Un mito llamado el 'Chapo' Guzmán

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Аlgo debe andar mal en un país cuando la fuga de un criminal como el 'Chapo' Guzmán despierta entre la sociedad más bromas que preocupación, más “memes” que mimos hacia el gobierno que lograra su mediática detención en febrero del pasado año.

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Historia fabulosa de tradición oral que explica, por medio de la narración, las acciones de seres que encarnan de forma simbólica fuerzas de la naturaleza, aspectos de la condición humana […].

Más allá de la afrenta por la fuga de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo –sentimiento que comparte ahora con Vicente Fox, en cuyo sexenio tuvo lugar la primera de las fugas del capo sinaloense, y con Felipe Calderón, que no logró su recaptura a pesar de la torpe guerra que le declaró a los cárteles de la droga–; más allá del previsible cuestionamiento por parte de los Estados Unidos, que nuevamente deberá incluir al Chapo en su lista de criminales más buscados; más allá de los empeños inmediatos por la pronta captura del fugitivo, lo que debe preocupar a futuro al presidente Enrique Peña Nieto es la desconcertante evidencia de que en la guerra contra el narcotráfico el estado mexicano carece de un significativo respaldo social y que la mitificación de los capos de las drogas es un problema tan grande como el combate al negocio que los ha vuelto multimillonarios.

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En efecto: algo debe andar mal en el tejido social de en un país cuando la fuga de un criminal como el Chapo Guzmán despierta entre la sociedad más bromas que preocupación, más “memes” que mimos hacia el gobierno que lograra su mediática detención en febrero del pasado año. La reacción, se presume, habría sido muy distinta si el evadido fuera, por ejemplo, Daniel Arizmendi, “El Mochaorejas”, aquel secuestrador que mutilaba a sus víctimas para presionar a los familiares a pagar el rescate, el cual purga una condena de 393 años en el mismo penal de alta seguridad del que escapó “el Chapo”.

El 'Mochaorejas' es sin dudas un sicópata; el Chapo, en cambio, y a pesar de las muchas muertes que deben pesar sobre su conciencia, alguien a quien se percibe socialmente como un hombre que desafía con éxito a un sistema que lo sojuzga y no como el criminal que representa un peligro para esa misma sociedad que hoy se regocija al ver humillada a la autoridad que lo encarceló.

© REUTERS / PGR - Attorney General's OfficeJoaquín “el Chapo” Guzmán
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Joaquín “el Chapo” Guzmán

Según refiere el antropólogo Claude Lévi-Strauss en la conformación de un mito coinciden tres rasgos: una pregunta existencial, contrarios presuntamente irreconciliables y la reconciliación de estos para poner fin a la angustia que genera el dilema. En la figura de Joaquín Guzmán Loera –héroe o villano, empresario o delincuente– epítome de cómo enfrentar el problema del narcotráfico –despenalización de las drogas, penalización de los capos–, convergen esos atributos que dan origen a los mitos.

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A su mitificación contribuyó, y en no poca medida, la inclusión durante cuatro años (2009 a 2012) de su nombre en la lista de millonarios de la revista “Forbes”. Con una fortuna estimada en mil millones dólares, su inserción en tan selecto grupo le abonó más a la percepción de “hombre-que-se-hizo-a-sí-mismo” en un mundo competitivo que a la realidad criminal de su negocio, la cual se desdibujaba en medio de tanto multimillonario cuyas fortunas también han dejado tras sí la muerte (en tanto ruina) de personas físicas o morales a niveles no tan directos ni sangrientos como los del Chapo pero que comparten socialmente parejo cuestionamiento. La construcción social es la de un hombre que se volvió millonario a pesar de la oposición del sistema, no como otros mexicanos insertos en la lista, a los que se percibe como favorecidos por el sistema. Como decía una sección de la revista “Selecciones”: “si otros pueden por qué usted no”.

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Si bien el peligro que representan las drogas no se resuelve por el simple expediente de eliminar la penalización de su consumo –acaso funcione con la marihuana por su uso medicinal y hasta recreativo, pero el poder adictivo de otros estupefacientes, incluidos algunos diseñadas en laboratorios, representan un verdadero peligro a la salud del corpus social por la imprevisibilidad de sus efectos en el comportamiento humano–, parece evidente asimismo que no se puede combatir el narcotráfico mediante la violencia, que solo genera una nueva espiral de violencia que se replica en un crescendo absurdo. Menos aún esperar abatirlo sin demoler la arquitectura financiera que lo sostiene. La erigida por el Chapo Guzmán, esa misma que sedujo a los editores de “Forbes” y que jamás fue destruida, esa misma que lo mitifica, es lo que explica el poder de corrupción que lo ha sacado en dos ocasiones de cárceles de máxima seguridad sin violencia alguna y lo ha convertido en símbolo máximo no sólo de la ineficiencia del sistema penal y del de procuración de justicia en México, sino de lo que puede lograr un individuo cuando se traza un objetivo en la vida, por más cuestionable que sea.

De ahí tantos narcocorridos (tradición oral) que festejan su vida y la de otros capos de la droga en México; de ahí el verdadero peligro que representa su fuga, más allá del efecto inmediato en la reestructuración de los carteles, más allá incluso de su eventual recaptura. Porque un hombre puede ser confinado a una celda o muerto por una bala si nombre, pero los mitos, y las huellas que dejan, trascienden épocas y circunstancias.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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