Después de dos rescates desde 2010 que totalizan más de 240.000 millones de euros, la situación del Estado helénico se ha tornado simplemente insostenible. Mientras el país se sumía en la recesión, el préstamo que ha ido llegando desde la Unión Europea, el FMI y otros acreedores internacionales se ha ido gastando mayoritariamente en pagar los intereses de una deuda pública hipertrofiada.
No han funcionado las políticas de austeridad que defiende la troika —el Banco Central Europeo (BCE), la Comisión Europea y el FMI- y sobre todo la canciller alemana, Angela Merkel. Lo que han conseguido estas tres instituciones ha sido que Atenas no pueda financiarse en los mercados internacionales y que su liquidez sea muy limitada. Los ajustes impuestos han sido tan severos que han hundido el crecimiento económico y desbocado la tasa de desempleo.
También no es menos cierto que el Estado griego ha ido forjando durante años una serie de características autodestructivas que le han llevado a este callejón sin salida: gran infraestructura pública, clientelismo, fraude fiscal, pensiones excesivas, corrupción… El turismo y el sector naviero, principalmente, sirvieron para mantener la economía a flote hasta que Atenas decidió subirse al barco del euro, en el que entró en 2001.
Aunque ha tenido poco margen de maniobra porque sólo lleva seis meses en el Gobierno, al primer ministro griego, Alexis Tsipras, también le corresponde su parte alícuota de responsabilidad. Desbordado por el contexto, no ha sabido aliarse con sus socios del sur —Francia, Italia y España-, lo que ha limitado su capacidad negociadora y le ha aislado. Sus últimos giros desesperados de negociación han desconcertado al Eurogrupo y le han restado credibilidad. Tampoco ha ayudado mucho la actitud presuntuosa de su ministro de Finanzas, Yanis Varufakis.
Pero Grecia ha estado haciendo los deberes que le pusieron. Ha despedido a funcionarios, ha subido los impuestos, ha endurecido el sistema de desempleo y ha disminuido su gasto público en cinco puntos porcentuales, pasando del 54% del PIB en 2011 al 49% en 2014. Los datos del déficit presupuestario también son aleccionadores pues en esos mismos cuatro años se ha reducido del 10,2% al 3,5%. Sin embargo, por contra, el PIB se ha hundido un 14% en ese mismo periodo 2011-2014.
Además, el ejecutivo comunitario se ha venido plegando a los intereses egocéntricos de la banca privada europea, temerosa de ver sus depósitos expuestos a una hipotética suspensión de pagos y dispuesta a deshacerse de unos títulos que no quería poseer. Pero, ¿no se habían comprometido los bancos de Alemania en mayo de 2010 a mantener en su cartera los bonos de los países de la periferia? Víctimas de una sospechosa amnesia, la Comisión y el BCE se olvidaron de esa promesa y apoyaron la compra con descuento de deuda griega a los bancos alemanes y franceses. Los bonos pasaron, en buena medida, a las manos de los gobiernos europeos y de las instituciones públicas. Las entidades bancarias suspiraron aliviadas, pero los nuevos acreedores no se han comportado mejor que ellas.
Como subraya el economista jefe del banco estadounidense Citigroup, el profesor Willem Buiter —quien precisamente acuñó el término Grexit en 2012-, "la actitud de los acreedores (léase los gobiernos europeos y el FMI) es desastrosamente cortoplacista, tratan de extraer sangre de las piedras".
Los errores del Fondo Monetario Internacional han sido tan flagrantes que hasta sus propios directivos los han tenido que admitir. Su economista jefe, Olivier Blanchard, ya reconoció en 2012 que la dosis de austeridad fue excesiva y que se equivocaron en los pronósticos de recuperación económica de Grecia. Con mucha sutileza Blanchard dijo entonces que los esfuerzos de los países de la eurozona para contraer sus déficits mediante los recortes del gasto público y el aumento de impuestos estaban causando más daños de los esperados.
Y hace unos días, el entonces director gerente del Fondo, Dominique Strauss-Kahn, artífice del programa de 2010, destacó que él y su equipo cometieron un enorme error estratégico y que era necesario prorrogar los plazos (salir del cortoplacismo) y aprobar una quita significativa de la deuda pública griega.
Ya hay voces muy autorizadas en Europa y Estados Unidos, como la del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, que apoyan el no en el referéndum promovido por Tsipras y fijado para el 5 de julio. El jefe del Ejecutivo de izquierdas aboga por que sea el pueblo heleno quien finalmente decida si acepta o no unas nuevas condiciones draconianas. Si sobre los ciudadanos recae la soberanía nacional, parece lo más democrático que sean ellos, y no los políticos, los que tomen esta complicada y comprometedora decisión. En esta partida de póker, Tsipras insiste en mantenerse dentro del euro, rechaza el "chantaje" de las instituciones europeas, y busca continuar las negociaciones pero fortalecido tras el apoyo de las urnas.
La quita de la deuda soberana podría ir acompañada del restablecimiento del dracma. No es descabellado creer que esa opción ya esté sobre la mesa del propio BCE. Atenas podría entonces dinamizar rápidamente su mercado interno y estabilizar pagos, según opina Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y miembro del comité científico de ATTAC.
Es cierto que Grecia pasaría entonces por un verdadero calvario —suspensión de pagos o default, hiperinflación, dificultades de financiación, desabastecimiento de productos-, pero también es cierto que volvería a ser dueña de su propio destino. Podría acometer una fuerte devaluación de su moneda nacional —algo que hasta ahora no puede hacer pues se encuentra dentro del paraguas del euro- y encontrar así la senda de la recuperación económica en un plazo de dos o tres años.
Grecia, miembro de la OTAN, tendría que buscar otros mercados de financiación externos a la Unión Europea, como los de Rusia o China, con el fin de sellar nuevas alianzas comerciales, y eso tendría consecuencias geopolíticas insospechadas y posiblemente desagradables para Estados Unidos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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