La década prodigiosa de Abramóvich en el Chelsea

© RIA NovostiLa década prodigiosa de Abramóvich en el Chelsea
La década prodigiosa de Abramóvich en el Chelsea - Sputnik Mundo
Síguenos en
Hace diez años los ingleses oyeron de verdad hablar del petróleo ruso y de los oligarcas. Los oligarcas rusos hicieron su aparición en el Reino Unido como si hubiesen creído en la posibilidad de convertirse en británicos de a pie. Hace diez años Román Abramóvich compró el Chelsea.

Hace diez años los ingleses oyeron de verdad hablar del petróleo ruso y de los oligarcas. Los oligarcas rusos hicieron su aparición en el Reino Unido como si hubiesen creído en la posibilidad de convertirse en británicos de a pie. Hace diez años Román Abramóvich compró el Chelsea.

El mejor negocio de Ken Bates

El club de fútbol Chelsea fue adquirido por Román Abramóvich con todas sus tripas. Los tabloides londinenses estaban frenéticos con la noticia. La prensa británica de calidad daba la noticia pasando un poco de puntillas, haciendo hincapié en la parte comercial de la compra. El club, que había sido comprado por Ken Bates por una libra esterlina en 1982, acabó siendo vendido al oligarca ruso por 140 millones. Hay que destacar, para entender la dimensión de las ganancias de Bates (que tenía 71 años en 2003), el Chelsea tenía además deudas por valor de 80 millones.

Pero, fueran cuales fueran las condiciones económicas de la adquisición, todo el mundo se dio cuenta de que había tenido lugar un hecho sin precedentes en la historia del fútbol de las islas, y probablemente en la historia del Reino Unido. Algo así como si Boris Berezovski hubiese logrado alquilarse el Big Ben.

Abramóvich había comprado uno de los símbolos del fútbol inglés. Un club del que es hincha, entre otros, el ex primer ministro John Major, además de un montón de famosos del mundillo de la capital británica. Un club que se vanagloria de tener a los hinchas más aguerridos. Hinchas cuya enemistad con los seguidores de los demás equipos es notoria, y sobre todo con los de los otros equipos de la capital.

El fútbol en Inglaterra forma parte del patrimonio nacional. Y cualquier club, incluso si hace 20 años que no sube de las ligas para aficionados, también es parte de ese patrimonio. Cada uno de los clubes tiene detrás un ejército de seguidores incondicionales y una historia que llega hasta el siglo XIX. Y cada uno tiene una densa historia de victorias y derrotas, de amores y traiciones, de todo tipo de escándalos.

El Chelsea no es una excepción. En 2003, los “azules” (que es como son conocidos los pertenecientes a este equipo y no como los “aristócratas”, que es una denominación inventada por los periodistas rusos), para desesperación de sus seguidores, no estaban ni mucho menos entre la élite de la Premier League.

Con su barba blanca y sus decisiones duras e imprevisibles, Ken Bates logró sacar a empujones al equipo de la segunda división. En el Chelsea llegaron para entrenar al equipo técnicos de gran renombre como Hoddle, Vialli o Gullit. El equipo empezó a cosechar triunfos, como las copas de 1997 y 2000 e incluso la Recopa en 1998. Sin embargo, nunca se logró alcanzar la cumbre: el campeonato de liga. Las deudas se iban acumulando y la paciencia de los hinchas se agotaba.

Por ello, la venta del club se interpretó como una más de toda la serie decisiones imprevisibles de Bates: como si el empresario aventurero hubiera decidido recoger ganancias. Los hinchas del equipo recibieron la noticia con alegría: qué más da de dónde venga el dinero, de las nieves de Rusia o del desierto de Arabia. Con mucha más reserva fue acogida, sin embargo, por parte de los políticos y algunas personalidades públicas que, para empezar, pusieron en cuestión la legalidad de la compraventa y, cuando se vio que no había nada que oponer a la adquisición de Abramóvich, empezaron a decir que el Chelsea no era más que un juguete de oligarca y que abandonaría el club en cuanto se cansase de jugar con él.

El tiempo acabó demostrando que no todos tenían razón. Bates no pudo con Abramóvich, y el barbudo presidente pronto desapareció del Chelsea (o Chelsky, como alguno le llamaba no sin cierta sorna en los primeros años de mandato del millonario ruso). Las esperanzas de los hinchas rusos se acabaron cumpliendo, pero no así las predicciones de aquellas personalidades sociales. Es más, la compra del Chelsea por parte de Abramóvich abrió el camino a nuevas adquisiciones en la Premier League, procedentes ya de otros países.

Siguiendo el camino de Abramóvich

Quizá no se puede acusar a Abramóvich  de abrir la vía para que entrara dinero en el fútbol inglés. Si no hubiese sido él, hubiese sido otro después de él. Importan casi más que los pioneros, los que son capaces de instalarse y dominar el territorio conquistado.

