Vladimir Spivakov: “En el escenario me podrían operar sin anestesia”

© RIA Novosti . Sergei Pyatakov / Acceder al contenido multimediaVladimir Spivakov
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En Colmar, una de las ciudades más pintorescas de la Alsacia francesa, se inauguró la 25ª edición del Festival Internacional de la Música Clásica, elegido por el New York Times como uno de los 10 mejores festivales de Europa. Su director artístico, el virtuoso violinista ruso, Vladimir Spivakov, habla a RIA Novosti de la felicidad, del dolor y la compasión.

En Colmar, una de las ciudades más pintorescas de la Alsacia francesa, se inauguró la 25ª edición del Festival Internacional de la Música Clásica, elegido por el New York Times como uno de los 10 mejores festivales de Europa. Su director artístico, el virtuoso violinista ruso, Vladimir Spivakov, habla a RIA Novosti de la felicidad, del dolor y la compasión.

 — En este festival la orquesta que usted dirige, Los Virtuosos de Moscú, dará un concierto benéfico a favor de una niña rusa de un año y medio que el 19 de julio se someterá a  una operación a corazón abierto en Berlín. ¿Qué le ha llevado a crear una fundación benéfica?

— En 1988, justo después del terrible terremoto en el norte de Armenia, en la antigua URSS, yo pasaba por un puente de Florencia (Italia), donde íbamos a dar un concierto. En el puente dos monjas recogían dinero para las víctimas del cataclismo. Me dijeron que habían reunido unas 10.000 liras. Esa noche, durante el concierto en la iglesia en San Lorenzo anunciamos que tocamos para ayudar a los armenios afectados por el terremoto: en una noche conseguimos reunir más de 60.000 dólares. La tragedia coincidió con la celebración de la primera edición del Festival de Colmar y organizamos aquí una exposición de dibujos de niños procedentes de las ciudades de Armenia devastadas por el desastre y compramos 37 sillas de ruedas infantiles. Porque la Unión Soviética lanzaba naves espaciales y poseía un enorme potencial militar, pero no producía sillas de ruedas.
Igualmente, de manera espontánea, un par de años antes decidimos ir al festival de Kiev, capital de Ucrania, seis días después del accidente nuclear de Chernóbil en 1986. No podíamos empezar el concierto: el público estaba de pie llorando. Nosotros, naturalmente, también.

- Entonces no revelaban la verdad sobre los niveles de radiación ni sobre la dimensión real de la tragedia. ¿Se daban cuenta del peligro al que estaban expuestos?

—Cuando sucedió estábamos de gira en Europa, en Viena, donde por todos los canales transmitían las imágenes de la nube radioactiva y hablaban del peligro que representaba. Luego, los familiares de los músicos, que les acompañaban hasta el tren Moscú-Kiev, me miraban con antipatía, pero la orquesta llegó a Ucrania en pleno. En la capital ucraniana nos estaba esperando una multitud con flores, no se podía uno abrir paso para llegar a la sala de conciertos... ¿De qué otra manera nosotros, los músicos, podemos expresar nuestra compasión?

© RIA Novosti . Yuri Abramotchkin / Acceder al contenido multimediaLa Orquesta Filarmónica Nacional de Rusia, dirigida por Vladimir Spivakov
La Orquesta Filarmónica Nacional de Rusia, dirigida por Vladimir Spivakov - Sputnik Mundo
La Orquesta Filarmónica Nacional de Rusia, dirigida por Vladimir Spivakov

-¿Echa de menos los tiempos de la URSS?

— Siempre he estado en contra de la destrucción del campo cultural de un país en ruinas. La desintegración de la URSS fue un terremoto político absolutamente devastador. Cuando pasa algo por el estilo, los que más sufren en cualquier sociedad son los niños y los ancianos. De ahí que surgieran los primeros proyectos de apoyo a nuevos talentos musicales en el espacio postsoviético. La Fundación envió un piano a Igor Chetúev, un adolescente de la ciudad ucraniana de Sebastópol. Al cabo de dos años el niño recibió el primer premio en el prestigioso Certamen Internacional de Piano Arthur Rubinstein en Israel.

- ¿Cómo consigue descubrir talentos entre niños que ni siquiera tienen un instrumento musical?

— Igual que los pájaros van donde hace mejor tiempo, estos niños acuden a mi fundación desde todas partes: Rusia, Uzbekistán, Bielorrusia, países Bálticos. Niños talentosos los hay en todas partes y en todas partes la Fundación tiene sus delegaciones.
Aunque a veces me encuentran de otras formas. Una vez, después del concierto en una ciudad rusa una mujer me entregó una nota. No pedía dinero sino recomendación a un cirujano para la operar a su hijo, Ioann, con una cardiopatía congénita. Le ayudé y me olvidé del caso cuando 3 años más tarde, después del concierto en la misma ciudad volví a ver a aquella mujer, ahora con el niño. Ioann me regaló un devocionario y dijo que quería tocar el violín como yo. Le envié un violín desde París y ahora Ioann Berdiuguin toca la viola y estudia en el Conservatorio de Moscú.

