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Ocho funcionarios chinos sancionados tras la muerte de compañero por intoxicación etílica

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Ocho funcionarios chinos han sido sancionados tras la muerte por intoxicación etílica de un colega en el último caso que muestra que el apego hacia la botella de los servidores públicos sobrevuela cualquier campaña contra la corrupción.

Liu Jianxin, funcionario de la Administración de Medicinas y Alimentos del condado de Tongshan (provincia de Hubei) murió tras una comida de trabajo bien regada de alcohol el pasado diciembre con siete colegas y su supervisor, según ha explicado la comisión disciplinaria provincial a la prensa local.

Todos ellos han recibido advertencias por beber en horas de trabajo y uno, el supervisor Huang Tianfu, ha sido expulsado.

Las historias de oficiales fallecidos por la ingesta de alcohol no son raras en la prensa.

Meses atrás murió otro oficial en la provincia de Guangxi en su primer día de trabajo. Regresó a casa tras haber bebido con sus colegas y su familia se lo encontró muerto a la mañana siguiente.

Y antes había fallecido otro en la provincia de Heilongjiang tras un banquete de celebración.

Los funcionarios siguen la costumbre china de regar la sobremesa de alcohol.

El anfitrión quedará en muy mal lugar si no ofrece abundante comida y bebida al huésped, y este en uno todavía peor si rechaza.

Se bebe bai ju, el aguardiente chino, con regusto a gasolina sin refinar y de entre 37 y 61 grados, porque por debajo de los cuales se demuestra incapaz para abrasar la garganta.

El licor de arroz sirve lo mismo para cerrar tratos que para apuntalar amistades incipientes.

El alcohol está tan arraigado en China como que los funcionarios tiren de la tarjeta del Gobierno local de turno.

Los perjuicios son varios: la sangría del erario público, la mala imagen de funcionarios encerrados durante horas en reservados de restaurantes y su escasísima eficacia cuando vuelven a sus quehaceres, si es que vuelven.

A los funcionarios se les acusa de esforzarse menos en servir al pueblo que en aprovecharse del cargo con corruptelas y cultivar el guanxi, la red de favores que vertebra la sociedad china.

Los esfuerzos de las autoridades por acabar con la costumbre no han sido pocos ni tibios.

Varias ciudades emprendieron en 2008 una revolucionaria campaña en la que agentes con alcoholímetros peinaban las dependencias gubernamentales después de las comidas y no aceptaban las excusas habituales: ni un amigo recién llegado a la ciudad, ni un par de vasos por prescripción médica, ni una boda…

La lucha del presidente Xi Jinping contra la corrupción ha redoblado el ímpetu.

Las fuertes caídas de las ventas del bai ju de mayor calidad y de los ingresos de los restaurantes han generado crudos lamentos de muchos empresarios del sector.

El goteo de noticias de decesos de funcionarios revela que aún queda un remanente fuertemente apegado a las tradiciones.

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