Europa: inmigración e islamismo

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Europa asiste sorprendida a la aparición de un nuevo fenómeno social para el que no cuenta con soluciones fáciles: el rechazo de muchos de sus ciudadanos a lo que consideran «la islamización del Viejo Continente».

Las manifestaciones que cada lunes se celebran en la ciudad alemana de Dresde –y que se multiplican por otras localidades del país– representan el último ejemplo, y quizá el más evidente, del sentir de una parte de la ciudadanía europea. En Alemania, la organización autodenominada “Patriotas europeos contra la islamización de Occidente” (Pegida, en su acrónimo alemán) ha despertado las alarmas del establishment.

Los seguidores de Pegida, cada semana más numerosos, desfilan bajo el lema “Wir sind das Volk”, (“Nosotros somos el pueblo”), la frase que los manifestantes de la antigua Alemania del Este coreaban contra el régimen de la extinta RDA. Pegida, un movimiento apoyado por ciudadanos de todas las edades, denuncia lo que ellos entienden por “islamización” de su país  y que se manifiesta en las exigencias que, según ellos, quiere imponer  el islamismo al que las autoridades –denuncian– no ponen freno.

Alemania ha vivido recientemente algunos episodios que han servido de combustible a este sentimiento. La aparición de una llamada policía de la sharia en algunos barrios, que acosa a los ciudadanos intentando hacer respetar la ley islámica; la multiplicación de velos y burkas en las calles, el aumento de la delincuencia en barrios donde la policía tiene dificultades para actuar… A ello se añade el auge del multiculturalismo y el sentimiento de que las tradiciones y la cultura locales deben ser olvidadas para adaptarse a los nuevos tiempos. Así, por ejemplo, en ciertas ciudades, el tradicional mercado de Navidad ha sido rebautizado como “mercado de invierno”.

Los partidos políticos tradicionales han reaccionado abruptamente a Pegida, con la acusación fácil de xenofobia. Cierta prensa solo ha sabido reaccionar con el tradicional y simplista argumento de considerar a los manifestantes como “nazis”.

“Rebelión popular, no son nazis”

El politólogo Werner Patzel, de la Universidad de Dresde, piensa que Pegida nace del hecho de que una parte importante de la población se rebela contra algo sobre lo que nunca se le ha consultado ni se ha debatido: que Alemania se haya convertido en una tierra de emigración. “Los manifestantes no son nazis”, dice, “serían fácilmente recuperables para los cristiano-demócratas (de Angela Merkel), si estos dejaran de aplicar la política del avestruz”.

Los simpatizantes de Pegida afirman no estar contra la emigración, sino contra la llegada de inmigrantes que quieren imponer su religión,  su cultura y rechazan integrarse en el país que les acoge. Alemania, recordemos, ha sido siempre un país de emigración: polacos, yugoslavos, españoles, italianos, portugueses, turcos o latinoamericanos pueden dar testimonio de ello. Lo que Pegida denuncia y lo que muchos políticos en Europa se niegan a mencionar es que el problema no está en la emigración, sino en la presión de un islam radical que, cierto, ha impregnado en una minoría, pero que es incesantemente impulsado por algunos responsables de esa comunidad que tienen como objetivo imponer su weltanschauung (su visión del mundo).

Que el insulto y la demonización de este fenómeno no es el mejor remedio puede observarse en la vecina Francia. Durante décadas los partidos y la prensa que sostiene al sistema, lo que otros denominan “las élites”, han respondido con el insulto y el desprecio a los dirigentes y votantes del Frente Nacional de los Le Pen. Mientras tanto, millones de ciudadanos han engordado las filas de una organización que recoge el sentimiento de abandono de millones de franceses ante lo que consideran como efectos negativos de la globalización, el diktat de los burócratas de la Unión Europea, la crisis social y económica del liberalismo desenfrenado y, por supuesto, el multiculturalismo y sus defensores, que se extasían ante la cultura ajena y desprecian los valores y creencias nacionales. El Frente Nacional es ahora el primero en intención de voto.

Francia: “la guerra de los belenes” y la censura

En Francia, país donde el laicismo es ley desde 1905, hay también una amplia capa de la población que denuncia que esa ley nacida hace más de un siglo para separar el poder del Estado y la Iglesia Católica, es utilizada ahora para apagar las tradiciones del país. Estas Navidades, el rechazo al multiculturalismo creciente y –también hay que decirlo– el hartazgo ante la presión islamista, se ha traducido en “una guerra de belenes”. Varias ciudades han desafiado la ley que exige la neutralidad religiosa en organismos públicos y han instalado a la Virgen María, a San José y al niño Jesús en la entrada de los ayuntamientos. Llevado el caso a los tribunales, por el momento los jueces han decidido que los belenes pueden quedarse donde están.

Muchos fervientes defensores franceses del laicismo curiosamente se vuelven más comprensivos cuando se trata de decisiones exigidas por una minoría de musulmanes. Así, se pasa por alto que en el país considerado “de la libertad” haya ayuntamientos, como el de la ciudad de Lille, donde en las piscinas municipales existan horarios diferentes para hombres y mujeres. O que se permita el rezo musulmán en las calles, cuando los propios responsables de esa religión explican que la oración se puede hacer en casa, en la intimidad. O que se tolere que las niñas  lleven el velo islámico en algunas guarderías públicas.

Plantear esa simple contradicción puede valerle a uno ser calificado con los insultos supremos dedicados al que disiente en Europa: nazi y fascista. En Francia, donde tres atentados al grito de “Alá es grande” se han producido durante las Navidades y han costado la vida a una persona, se intenta por todos los medios minimizar el auge del radicalismo islamista. Políticos y periodistas que jamás han puesto un pie en los suburbios olvidados por la República, imparten lecciones de moral, de tolerancia y de apertura de espíritu a quienes ponen peros a su idílica visión de las cosas.

Aficionados a los "autodafés", al linchamiento público y a la delación, algunos políticos y periodistas han hecho una campaña de denigración de tal magnitud contra el escritor y ensayista de más éxito del año, que han obtenido su desaparición definitiva de una cadena de televisión privada. El “pecado” de Éric Zemmour es insistir sobre la destrucción de los valores franceses y de la memoria nacional. Zemmour denuncia también la inmigración masiva y el auge del integrismo islámico en su país.

Es solo un ejemplo de la dificultad para mantener un debate sobre un asunto que debería abordarse con frialdad y respeto para todos. Tratar la inmigración como un arma arrojadiza solo conduce a un callejón sin salida. Que la inmigración debe ser regulada, pocos lo dudan en Europa. Pero quienes lo piden no son automáticamente xenófobos o racistas. Cerrar los ojos ante el islamismo es, por otra parte, suicida.

*Luis Rivas, periodista. Excorresponsal de TVE en Moscú y Budapest. Dirigió los servicios informativos del canal de TV europeo EuroNews. Vive en Francia desde hace más de 20 años.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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