Tres trabajos para (Hércules) Peña Nieto

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Walter Ego - Sputnik Mundo
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Parece razonable proponer que a fin de recuperar la credibilidad perdida por los sucesos de Iguala, el presidente Enrique Peña Nieto deba imitar a Hércules y cumplir ciertos trabajos.

Cuenta la leyenda que para purgar la pena por una execrable acción y recuperar el derecho a un trono perdido, el héroe mitológico que en la antigüedad los griegos llamaron Heracles y los romanos Hércules tuvo que realizar doce trabajos en los que arriesgó su honra y su vida.

Si la mitología sustenta la cosmovisión de un pueblo –esa de las que nacen sus enseñanzas intelectuales, esa que constituye el asidero de sus convicciones éticas–, parece razonable entonces proponer que a fin de recuperar la credibilidad perdida al interior y al exterior del país por los sucesos de Iguala, los que hacen que la gente clame hoy por su renuncia y el mundo hable de México como una nación que va “de mal en peor” y hasta de Estado fallido, el presidente Enrique Peña Nieto deba imitar el héroe grecorromano en su enfrentamiento a los monstruos ctónicos que ayer asolaban la Hélade y a la fecha, bajo otros ropajes más terrenales aún, perturban la tranquilidad del pueblo mexicano.

Y no se trata de completar doce trabajos: acaso le basten tres para que la ciudadanía vea en él no un héroe de leyenda, sino un simple mortal comprometido –siquiera para honrar su nombre: Enrique proviene del alemán “Heinrich”: “haim” (casa, patria) y “rich” (jefe, caudillo)– con el destino de un país cuya Constitución Política y las leyes que de ella emanen juró “guardar y hacer guardar”, así como “desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República” que el 38% del pueblo con derecho al voto le confirió en el año 2012.

El primero de los trabajos que asumió el fornido servidor de la diosa Hera (de donde proviene Heracles) fue matar y desollar al León de Nemea, un animal que asolaba esa antigua ciudad del Peloponeso y cuya gruesa piel no era capaz de ser sajada por arma alguna. El terror que imponía la bestia era similar al que hoy inflige la violencia que perturba a los mexicanos, los que se han acostumbrado a vivir con ella como una segunda piel a la que sólo acontecimientos como los de Iguala logran hacer sangrar. Quién sabe cómo lo logrará Peña Nieto, porque un gobierno que se ejerce desde el miedo no ofrece muchas esperanzas para que la violencia en todas sus expresiones –del robo a los asaltos, de los secuestros a los asesinatos– deje de campear a sus anchas por la geografía mexicana, actos que hace mucho dejaron de ser episodios aislados para convertirse en un modo de vida, vergonzosamente asumido incluso por aquellos instruidos para defender a la población de tales ignominias. Si de algo sirve el mito helénico es para comprender que la violencia no puede combatirse sólo con la violencia, sino también con inteligencia. Hércules pudo estrangular al león de Nemea luego de obligarlo a meterse en su refugio que tenía de dos entradas. Tras tapar una, con lo que le impedía huir, lo acorraló, estranguló y despojó de su piel.

En el segundo de sus trabajos Hércules enfrentó a la Hidra de Lerna, una monstruosa sierpe policéfala que poseía la virtud de regenerar dos cabezas por cada una que perdía o le era amputada. Enrique Peña Nieto deberá enfrentar sin desmayo al narcotráfico, cuya proliferación incontenible es el más temible engendro de nuestros días. Para combatirlo deberá ir más allá de la mediática eliminación o captura de sus cabecillas, pues por uno que cae hay dos listos para reemplazarlo. Así como Hércules pudo eliminar a la hidra con la ayuda de su sobrino Yolao, quien quemaba los cuellos que cercenaba su tío para evitar la regeneración de las cabezas, Peña Nieto deberá cercenar la tríada de producción, distribución y consumo sobre la que se asienta el negocio de los estupefacientes y destejer la urdimbre de complicidades que lo tornan invencible.

Para el quinto de sus trabajos, refiere la leyenda, Hércules fue obligado a limpiar los establos de Augías, el rey de la ciudad griega de Élide, cuyo ganado tenía una bien ganada fama por ser inmune a las enfermedades y por los corrales donde se alojaban que jamás en la vida habían sido limpiados. De ahí nace la obligación de Peña Nieto de acabar con la corrupción imperante en todos los órdenes de un gobierno que se ahoga actualmente bajo los excrementos acumulados por décadas de podredumbre.

No le va a resultar fácil a Enrique Peña Nieto, menos ahora que su imagen se percibe como la de cualquier otro político corrupto que medra a través del tráfico de influencia y para quien, al parecer, no existe el conflicto de interés como razón para que se le cuestione por la propiedad que su esposa adquirió de un modo cuando menos sospechoso y de la que con aire de culpabilidad la primera dama anunció que se deshará. Con tales antecedentes resulta arduo pensar que el presidente mexicano obre eficazmente contra los políticos y funcionarios públicos que incurran en esas mañas generalizadas, lo que le abona al nivel de impunidad que presentan tales delitos y constituye el talón de Aquiles (por citar otro héroe mitológico) de cualquier enfrentamiento a la corrupción.

Apenas si son tres los trabajos que deberá asumir Enrique Peña Nieto para reconstruir su deteriorada imagen, muchos menos de los que cimentaron la leyenda del hijo de Zeus y Alcmena pero acaso más arduos e imprescindibles. No le va la vida en ello al presidente de México, pero sí el bien y prosperidad de una Nación a la que pidió lo demandase si por ella no velara, justo lo que hacen muchos mexicanos y mexicanas, ese río de gente que hoy se moviliza y marcha descontenta contra su gestión de gobierno y que acaso sea el mismo río que conformado por el encauzamiento de las aguas del Alfeo y el Peneo arrastró para siempre con la inmundicia de años de los establos de Augías.

 

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