La UE todavía está a tiempo de echar a Estonia

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En Estonia fue pisoteada la libertad de expresión: muestra de ello es la ilegal, carente de fundamento y simplemente monstruosa detención de Giulietto Chiesa, periodista libre de la libre Italia, opina la copresidenta del Club Zinóviev de la Agencia de Información Internacional Rossiya Segodnya.

En la capital estonia ocurrió una cosa difícil de creer para una persona del mundo actual que conozca, aunque sea de forma superficial, la historia moderna. Se trata de la recaída en la persecución por motivos ideológicos y a causa de la opinión libremente expresada. Ocurrió en Europa Occidental: se produjo una detención ilegal y carente de fundamento del periodista de Italia Guilietto Chiesa, participante en la V Conferencia Internacional Jornadas Zinóviev organizada por la Agencia de Información Internacional Rossiya Segodnya. El periodista italiano era amigo de Alexander Zinóviev desde los años 80 del siglo pasado. Debía presentar su informe bajo el nombre de 'Debería Europa tenerle miedo a Rusia?' en la reunión del club Impressum.

El lugar del delito es Estonia y no una república bananera…

La fecha del delito es 2014 y no 1933 en Alemania. Al detenido se le incrimina… La libertad de expresión, la libertad de criterio y una actitud objetiva hacia Rusia.

Y ahora veamos, quiénes son los jueces…

Son nuestros hermanos menores, deseosos como están de demostrar al Viejo Mundo lo que valen los nuevos miembros de la Unión Europea, jóvenes, hambrientos y escasamente civilizados. Se ha sentado un precedente nunca visto desde finales de la Segunda Guerra Mundial, cuyas consecuencias tendrán que ser aclaradas y asumidas por toda Europa.

En el respetable Viejo Mundo a nadie ni por asomo se le habría ocurrido detener ilegalmente a un antiguo miembro del Parlamento Europeo, ciudadano libre de un país libre, por su visión profesional imparcial. Es ilegal arrestarlo en el territorio de un país europeo y expulsarlo, por paradójico que parezca, con destino a Europa.

A muchos les desagradan las declaraciones de los expertos independientes, pero es la esencia misma del pluralismo, una noción sagrada para los europeos. De lo contrario, no existiría la tolerancia a las declaraciones estipulada hace años en los protocolos y las sentencias del Tribunal de Nuremberg, redactados tras el final de la guerra más sangrienta del siglo XX, aquella que había sido desatada por los vándalos nazis.

Los mencionados acontecimientos podrían considerarse el inicio del declive de la UE, donde los miembros adolescentes del espacio común demuestran con frecuencia lo mal que han aprendido lo que es la libertad y se precipitan a demostrar su fervor a los vecinos veteranos que los miran con benevolencia. Estos vecinos que han tenido que responsabilizarse de sus promesas nada sopesadas hechas a las antiguas repúblicas soviéticas. Los miembros más recientes de la UE parecen querer convencer a Occidente de que han avanzado mucho en la europeización, luchando a brazo partido por defender los valores europeos de los prejuicios de un mundo obsoleto.

De sobra sabe la gente adulta y educada que en la adolescencia a los niños les son propios brusquedad en los criterios, intransigencia en las declaraciones, manifestaciones de complejo de inferioridad y brotes de energía destructiva. El ejemplo de la "superpotencia del Báltico" llamada Estonia únicamente puede servir para aprender como no hay que comportarse, si no se han aprendido de los mayores los buenos modales. En realidad, si seguimos comparando la conducta de la antigua Estonia soviética con los caprichitos de un adolescente europeo, llegaremos a la conclusión de que su castigo debería ser más severo que el impuesto recientemente por haber superado el país báltico la cuota de cultivo y ventas de remolacha.

Sería aconsejable que el castigo se impusiera desde el Parlamento Europeo, que aboga por intenciones nobles orientadas a la hermandad europea. Debería dejarle las cosas claras al país en el mar Báltico que de repente se ha creído una potencia.

Es vergonzoso lo que ocurrió en Tallin, pero es infinitamente más vergonzoso aquello que dio vida al impune síndrome estonio de expulsar a quien piense de forma distinta e incluir sus nombres en "listas negras". Como si de una reacción en cadena se tratase, los acontecimientos en Ucrania desencadenaron ánimos nazis y barbarie desenfrenada por todo el territorio de la Europa que calla y se traga las mentiras sobre las salvajes imágenes de la calcinada sede de los sindicatos en Odessa, sobre los habitantes inocentes de Donbás y Lugansk enterrados vivos, unas mentiras irresponsables que se lanzan a nivel de Gobiernos, una guerra informativa en marcha. La Europa que se tragó las maldiciones del presidente Poroshenko dirigidas a los cuatro millones de habitantes insumisos de su propio país, declarados terroristas. Una Europa en la que se propaga la extrema autosuficiencia y la condición de alguien irreprochable tan propia de EEUU, una Europa que sigue repitiendo como en delirio que no reconoce a Crimea, una tierra que ha vuelto a su patria.

