Eisenstein y Greenaway en Guanajuato

© AFP 2023 / Loic VenancePeter Greenaway
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A una edad en la que muchos creadores le apuestan a vivir del aura de su nombre, el realizador galés Peter Greenaway parece abrumarle más la eventual muerte del cine que la umbrosa certidumbre de sus 73 años.

Al menos así lo evidenció el pasado jueves 21 de enero durante la presentación de “Eisenstein en Guanajuato” en la ciudad a la que alude el título. Tras la proyección del filme, en plática con los asistentes, Greenaway no sólo clamó por nuevos derroteros para el arte de sus amores, sino que adelantó su incursión en un par de proyectos cinematográficos con los que quiere completar su trilogía sobre el autor de “El acorazado Potemkin”: las estadías de Eisenstein en Suiza y en los Estados Unidos de América, respectivamente.

En el país europeo, se sabe, Eisenstein participó en el I Congreso de Cineastas Independientes que tuvo lugar en el Castillo de La Sarraz hacia 1929, evento en el que además rodó una película satírica (hoy perdida) con un tema caro a Greenaway: el cine como arte o sólo como entretenimiento, disyuntiva que entonces se dirimía entre el cine de vanguardia y el cine comercial cuando el cine mudo languidecía ante la irrupción del cine sonoro. Su paso por Hollywood, donde no pudo filmar ninguno de sus proyectos con la Paramount —un guion original sobre la fiebre del oro y una versión de la novela “Una tragedia americana”—, fue la antesala de su visita a tierras aztecas a donde llegó en diciembre de 1930 con la intención de filmar “¡Qué viva México!”, un documental sobre la cultura del país patrocinado por el novelista norteamericano Upton Sinclair. La experiencia mexicana marcaría para siempre al director nacido en Riga en 1898 (entonces territorio del Imperio ruso, hoy parte de Letonia) tanto en el orden personal como en el plano artístico, premisas de las que se valdría Peter Greenaway para estructurar su más reciente filme.

Con “Eisenstein en Guanajuato”, Greenaway le rinde homenaje íntimo a un cineasta cuya filmografía definió como pocas el lenguaje del séptimo arte y, en lo individual, le fijó el rumbo en su carrera como realizador. No lo hace, era de esperar, a través de un “biopic” a la usanza de Hollywood. Fiel a su personal estilo, parte de una situación en apariencia simple –lo sucedido durante los 10 días en que Eisenstein y el genealogista jalisciense Jorge Palomino Cañedo visitaron la ciudad de Guanajuato la cual se recrea a través de una propuesta estética ajena por completo a la narrativa convencional del cine, esa que se vertebra en torno a un texto donde señorea la estructura dramática aristotélica de planteamiento, desarrollo y desenlace. Para Greenaway –como no se cansa de repetirlo, como no se cansa de proponer en sus películas– el cine contemporáneo sigue en deuda con la imagen y su autonomía expresiva, incluso en estos tiempos, dice, en que la pantalla de la sala oscura se ha replicado en las televisiones planas, las tablets y los smartphones. De ahí su “leitmotiv profético”: "El cine se está muriendo”.

© Sputnik / Walter EgoEstreno de la película “Eisenstein en Guanajuato”
Estreno de la película “Eisenstein en Guanajuato” - Sputnik Mundo
Estreno de la película “Eisenstein en Guanajuato”

La muy personal visión de Greenaway sobre los días mexicanos de Serguei Eisenstein, puede resultar, sin dudas, sujeto de controversia, pero nadie podrá negarle al galés su vocación por la transgresión allí donde otros hubieran apostado por la mesura de lo trillado. Cabe apuntar, sin embargo, que lo controversial tan sólo asoma si se reduce a biografía lo que Greenaway considera epifanía, si no se entiende que para él importa más la esencialidad del hecho dramático que sustenta el filme que su decurso narrativo.

Aunque es un hecho que Eisenstein jamás visitó Guanajuato, su amistad con Palomino Cañedo está bien documentada. Se sabe que el mexicano conservó por muchos años un par de dibujos homoeróticos que el realizador le hizo llegar cuando todavía se hallaba envuelto en la filmación de “¡Qué viva México!”; sin embargo, la relación sexual entre ellos que refiere el filme apenas si daría para el cotilleo bio-cinematográfico de no haber estado acompañada por el deslumbramiento de Eisenstein ante los fulgores surreales de la cultura mexicana, esos mismos que unos pocos años después encandilarían a otro grande de la cultura del pasado siglo: el líder del surrealismo André Bretón. El comentario no es gratuito, pues si bien el cine de Greenaway ha devenido refractario a las etiquetas, la visión que prevalece en “Eisenstein en Guanajuato” no dista mucho de esa convergencia disímbola entre realidad e imaginación que el surrealismo hizo suya y donde la vida y la muerte, el “eros” y el “thanatos”, se concilian. En este sentido vale recordar que “Train”, la cinta abstracta que dirigió en 1966, no oculta su filiación con “Le ballet mécanique” (1924) del pintor vanguardista Fernand Léger, con quien Greenaway comparte una estética cinematográfica que puede resumirse en la frase atribuida al francés: “el error del cine es el guion”, entendido ello como la sumisión a estructuras formales provenientes de otras artes: dígase la literatura, dígase el teatro.

No llegará a grandes audiencias, no tendrá de su lado a la taquilla, pero el cine de Peter Greenaway –y “Eisenstein en Guanajuato” es otra valiosa prueba de ello– será siempre la insinuación de un posible camino a recorrer por los cineastas que hagan suyos los dilemas creativos del letón y del galés. Mientras ello ocurra, el cine contemporáneo tendrá opciones de ser algo más que una revisitada “atracción de barraca de feria” y los ahogos por su muerte una oportunidad inmejorable para insuflarle de vida.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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