Colas de inmigrantes en la iglesia principal de Lampedusa

© AFP 2023 / Alberto PizzoliInmigrantes eritreos en la iglesia de Lampedusa (Archivo)
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En la iglesia de San Gerlando, en la plaza de Garibaldi de la pequeña localidad de Lampedusa -el único núcleo urbano de la isla que lleva el mismo nombre, habitada por unas 4.500 personas-, decenas de inmigrantes de varias nacionalidades hacen cola para recibir algo de ropa. La mayoría llegaron con los puesto.

"Necesito ropa y zapatos, solo tengo lo que llevo", explica un joven que llegó de Eritrea hace tres días. Su embarcación empezó a hacer aguas en alta mar, cuando viajaba de Libia a Lampedusa.

"Entraba el agua lentamente, se abrió una grieta. Éramos casi 70 personas, había mujeres y niños. Tuvimos suerte, pudimos llamar a la guardia italiana y nos rescató", cuenta el joven. El teléfono se lo facilitó el contrabandista libio que los embarcó hacia Lampedusa.

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Su trayecto en Libia fue duro. En el hangar donde los metieron los contrabandistas se produjo una explosión de gas que mató a seis personas e hirió a siete más. Una de las heridas, una mujer, murió a bordo de la embarcación en la que intentaban llegar a Lampedusa.

El chico cuenta que sabía que haciendo este viaje se jugaba la vida, pero prefería correr este riesgo que permanecer en Eritrea "con un régimen dictatorial que reprime nuestros derechos". "Hay mucha presencia de militares, arrestan a la gente por nada y nos quitan el dinero", asegura.

Este eritreo que no quiere dar su nombre consiguió recolectar entre sus familiares los 7.000 dólares que necesitaba para alcanzar las costas europeas.

Es una inversión colectiva para el futuro de él y de toda la familia. De él se espera que consiga un trabajo en Europa con el que devover los 7.000 dólares y ganar suficiente para enviar dinero a casa.

Su sueño es "llegar a Londres", pero le va a resultar complicado porque no tiene ni un euro en el bolsillo. No obstante, confía en que Dios le ayude, dice mientras toca la cruz que lleva colgada en el cuello. Es cristiano ortodoxo.

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En la divina providencia confía también el padre Giorgio, vicario de la parroquia de San Gerlando, que atiende como buenamente puede, con la ayuda de voluntarios, a todos los inmigrantes que se agolpan a sus puertas a diario.

"Todo esto que entregamos a los que llegan lo financiamos como podemos, la providencia dispone", dice el padre Giorgio, que lamenta la actitud pasiva de Europa ante la tragedia de los desesperados que intentan cruzar el mar para llegar a la costa de Europa.

El sacerdote subraya que a Lampedusa han llegado inmigrantes desde los 90, pero que en los últimos años lo han hecho de forma masiva. "Son seres humanos a los que hay que acoger y aquí intentamos hacer el máximo por ellos, el centro de refugiados no llega para todo y necesitan nuestra colaboración", explica el vicario, que destaca la solidaridad de los vecinos de Lampedusa.

La dueña de una tienda de moda para hombres comenta que hace lo que puede para contribuir a que la vida de los recién llegados sea "un poquito menos mala". Les regala camisetas, calcetines y calzoncillos y a los que pueden pagar la ropa, les deja los precios a menos de la mitad.

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"Ellos no tienen la culpa, vienen aquí en busca de bienestar, trabajo, huyendo de la pobreza. Lo malo es que Europa mira a otro lado, Italia está sola afrontando este problema", sentencia la señora.

En el 2015 ya han perdido la vida 1.650 inmigrantes en el Canal de Sicilia. El ministro de Exteriores italiano, Paolo Gentiloni, dijo al Parlamento que este año podrían llegar a Italia unos 250.000 inmigrantes —en el 2014 fueron 166.000— y Frontex, la agencia europea para el control de las fronteras asegura que en las costas de Libia hay un millón de personas esperando cruzar el mar.

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