"Últimamente Tallin… busca adelantarse a todos, provocando que el mando militar y político de la OTAN den pasos antirrusos". No sólo se debe a miedos históricamente existentes, a su complejo de "etnia pequeña" que nunca ha contado con Estado propio y sólo ha podido hacerse con uno por puro despiste y también a una buena cantidad de razones prácticas. Las tropas de la OTAN traen a Estonia y Letonia fondos, por muy escasos que sean, mientras que los dos países se ven cada vez más involucrados en las actividades internas de la Alianza Atlántica", opina Yevgueni Krútikov en el diario Vzgliád.

Existe el peligro de que, si no se interviene a tiempo, Europa de Este acabe destruyendo la UE por razones fáciles de entender: estos países, hambrientos y eternamente dependientes de dotaciones, no desean seguir en posición sumisa, como unos mendigos nobles. ¿No son acaso miembros de pleno derecho de la Unión Europea? Y ostenten también con orgullo su derecho a lanzar iniciativas: ¿si EEUU pueden retar al Estado Islámico, por qué no debería la orgullosa y valiente Estonia, conocido productor de lácteos, retar a Rusia y a todos aquellos que piensan de forma distinta? Ni siquiera a EEUU se le ha ocurrido derribar los monumentos a Lenin ni a los soldados soviéticos que liberaron Europa del fascismo. Sin embargo, Ucrania y la solidaria y escasamente europea Estonia obran de la misma forma que los talibanes en 2001, que destruyeron en el valle de Bamiyán dos gigantescas estatuas de Buda, de 55 y 37 metros de altura, parte del conjunto de monasterios budistas, haciendo caso omiso de las voces de protesta que se levantaron por todo el mundo, también en los países islámicos. Creían que las estatuas en cuestión eran ídolos paganos y habían de ser borradas de la faz de la Tierra. Es evidente que los actos de barbarie registrados en Estonia y Ucrania son el esperado efecto de la permisividad de los "sabios de ultramar".

Y Europa, mientras tanto, sigue el curso de los acontecimientos. Y organiza maniobras de sus fuerzas armadas en las fronteras de nuestro país. Europa se mantiene a la espera, tragándose todas las burdas provocaciones ideadas tras el océano. ¿Le dará tiempo de darse cuenta de que con sus manos está destruyendo la última llama de la verdadera independencia, democracia y libertad en este mundo languideciente y melancólico del decadente Viejo Mundo?

En 1999 Alexander Zinóviev hizo un comentario muy oportuno en su entrevista al periódico 'Le Figaro'. Alertó de que "la democracia va desapareciendo poco a poco de la organización social de los países occidentales. Se propaga por doquier el totalitarismo, dado que la estructura supranacional viene imponiendo sus propias leyes. Esta cúpula falta de democracia emite órdenes, introduce sanciones y embargos, lanza bombas, hace pasar hambre…"

Lo que ocurrió en Estonia es un acto de vileza: se pisoteó la libertad de expresión, siendo profanado de esta forma uno de los valores básicos de la civilización mundial y europea.

Guilietto Chiesa, un brillante representante del periodismo independiente, participante activo en la lucha contra una visión estereotipada e impuesta desde fuera que tiende a achacar a Rusia todos los males habidos y por haber, que llama a los europeos a enfocar los acontecimientos desde un punto de vista imparcial y objetivo. La Europa común, unida en su agresión contra Rusia, pierde todos sus avances y ventajas, en comparación con el período en el que se dejaba guiar por los principios de la asociación y la cooperación, de la comprensión y la búsqueda de nuevos formatos en sus relaciones con nuestro país.

Quién sabe, ¿a lo mejor la potencia productora de lácteos, embriagada con su "victoria" contra el italiano que opina de forma distinta, absorta en sus manías de grandeza, exija a Europa alguna medida drástica como las demandadas por Ucrania para agradecerle su lealtad política?

¿Y quién acabará siendo expulsado?!

Huele muy mal todo este guiso político. Si un país escasamente poblado y en contadas ocasiones visitado por los turistas, sigue haciéndose una publicidad tan extraña, no sorprenderá que el Fondo Monetario Internacional y resto de las entidades financieras mundiales que se han responsabilizado de los adolescentes de Europa del Este, declaren en quiebra los kilómetros cuadrados de la independencia estonia. Sólo quedarán allí las tropas de la OTAN en sus cuarteles y los representantes de aquellos afamados servicios que tan bien han moldeado la receptiva conciencia de los fervientes estonios.

La única y drástica salida de este inusual escándalo político es la "expulsión" de Estonia por parte de la UE. Ayudaría a otros pretendientes a integrantes a entender que nunca se ha de atentar contra la libertad de expresión.

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