta en la que Los Republicanos sean eliminados, y enfrentarse en la " final " a Marine Le Pen, confiando en que la izquierda y la derecha moderada le reelija presidente, por oposición al Frente Nacional.

Muchos ciudadanos/votantes en Europa empiezan a estar hastiados de que la política se haya convertido en un esfuerzo de maniobras electoralistas sin fin, mientras sufre las consecuencias de la inacción o de la falta de coraje de unos líderes que, desde el día después de unos comicios, están obsesionados con las elecciones siguientes. El populismo avanza, mientras tanto, y solo es frenado gracias a sistemas electorales confeccionados, precisamente, para mantenerlo a raya.

 


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