Al menos 25000 personas perdieron la vida en la peor tragedia natural de la historia de Colombia, cuando la erupción del volcán Nevado del Ruiz sepultó el pueblo, situado a 100 kilómetros de Bogotá.
La próspera población de 50000 habitantes, conocida como “la ciudad blanca” por los cultivos de algodón, estaba a 50 kilómetros del Nevado del Ruiz. Meses antes, los científicos habían advertido al presidente Belisario Betancur de la necesidad de evacuar el pueblo, pero lo desechó por considerar que era “alarmista”.
En la mañana del 13 de noviembre, una nube de cenizas fue una clara advertencia de lo que se veía venir. Pero nadie dio aviso. El alcalde jugaba billar y no pudo contestar las llamadas, ya muy tardías.
Había pasado solo una semana de la tragedia del Palacio de Justicia, el 6 de noviembre, cuando el M19 ocupó el palacio y el ejército entró a sangre y fuego causando la muerte de cien personas. Sin reponerse, el país debió hacer frente a la mayor catástrofe de su historia.
Juan Antonio agarró a su papá, pero el lodo empezó a subir, hasta que sintió que se quedó con el brazo de su padre en la mano. Una fuerza lo expulsó por el techo y rodó calles abajo, todo negro, solo las luces de los autos que salían del barro, las explosiones en las estaciones de servicio, los gritos de los niños, los estallidos de las casas, los autos aplastados, hasta que algo lo paró. Al día siguiente, alguien lo rescató, pero de su casa y su familia no quedó nada.
Uno de los dramas más grandes que dejó la tragedia fueron los 263 "niños de Armero", que sobrevivieron, pero de cuyo paradero no se sabe nada, porque fueron repartidos sin que nadie llevara ningún registro. Uno de ellos, Andrés Felipe Cubides, estaba con sus abuelos mientras su madre, Claudia Ramírez Villamizar, hoy de 52 años, estudiaba en Bogotá. Al escuchar las noticias, Claudia corrió para Armero pero no pudo llegar.
En 2010, viendo un programa de televisión sobre desastres naturales, apareció Armero y vio a un niño rescatado de la mano de un socorrista. Era su hijo. Pero Claudia no lo ha encontrado.
El genetista Emilio Yunis armó un banco de datos genéticos con muestras de ADN de padres de Armero, gracias al cual apareció uno de los niños. Otros dos aparecieron gracias a las redes sociales.
La tumba de Omaira es hoy un pequeño santuario donde recibe ofrendas, como si fuera una santa.