El miedo atenaza a Jerusalén

© REUTERS / Mohamad TorokmanA Palestinian protester burns a replica Israeli flag
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Jerusalén es una ciudad con miedo. Miedo en sus dos partes, la este y la oeste, la palestina y la israelí. Desde que aumentó la violencia a partir del 1 de octubre en Palestina e Israel, muchos jerosolimitanos han cambiado rutinas y frecuentan menos los lugares públicos.

El tranvía, que recorre la ciudad desde el oeste hasta la colonia judía de Pisgat Zeev, en el este –la parte palestina ocupada por Israel desde 1967–, iba abarrotado hasta hace tres semanas, cuando los primeros ataques por apuñalamiento empezaron a asustar a los usuarios.

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La policía empieza a implementar las medidas del Gobierno en Jerusalén
Pero lo que vació sus vagones fue el ataque que dos palestinos cometieron contra un autobús en la colonia de Armon HaNatziv. Mataron a dos personas e hirieron a diez más.

Unas horas después del ataque también se habían vaciado los autobuses, que no han vuelto a recuperar a sus pasajeros habituales.

"Acompañaba a los niños al colegio siempre en autobús para no tener que caminar. Ahora los llevo a pie. Nos levantamos media hora antes", comenta a Sputnik Nóvosti Esther, una israelí de 35 años madre de tres niños en edad escolar. Vive en el barrio jerosolimitano de Talpiot y lleva a los niños a una escuela de German Colony. Al ritmo de los niños, el viaje a pie dura media hora.

En cambio, Sima, una israelí ultraortodoxa, sigue viajando en transporte público. "Cojo el autobús cada día pero no es porque no tenga miedo, es porque no me queda más remedio", explica Sima, madre de ocho hijos. El mayor tiene 23 años y el pequeño, 5. "Están un poco asustados", indica.

La familia de Sima no tiene muchos recursos económicos y para desplazarse desde las afueras de la ciudad, donde viven, al centro, necesitan subirse a un autobús. El taxi es demasiado caro y no tienen coche.

Sima va a rezar al Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado para los judíos, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, cuatro veces por semana. Estos días está mucho menos lleno que de costumbre y la mayoría de los que lo visitan son turistas, no israelíes.

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La Ciudad Vieja, siempre abarrotada y bulliciosa, permite ahora que uno circule por sus calles a paso ligero. "Hay muchos menos turistas y todos son extranjeros, los israelíes no vienen, tienen miedo", explica Tareq, un palestino que tiene una zapatería especializada en sandalias de cuero en el barrio Cristiano de la Ciudad Vieja y que lamenta que estos días a penas vende zapatos. "Esto es una ruina", asegura.

"Los palestinos también tenemos miedo. Tenemos la calle vallada, llena de policías. Hace unos días, unos agentes pararon a un chico que despacha en una tienda cercana, le pidieron la documentación cuando iba al parking a buscar su coche y le dijeron que se bajara los pantalones allí en medio de la calle. Él se negó y le empezaron a pegar", cuenta Tareq.

Del bolsillo de su pantalón saca un llavero con cinco llaves. Dos son enormes, de cerraduras de puertas antiguas. Son las de la puerta de acceso al recinto de su casa y a un cobertizo que usan como garaje. Las quita del llavero porque son plateadas y brillan y a unos metros podrían ser confundidas con un cuchillo.

"Los policías disparan por nada, tienes que vigilar si llevas las manos en los bolsillos o si te suena el móvil cerca de un grupo de policías y lo llevas en el pantalón, mejor no lo cojas, podrían acribillarte a tiros", advierte.

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En la Ciudad Vieja, la Policía de fronteras israelí da el alto a casi todos los jóvenes palestinos y les obliga a levantarse la camiseta y los bajos de los pantalones para ver si esconden algún arma. A su lado pasan colonos israelíes armados con pistolas y custodiados por guardias de seguridad. Ellos sí pueden ir armados.

En todos los barrios palestinos de Jerusalén hay controles. En algunos, como Yabel Mukaber, Issawiyah o Ras al Amud, se han instalado bloques de hormigón para sellar accesos y evitar que los coches salgan rápido. La Policía los para, hace bajar a sus pasajeros y abrir el maletero.

En medio de la calle, en el Monte de los Olivos, a unos pocos metros del hospital Augusta Victoria, hay un control policial con bloques de hormigón donde casi no paran a los vehículos pero sí registran a los peatones. Las mujeres no tienen que levantarse la camiseta, los hombres sí.

"¿Para qué cree usted que sirve este control? ¿Para vigilar? No, es para humillarnos. Nos hacen semidesnudarnos en medio de la calle, pero en cambio, no paran a los coches, que pueden llevar armas escondidas", protesta un palestino que es abogado.

"Nos da miedo salir a la calle, ya no vamos ni a comprar al centro comercial de la parte israelí porque me da miedo que nos oigan hablar en árabe y nos insulten o nos agredan", confiesa Shirin, una palestina del barrio de Beit Hanina que tiene dos hijos pequeños.

"Delante de casa, unos policías obligaron ayer a parar a cinco chicos del barrio. Los pusieron contra la pared de muy mala manera, les gritaron, los cachearon y les pidieron los papeles. Lo vimos todo desde la ventana. Preferimos no salir", asegura Shirin.

Entre los israelíes se ha detectado un aumento en la demanda de licencias de armas, de cursos de tiro y defensa personal y se ha disparado la compra de sprays de autodefensa.

También se han organizado patrullas de voluntarios para velar por la seguridad en los alrededores de escuelas o en algunos barrios en diversas localidades israelíes.

En Jerusalén, se desplegaron el domingo 300 soldados israelíes para reforzar la seguridad en los medios de transporte como el autobús y el tranvía y en las carreteras.

Lea más: Ejército israelí se despliega en Jerusalén para controlar la seguridad del transporte

Pero los lugares públicos afectados por el miedo a los ataques son más. La oficina central de Correos, en la calle Yafa, está prácticamente desierta estos días, y el volumen de clientes de cafés y restaurantes ha disminuido.

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