El internacionalismo como reto a Ferguson, Moscú y todo el mundo civilizado

© AP Photo / Charlie RiedelNoche de incendios y vandalismo en Ferguson
Noche de incendios y vandalismo en Ferguson - Sputnik Mundo
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Dmitri Kulikov, miembro del Club Zinóviev, reflexiona sobre las causas del nacionalismo y el racismo como rasgos característicos de la civilización europeo-occidental.

Hace poco estuve presente en un programa televisivo ruso cuyos participantes desencadenaron una apasionada discusión sobre los últimos acontecimientos en EEUU, en particular, sobre las protestas de carácter racial. Lo más curioso en este programa fue la histeria de un periodista estadounidense quien se dirigió a los reunidos exigiendo que terminaran la discusión, argumentando que lo que está ocurriendo en EEUU no es asunto nuestro, que Rusia no tiene ningún derecho a juzgar qué está bien y qué está mal en EEUU y que nosotros, los rusos, deberíamos ocuparnos de nuestros propios problemas en vez de meternos en los ajenos. Pero me gustaría replicar que todo lo que está ocurriendo en EEUU es cosa nuestra y, lógicamente, nos importa mucho. En primer lugar, debido a la globalización del mundo, y en segundo, porque EEUU ha asumido el papel del líder mundial declarando que su pueblo está por encima del resto del mundo y su civilización sirve de ejemplo para los demás y guía a todo el mundo, representando una nación exclusiva. Por eso sí que vamos a discutir los problemas de EEUU como nuestros propios, ya que EEUU se ha presentado como ejemplo al que deben aspirar todos los que deseen salir de la barbaridad y adherirse a la civilización de vanguardia.

La expansión de la civilización occidental y europea a todo el mundo nos hace buscar respuesta a una pregunta importante: ¿por qué el racismo como práctica histórica es característico de esta civilización, y, en esencia, no ha existido en esta forma en ninguna otra civilización más? Las persecuciones de judíos y gitanos en la Europa de la Edad Media, la práctica racista de las colonizaciones de otros continentes, la esclavitud racista en las Américas, el nazismo alemán, y muchos otros ejemplos menos llamativos. Ninguna otra civilización en la Tierra ha presentado rasgos similares a una escala tan grande.

Disturbios en Ferguson - Sputnik Mundo
Ferguson: una rebelión social bajo la máscara de problemas raciales
El racismo europeo-occidental estriba en la idea de la superioridad y supremacía. Es una idea antigua. Como la de la dominación mundial, infundida, según dice la leyenda, por Aristóteles a Alejandro Magno. Hay gente civilizada y hay bárbaros. La historia tiende a establecer el poder de los civilizados sobre los bárbaros. Son dos ideas principales del civilizado mundo occidental, que lleva plasmándolo en la vida más de 2.000 años. Por eso cuando Barack Obama habla abiertamente sobre la exclusividad de la civilización de los estadounidenses y su supremacía sobre los demás y, por lo tanto, del "derecho" de EEUU de dominar todo el mundo, no hay nada de subjetivo en ello. No es Obama quien lo dice, sino la cultura europeo-occidental la que le "obliga" a decirlo. Lo único que parece curioso en todo ello es el que lo diga el primer presidente afroamericano de EEUU. Hasta podríamos creer que el crisol de razas estadounidense funciona, pese a dichas tendencias de la historia y la cultura, pero no cabe olvidarse de que Obama es el producto de relaciones públicas multifuncional de la clase gobernante, lo que se comprueba con los procesos que se desarrollan en EEUU (y no sólo en Ferguson).

En la teoría del crisol de razas, expuesta por primera vez por el dramaturgo Israel Zangwill, se habla de un material concreto que se fundía en esta caldera: "Estados Unidos es el crisol de Dios, la gran olla donde se funden y reforman todas las razas de Europa. ¡Me importa un comino sus feudos y sus venganzas! Alemanes y franceses, irlandeses e ingleses, judíos y rusos, todos al crisol. Dios hace al estadounidense".

En ello consiste la respuesta. Los pueblos que se mezclaban en el crisol eran europeos. De los antiguos europeos de diferentes naciones salían nuevos europeos, los estadounidenses. Nunca la idea del crisol funcionó para la población negra de EEUU. Y no sólo porque las últimas leyes de discriminación racial en ciertos estados fueron canceladas tan sólo en 1966. Además, porque cuando se trata de un estadounidense de verdad, surge la imagen del WASP (WhiteAnglo-SaxonProtestant, WASP, anglosajón protestante blanco).

Hoy en la cultura estadounidense persiste esta imagen como la de un estadounidense superior, y le siguen las demás, como inferiores. Un estadounidense superior es un europeo étnico y cultural. Por lo tanto, no puede servir de ideal indiscutible para los que no encajen en estos criterios. Por eso el crisol de razas no funcionó sino para los europeos que habían emigrado a EEUU sólo. Por eso, la aplicación selectiva de leyes y armas (por la policía, por ejemplo), respecto a diferentes razas, sigue siendo una realidad de EEUU, incompatible con la idea del crisol.

Es más: a la propia Europa el modelo del crisol nunca le ha convenido. En las Américas, sí, al exterminar a los indígenas y viendo en los africanos nada más que esclavos, los migrantes europeos podían mezclarse entre sí. Pero los alemanes, franceses o italianos de Europa nunca han pensado mezclarse y fundirse en nada. Y tanto menos, con los inmigrantes africanos, árabes u otros inmigrantes en Europa. En vez del crisol como un método de resolución de problemas interraciales, propusieron la idea de multiculturalismo. Pero tampoco funcionó. Por la misma razón. ¿Quién es el ideal, la imagen superior de un europeo contemporáneo? Por supuesto, el propio europeo. Y los demás son ajenos, y cuanto más se diferencian de la imagen de un europeo clásico, tanto menos oportunidades tienen para convertirse en europeos. El fracaso de la ideología del multiculturalismo lo han constatado los propios políticos europeos. Los medios también lo comentaron de manera abierta. La causa es la misma teoría de superioridad: los ideólogos de la superioridad y la supremacía se toman a sí mismos como una imagen ideal para la identificación histórico-cultural.

