En Ciudad Juárez –fronteriza con El Paso, Texas–, "como en otras zonas fronterizas, se concentran miles de migrantes de Centroamérica y otros países, sin olvidar tantos mexicanos que buscan pasar al otro lado, un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tráfico humano", dijo el jerarca de la Iglesia Católica, en una ciudad donde hay registro de más de 10.000 víctimas de la violencia en cinco años.
"Esta tragedia humana que representa la migración forzada –prosiguió– hoy en día es un fenómeno global, esta crisis, que se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias", dijo el primer papa latinoamericano, elegido en 2013.
Los migrantes "salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado, frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que atrapa y destruye siempre a los más pobres", exclamó el exarzobispo argentino de Buenos Aires formado por los jesuitas.
"No sólo sufren la pobreza sino que encima sufren estas formas de violencia. Injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ellos, carne de cañón, son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas y qué decir de tantas mujeres a quienes se les ha arrebatado injustamente la vida", dijo aludiendo a unos 3.000 feminicidios en la frontera.
Una misa binacional
La ceremonia que culmina una gira en la que cruzó el país desde la frontera sur a la norte, fue seguida en forma simultánea en un estadio de El Paso por otras 50.000 personas, en el lado de EEUU.
El Obispo de Roma rindió también homenaje al trabajo de las organizaciones de la sociedad civil a favor de los derechos de los migrantes "que se la juegan en el acompañamiento y en la defensa de la vida (…) arriesgando muchas veces la suya propia".
Francisco utilizó el relato del viaje del profeta Jonás a la corrompida ciudad de Nínive, para ayudar a su habitantes a comprender que estaban "generando muerte y destrucción, sufrimiento y opresión", acostumbrados "a la degradación, perdida la sensibilidad ante el dolor", a despertar "a un pueblo ebrio de sí mismo".
Aquella ciudad, dijo el Papa en su metáfora, fue capaz de "llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión, son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación y ablandar el corazón".
El Papa interpretó que "aquello que nos deletrea y nos marca el camino es la presencia misteriosa pero real de Dios en la carne concreta de todas las personas, especialmente de las más pobres y necesitadas de México".
"La noche – les dijo para cerrar su mensaje– nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en este pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza, muchos hombres y mujeres, que hacen posible que esta sociedad mexicana no se quede a oscuras, son profetas del mañana, son signo de un nuevo amanecer", terminó.