El canto de "Las Alondras"

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El 22 de octubre de 2012, en Guadalajara, la niña Liseth Alondra Ornelas Sánchez, entonces de cuatro años, fue separada de sus padres por indicaciones de la Procuraduría General de Justicia de Jalisco.

"No todo lo que es lícito es honesto"

— Julius Paulus Prudentissimus

El 22 de octubre de 2012, en Guadalajara, la niña Liseth Alondra Ornelas Sánchez, entonces de cuatro años, fue separada de sus padres por indicaciones de la Procuraduría General de Justicia de Jalisco.

El 16 de abril de 2015, en Guanajuato, la joven Alondra Luna Núñez, de 14, corrió pareja suerte por la intervención de agentes de la INTERPOL.

Aunque la geografía y el tiempo distancian ambos hechos, los acerca el compartir un detalle en común: en uno y otro casos, la presunción de que las infantas habían sido robadas a sus verdaderos padres fue el detonante de una cadena de despropósitos que evidenciaron falencias y vasallajes del sistema judicial mexicano que el final feliz de las dos historias no alcanzó a ocultar.

Para la más pequeña de "las alondras", todo empezó el día en que una persona subió a Facebook una foto donde se veía a la niña vendiendo dulces en el cruce de unas calles de Guadalajara. Pero no fue ello lo que desató una polémica que devendría luego en un asunto judicial, sino lo que posteó el usuario que subió la imagen a la red:

"Hace varios días que tomé esta foto, esta niña se llama Alondra y la tienen vendiendo chicles y dulces en la esquina de Av. Vallara y Niño Obrero, justo afuera de la Cámara de Comercio. Lo extraño es que sus ‘papás' son morenos, tienen a varios niños en ese mismo crucero y ninguno se parece, ya me comuniqué al DIF y a la Procuraduría donde me dijeron que es necesaria una denuncia de los familiares para poder proceder, así que les pido que difundan esta foto para ver si alguien la reconoce, ya le trasquilaron su cabello y quién sabe qué otras cosas le hayan hecho o le puedan hacer, así que por favor DIFUNDAMOS ESTA FOTO".

El racismo soterrado y acaso involuntario del post desató un aluvión de comentarios y réplicas que dimensionaron una realidad tristemente cotidiana en México —la de niñas y niños que no asisten a la escuela y mendigan para ayudar a la economía familiar- hasta una escala de excepción. Tanto se difundió la imagen, tanto revuelo causó en la red, que la Procuraduría intervino, separó a la niña de sus padres y les realizó, sin su consentimiento, pruebas de ADN para establecer la filiación, esas mismas pruebas de ADN que en el caso de la "alondra guanajuatense" de 14 años hubo que esperar a que se las practicaran en Houston tras ser sacada primero de su salón de clases, luego del estado y finalmente del país, en un operativo tan espectacular como innecesario.

En el caso ocurrido en Guanajuato la separación duró poco tiempo, apenas una semana tardó la joven en regresar con sus padres; sin embargo, hasta ahora, ninguna autoridad involucrada en el hecho ha reconocido haberse equivocado, ni del lado estadounidense, donde cabe preguntar en base a qué pruebas alguien determinó que la demandante, Dorotea García Macedo, presunta madre de Alondra Luna, tenía razón y procedía actuar para regresarle su hija, ni del lado mexicano, que por ineficiencia o sumisión aceptó un requerimiento legal de restitución de una menor mediante procedimientos ajenos a la lógica y el sentido común —entre otras, el no verificar la identidad de la niña ni escuchar sus declaraciones y el no tener en cuenta las pruebas aportadas por sus padres- que incluso pueden ser "hechos constitutivos de delito". En tierras tapatías, sin embargo, el regreso de la rubita Alondra con su familia morena demoró casi nueve meses a pesar de que los resultados positivos de las pruebas de ADN probaron que no había delito que perseguir. No obstante ello, el Ministerio Público no quiso levantar la medida cautelar que había tomado de separar a la niña de sus padres por presunta explotación laboral, en franca violación de los derechos de ambas partes.

Lo que resalta en estas dos historias es la indefensión de unos padres de familia de escasos recursos ante la espada tajante de una Justicia cuya venda en los ojos fue más expresión de ceguera que símbolo de imparcialidad en el actuar. Lo que se condena entonces no es que se haya procurado hacer cumplir la ley, sino el haberse apegado más al derecho estricto en detrimento del equitativo, el no valorar puntualmente las coyunturas de cada caso y resolver en consecuencia: ello habría evitado las incertidumbres y sufrimientos que padecieron dos familias circunstancialmente ultrajadas.

El folclor latinoamericano, sobre todo en el sur del continente, ha hecho de la alondra un símbolo de la sabiduría por su condición de ave matinal que con su canto anuncia la llegada del nuevo día e invita a estar despiertos y a tomar conciencia de la realidad circundante. Acaso sea ese el mensaje que reverbera en el trinar quebrantado de estas dos alondras, un canto a la reflexión y a la acción ciudadanas a fin de evitar que abusos de poder, incompetencias profesionales o resquicios jurídicos en el que se confunden lo lícito y lo honesto permitan vulnerar con impunidad los derechos de las personas.

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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