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Diez años del dictamen de la CIJ sobre el muro de Cisjordania

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Hoy se cumplen diez años de la opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre el muro de Cisjordania, que lo calificó de violación a los principios de la Carta de la ONU.

Hoy se cumplen diez años de la opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre el muro de Cisjordania, en la que 14 de los 15 magistrados dictaminaron que la barrera que Israel construía en la Cisjordania ocupada vulneraba la ley internacional y violaba los principios de la Carta de la ONU y las convenciones globales que “prohíben la adquisición de territorio de esa forma”.

Aunque una década después no se ha completado en toda su extensión, el muro afecta directamente a cientos de miles de palestinos y deja al 80 por ciento de colonos judíos que viven en Cisjordania entre el muro y la llamada línea verde de 1949, lo que en opinión de la CIJ “prejuzga la futura frontera entre Israel y Palestina (…) y presenta como un hecho consumado (…) lo que equivale a una anexión de hecho”.

En Nabi Samwil (Profeta Samuel), un pequeño pueblo palestino del norte de Jerusalén, sus 200 habitantes saben que el dictamen de la CIJ no es vinculante y por lo tanto no se va a aplicar puesto que nunca pasará por el filtro del Consejo de Seguridad de la ONU debido a la oposición de Estados Unidos. También saben que el muro ha convertido su vida en un infierno y no tienen a quién recurrir.

“Antes de la guerra de 1967 éramos 600 vecinos, pero la vida aquí se ha vuelto insoportable, especialmente desde la construcción del muro, de manera que la mayoría de la gente se ha ido y muchos otros se irán en cuanto tengan una oportunidad”, comenta el abogado Mohammed Barakat, que está postrado en una silla de ruedas a causa de una parálisis.

“El muro nos aísla, no tenemos acceso a los pueblos vecinos, no nos dan ningún servicio y mientras tanto los asentamientos judíos florecen en todas las direcciones. Israel ha declarado Nabi Samwil ‘parque natural’ con el único objetivo de prohibir que los palestinos construyamos y nos impiden levantar cualquier tipo de construcción. Yo mismo ni siquiera puedo viajar a Jerusalén (que está a 8 kilómetros) para recibir tratamiento médico”, explica Barakat.

El centro del pueblo era la mezquita del profeta Samuel, que sigue en pie, pero ahora está bajo el control de los soldados israelíes. Junto a la mezquita, se ha levantado una gran tienda de campaña de plástico blanco donde estudian y rezan decenas de colonos jóvenes armados que usan grandes ventiladores para aliviarse del calor del verano. Junto a la puerta de la tienda hay un cartel en hebreo que advierte que solo pueden entrar hombres. Una amplia zona alrededor de la mezquita ha sido esterilizada con el pretexto de que es un ‘parque natural’ y se han demolido decenas de casas palestinas.

En el control de Al Yib los nombres de cada uno de los vecinos de Nabi Samwil figuran en una lista que guardan los militares israelíes. Cada vez que quieren viajar a Cisjordania tienen que identificarse ante los soldados. La mayoría de los vecinos no pueden ir a Jerusalén aunque el pueblo ha quedado del lado de Jerusalén. Quienes se atreven a ir a Jerusalén ilegalmente corren el riesgo de ser multados y llevados ante los tribunales. Esto les impide comerciar los productos que cultivan en el campo.

En realidad, Nabi Samwil es una prisión para sus habitantes, donde ni siquiera pueden celebrarse bodas puesto que los palestinos residentes en Cisjordania no están autorizados a entrar en el pueblo, así que no habría ninguna posibilidad de que acudieran los familiares de los novios o los amigos y el resto de invitados.

Aid Barakat nos muestra una orden militar israelí, escrita en hebreo, mediante la que se confisca una gran parte de sus tierras. Otra orden similar le confisca un campo con 50 olivos. Barakat vive en una casa de dos habitaciones con su esposa y sus cuatro hijos. “Israel no nos permite construir absolutamente nada, ni para nosotros ni para nuestros animales, así que no podemos ampliar la casa”, comenta.

La pequeña escuela del pueblo es una habitación con varios pupitres donde estudian niños de primero a cuarto curso. Hay tres maestros que viven en Cisjordania y por lo tanto deben pasar cada día el control militar, pero la escuela no cuenta con ningún otro empleado, así que los maestros también se encargan de su limpieza. A diez metros de la escuela hay una caravana que también sirve de aula.

 

“Los niños mayores, los que estudian por encima del curso cuarto, tienen que ir diariamente a un colegio que hay en el pueblo de Bir Nabala, que está de la otra parte del muro, de manera que cada día se ven obligados a atravesar el control militar dos veces”, explica el maestro Jalil Abu Aruq.

Desde el dictamen de la CIJ de 1984 la vida de los palestinos ha empeorado, pero no la vida de los colonos judíos, como lo muestra el hecho de que su número ha crecido en más de 125.000 en esta década, y sigue creciendo sin descanso. Las expropiaciones tampoco se detienen, el agua está bajo el estricto control de Israel en la mayor parte de Cisjordania, y los israelíes hasta se permiten operar canteras de donde sacan las piedras que luego se utilizan para la construcción en Israel. 

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