"Es una propuesta fascinante que solucionaría los problemas de Oriente Medio", dice, "(Abdullah) Öcalan y el PKK proponen que las diferentes comunidades étnicas y religiosas convivan en lugar de matarse, que no se impongan cuando gozan de poder, que respeten".
Para ello, "no han de perder sus identidades, al contrario, se promueven y se confederan entre ellas desde la base local o de barrio", explica.
"A ello hay que añadir el papel fundamental de la mujer, organizadas en movimientos propios y teniendo cuotas de paridad: todo rol de liderazgo ha de ser compartido", agrega.
Vàzquez, que también es autor de 'Kurdistan: El poble del sol. Una historia política' (Tigre de Paper, 2015), considera que "éste es un avance que ni siquiera en Occidente se ha conseguido" y cree que aún habría que añadir "un eje ecológico opuesto al desarrollismo destructor del medio ambiente y una economía cooperativa que busque la ayuda mutua en lugar del beneficio".
Para el activista, el sistema social propuesto por el PKK para la región no es ninguna una "utopía", sino que "se aplica ya en el Kurdistán de Turquía pero sobretodo en el de Siria".
"Se trabaja de forma comunitaria en el campo, existen decenas de cooperativas textiles donde las mujeres tienen un papel decisivo, todos los cargos importantes de los tres cantones son con co-presidentes (hombre-mujer) y las mujeres se organizan en asambleas de barrios y lideran una renovación social en la escuela o en el frente de batalla con su propia milicia, las YPJ, coordinada con las YPG", explica.
Según Vàzquez, a esta propuesta se habrían sumado el resto de comunidades de la región.
"El gobernador del cantón de Cizîre es un árabe y los asirios y cristianos tienen sus propias organizaciones confederadas".
A pesar de la guerra, este activista asegura que "el sistema funciona desde hace más de tres años, la convivencia es ejemplar" y describe el proyecto como "un oasis en medio de un desierto de destrucción y fanatismo etno-religioso".