Como las dos teorías (del crisol y del multiculturalismo) resultaron inútiles, aparecieron dos ideas para disfrazar la complicada realidad. Se trata de la ideología de la tolerancia y de la de la corrección política. La tolerancia supone que si no podemos en el mundo de hoy permitirnos una discriminación abierta contra otras razas y etnias, hay que ser tolerantes con ellas y aguantarlas. Porque nadie quiere conflictos. Es una interesante ideología que se denuncia a sí misma, si la analizamos. Cuando se trata de aguantarle a alguien, esto significa que este alguien o bien es superior, o bien es inferior que tú. Así que el propio hecho de que necesitemos ser tolerantes muestra que estamos reconociendo y conservando la desigualdad en nuestra sociedad. La ideología de la tolerancia funciona solo en condiciones sociales confortables, en las de la existencia de recursos excesivos. Por ejemplo, con un volumen de consumo creciente. Y lo que pasa en el caso del consumo decreciente, ya lo veremos en el futuro próximo en Europa y en EEUU. Pero lo que pasó en EEUU después del huracán Katrina ya no infunde optimismo. En las condiciones de la lucha por los recursos limitados la tolerancia se esfuma en un soplo.

Y en cuanto a la ideología de la corrección política, es la ideología de dos verdades: por supuesto, sabemos que el poder pertenece en realidad a un círculo estrecho de personas, pero no se puede decirlo en público para no provocar conflictos. En el público, vamos a creer en la democracia. La corrección política es una manera de evitar discutir los problemas en público, agravándolos así cada vez más. Es una renuncia a la reflexión pública: una anestesia de pensamiento. Pero sí es verdad que da un breve efecto de pseudoestabilidad.

Tanto EEUU, como la UE son proyectos histórico-culturales de la civilización europeo-occidental que nunca han logrado superar la ideología de la superioridad de sus portadores. Y no es para extrañarse, ya que ni siquiera la fe cristiana, con la afirmación del apóstol Pablo de que "no hay judíos, ni helenos", pudo hacer algo con ello. Es que se puede interpretarla de diferentes maneras: la primera es "si soy cristiano, para mí no hay judíos, ni helenos", y según la segunda "no hay judíos ni helenos entre los cristianos". Esta última interpretación es más fácil de asimilar y más cómoda para un ser humano. Y esta es la interpretación a la que apelaron en la mayoría de los casos. A ello se debe una cristianización (catolización) por fuerza. Y precisamente en la rama occidental del cristianismo. Hay que notar que en la rama oriental, en la ortodoxa, no hubo esta práctica de racismo.

El proyecto comunista fue un intento realmente grandioso de superar este postulado de superioridad y supremacía. Su éxito, mayor que el de cualquier otro intento, se explica por el hecho de que el ejemplo de un nuevo hombre ideal fue algo que jamás ha existido en la naturaleza: un hombre soviético o un hombre comunista, un ser humano al que aun había que crear. Una afirmación de que un hombre ruso es más soviético que uno ucraniano o uzbeko habría sido reconocida como falsa. Ante el reto de la creación de un nuevo ser humano todas las razas y etnias eran iguales. No había aun un ejemplo vivo que pudiera servir de un ideal para seguirle, realizando la idea de la superioridad de nuevo. La idea de la superioridad resultó vulnerable. Por desgracia, al renunciar al proyecto soviético renunciamos a la idea de un hombre nuevo, ante la cual todos éramos iguales.

Todos los problemas internacionales de la URSS de los últimos años de su existencia no fueron la causa de su desintegración, sino el síntoma y la consecuencia de la renuncia al proyecto soviético. Como resultado, regresó el nazismo ruso, declarado un medio de solución de dichos problemas. Igual que había surgido junto con la ruina del Imperio ruso de los fines del siglo XIX, inicios del XX, acelerando su fin. El nacionalismo ruso me alarma mucho. Tanto el contemporáneo como el histórico. Creo que cualquier nacionalismo es una forma de la existencia de la idea europeo-occidental de la exclusividad y superioridad. Es un medio del occidentalismo, como diría Alexander Zinóviev. El nacionalismo es el producto de la civilización europeo-occidental. Nace o como una proyección directa de la ideología de la superioridad, o como respuesta a ésta. Pero, lógicamente, nacionalismo no puede contrarrestar la idea de la superioridad, ya que es una de las formas de su realización. Su antípoda es la idea de igualdad, es decir, internacionalismo. Si consideramos que somos una civilización distinta de la europeo-occidental, entonces no exhibimos un nacionalismo. De la misma manera que no lo presentó Bizancio, ni el Imperio Ruso en la parte mayor de su historia, ni la URSS. Vemos ahora los resultados del nacionalismo ucraniano aplicado en calidad de una ideología del país. Estoy seguro de que la búsqueda de un nacionalismo bueno no tiene ningún sentido. Estoy seguro de que un intento de construir en Rusia un Estado nacional llevará a la destrucción de nuestro país. Y no hay nada de complicado ni conceptual en definirse a sí mismo como a un nacionalista ruso en una situación de presión externa sobre el país y los considerables procesos migratorios de ahora. Un reto de verdad sería denominarse, en esas condiciones, un internacionalista ruso.

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