Cho Hyuan-ah, de 40 años y exejecutiva de la aerolínea, ha sido condenada por violar las normas de seguridad de la aviación por un tribunal de Seúl con un ataque de ira.
El desencadenante fue que una azafata de primera clase sirviera a Cho unos cacahuetes en su sobre en lugar del plato de cerámica que ordena el protocolo cuando el avión iba a partir del aeropuerto de Nueva York en diciembre.
La equivocación descompuso sin remedio a Cho, quien abroncó al auxiliar durante varios minutos y después exigió que el avión, que ya estaba en movimiento, regresara a la puerta de embarque para que fueran expulsados la azafata y el sobrecargo. La acción supone una violación de la ley.
"La dignidad humana ha sido pisoteada", ha resuelto el tribunal, que ha recordado que el caso ha sido ridiculizado en todo el mundo y "dañado la dignidad nacional".
El sobrecargo ha descrito en el juicio que Cho se comportó como "una bestia" y los trató como "esclavos feudales".
La sentencia podría haber sido más dura si el tribunal no hubiera contemplado que Cho, madre de dos hijos, ya ha sufrido un castigo suficiente en su dañada reputación.
La exejecutiva tuvo que dimitir de su cargo de responsable del servicio en cabina en cuanto el episodio saltó a los medios de comunicación.
El tribunal no ha estimado los cargos de obstrucción a la justicia contra Cho, quien había sido acusada de obligar al personal del vuelo a cambiar sus declaraciones en el juicio para salir indemne.
La exejecutiva escuchó la sentencia con la cabeza inclinada y sin exteriorizar ningún sentimiento.
El tribunal asegura que, a pesar de las cartas de perdón que ha enviado, la sinceridad de sus remordimientos son más que dudosos.
Cho es la hija mayor de Cho Yang-ho, el millonario propietario de Korean Air, quien también ha colocado a otros dos descendientes en la dirección de la mayor aerolínea del país.
El imperio familiar incluye negocios en sectores como el hotelero, logístico o de entretenimiento.
Cho ha sido elegida como el epítome de los egoístas, excesivos, arrogantes y mimados hijos de los magnates que se reparten el poder económico y político en Corea del Sur.
Muchos de las mayores compañías surcoreanas son conglomerados familiares o "chaebol" donde sus miembros acostumbran a tener más influencia que los accionistas o ejecutivos.
En la sociedad anida la sensación de que disfrutan de cierta impunidad judicial.
Algunos acusados por fraudes han recibido penas muy leves, por lo que el caso de Cho ha sido escrutado como un examen de independencia judicial.