© RIA Novosti . Vladimir Pesnya / Acceder al contenido multimediaEn la ceremonia de inauguración del festival 'Moscú recibe a los amigos'
En la ceremonia de inauguración del festival 'Moscú recibe a los amigos' - Sputnik Mundo
En la ceremonia de inauguración del festival 'Moscú recibe a los amigos'

- ¿Qué significa ser feliz para usted?

— Los momentos más felices de mi vida son los ensayos. Es una búsqueda, una prueba para mis ideas. Cuando consigues el resultado, te sientes vacío durante un tiempo; los ensayos, en cambio, te llenan de felicidad. No me siento igual de feliz en los conciertos, depende del día, aunque cuando estoy en el escenario nada me molesta, no presto atención a nada más excepto a la música. Se me podría operar sin anestesia mientras dirijo. No sentiría dolor.

- ¿Cuándo siente dolor?

— Cuando soy incapaz de ayudar. La joven pianista rusa, Alina Kórshunova, de 16 años, tenía cáncer. La ingresamos en el mejor hospital de Nueva York, donde el tratamiento costaba 150.000 dólares. Los médicos estadounidenses tienen el deber de decir a los pacientes la verdad pero no fueron capaces de hacerlo en el caso de Alina. “Era un ángel, no pudimos decirle que le quedaban dos meses de vida”, confesaron luego. Una vez llegué a casa y sorprendí a mis tres hijas sentadas en el suelo alrededor de una vela encendida: “Estamos rogando a Dios para que salve a Alina”. La pianista murió. Luego durante un año y medio estuve tocando para pagar la deuda al hospital neoyorquino. A la felicidad se llega a través de la compasión.

- ¿Cómo se siente con respecto a los miembros de su orquesta: es un dictador o un pastor?

— Me siento un padre.

- ¿Es difícil ingresar en la orquesta Los Virtuosos de Moscú?

— Si viene algún candidato convocamos a todos los músicos y le pedimos que toque. Aunque en realidad, a mi me importa mucho más que sea una buena persona antes que un buen profesional. Cuando un músico toca, se oye lo que tiene en el alma. Yo desconozco lo que tienen en el alma los jóvenes de las nuevas generaciones. Ellos han crecido en un mundo totalmente diferente del mío. Por eso, para ser sincero, confesaré que antes de invitar a nadie a la orquesta pedimos referencias sobre el candidato para saber qué clase de persona es.

- ¿Nunca se equivoca?

— Claro que sí. Pero si uno cierra la puerta temiendo cometer un error, la verdad tampoco entrará nunca.

- Usted es uno de los músicos rusos que más tiempo llevan en el escenario. ¿Le cuesta mantenerse en forma?

— Con la edad  tengo que dedicar más tiempo para no perder la forma. Intento ensayar todos los días, no paro de viajar. Esto me ayuda a mucho. Me encanta trabajar en los vuelos de larga distancia: a Tokio, a Pekín, a Nueva York. Allí me puedo concentrar, nadie me distrae aunque a primera vista fuera puede parecer que estoy loco porque gesticulo, canto sólo. Una vez estuve trabajando con una nueva partitura en el avión con destino a San Francisco. Un pasajero antes de bajar me dio su tarjeta de visita diciendo: “Este es mi teléfono. Me necesitará”. Era director de la Unidad de Neurología en el hospital local. Pedí a mis asistentes que invitasen a este médico a mi concierto. Cuando nos vimos después del espectáculo me dijo: “Maestro, resulta que soy yo el que le necesita”.

© RIA Novosti . Yekaterina Tchesnokova / Acceder al contenido multimediaVladimir Spivakov
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- Muchos artistas y escritores rusos de su generación emigraron de la Unión Soviética. ¿Por que no lo hizo Usted? Las oportunidades e invitaciones no le faltaron nunca...

— Estoy seguro de que ser un artista, un músico, un escritor ruso es una misión. Como decía el gran poeta Joseph Brodski, se iba al exilio para terminar la vida, no para vivir. Todo lo que tengo en esta vida, está en Moscú: las tumbas de mis padres, la fundación benéfica, Los Virtuosos de Moscú, la Orquesta Filarmónica Nacional de Rusia. En este país podría vivir sin ganar un duro, sé que no me dejarían morir de hambre, encontraría amigos en cualquier ciudad.

- Todo el país, por supuesto, le conoce, aunque sea de vista. Pero hoy en día los aficionados no asedian las taquillas para comprar entradas para un concierto de música clásica, que sigue siendo elitista...

— ¡Todo lo contrario! Al principio incluso recogíamos, en calidad de 'trofeos', las astillas de las puertas que se quedaban destrozadas después de que el público hubiera asaltado las salas donde tocábamos. Después de la astilla número 41 dejamos de contar. Me acuerdo de un episodio curioso en Minsk, la capital bielorrusa. Justo antes del concierto vino el director de la Filarmónica corriendo y asustado y dijo que los 'metaleros' locales estaban derribando la puerta del edificio para poder escuchar la música clásica. Salí a hablar con los “infractores del orden público” y luego pedí poner 100 sillas para ellos directamente en el escenario ya que en la sala no había espacio. La única condición que les puse era no hacer ruido con las cadenas de metal que llevaban. Hasta la última nota los metaleros permanecieron inmóviles y en completo silencio.

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