Después de Abramóvich  llegaron los jeques árabes. Pero él fue el primero: los jeques llegaron sólo después de haber visto cómo se quebraban las tradiciones. Abramóvich  se compró un equipo, convirtiéndose él mismo en una revelación. Y lo logró con una seguridad ofensiva desde el punto de vista británico, en que para lograr el éxito en el fútbol inglés no es necesario seguir al pie de la letra las tradiciones sino que es necesario simplemente tener una cartera generosa.

El Chelsea, que ni soñar había podido durante décadas con hacerse con el campeonato, estuvo a punto de alzarse con la Liga de Campeones. Y, de un modo muy simbólico, estuvo a punto de lograrlo en Moscú, cayendo únicamente ante uno de esos clubes para los que, a diferencia del Chelsea, el derecho a ganar lo tienen adquirido desde hace decenas de años.

Resultaba así que no es necesario ser una leyenda histórica: basta con hacerse con una marca reconocible, contratar jugadores con nombre, elegir un entrenador que sepa escuchar al dueño del club. Y si un entrenador no resulta bien, pues a encontrar otro tirando de chequera. Y si otra vez no sale bien, pues a intentarlo otra vez sin reparar en gastos.

Más tarde se alzaría con el campeonato en Inglaterra el Manchester City, también gracias al dinero procedente del petróleo (aunque en este caso árabe). Fueron ya muchos los que siguieron el camino trazado por Abramóvich : pero con más dinero todavía.

El proyecto del “Chelsea ruso”

Pero Abramóvich  no era una expresión rusa de la globalización; al revés que los jeques árabes, que sí que son la viva expresión de la globalización. Abramóvich  siguió siendo muy ruso. Y no sólo porque pagara al entrenador de la selección, como pagando por sus pecados por su inversión extranjera.

Después de esta primera ola, de la que fue pionero, de inversiones millonarias que parecían crecer de los mismos muros de Westminster, las reverberaciones alcanzaron también al fútbol ruso. Y fue una cosa que ocurrió después de la compra del Chelsea y, sin ninguna duda, como consecuencia de ella.

La indignación patriótica levantada por la adquisición del club inglés acabó provocando una ola semejante de responsabilidad social del mundo empresarial ruso de cara al fútbol nacional: es decir, siguiendo el esquema ideado por Abramóvich, pero en provecho de los ideales nacionales.

Para apoyar al fútbol patrio, a los alcaldes y gobernadores (deseosos de desprenderse de la pesada carga de sostener a los clubes de fútbol de importancia municipal o regional) se sumaron los oligarcas y los capitanes de la industria rusa. Hay que decir que ya antes había experiencias de este tipo, como el de la relación entre el Lokomotiv y los ferrocarriles rusos. Sin embargo, así como era de todos conocido en el club que el ministro Guennadi Fadéev era muy aficionado al fútbol, Yakunin estaría encantado de que alguien le quitase este “activo” de la empresa.

Abramóvich  mostró cómo había que hacer las cosas y, desde el punto de vista ruso, se convirtió en un camino comprensible y fácil de recorrer. El más “inglés” de los clubes rusos, desde esta perspectiva, fue por supuesto el Anzhi: dinero a mansalva y nombres todo lo sonoros que fuera posible. Aunque, a decir verdad, algunas estrellas se ficharon para jugar en la misma posición, mientras que otros puestos quedaban prácticamente sin cubrir.
Pero el Anzhi era sólo la vanguardia propagandística de una idea más general que podríamos denominar el “proyecto de las inversiones millonarias”. En ese momento se produjo la atracción fatal de los holandeses por Rusia. Llegó Guus Hiddink, que une sus cualidades como un entrenador excepcional a un apetito indisimulado por los ingresos millonarios. En su caso, al menos se daban estas dos cualidades juntas, cosa que, como se vio con Dick Advocaat, no siempre tienen por qué coincidir en la misma persona. 

Regalo para oligarca

Abramóvich  en cualquier caso logró el reconocimiento, todo lo parcial y condescendiente que se quiera, de los más decentes círculos sociales ingleses. Al hasta hace unos años mediocre Chelsea, ahora la Liga Europea le parece un simple premio de consolación.

Ser sondeado para un posible fichaje por el Chelsea implica para un jugador ser considerado una estrella del fútbol. Mucho más cuando, tras el caso de  Fernando Torres, cuyo fichaje tardó un año en justificarse, parece haberse acabado la época de las compras de jugadores “a ciegas”.

El Chelsea sigue siendo uno de los clubes más odiados de la Premier League, pero ha dejado de parecer el capricho de un día: a pesar de las previsiones, ha acabado por tener una imagen propia y definida.

Está comprobado que el medio ambiente que le rodea a uno es fundamental, y por ello el “proyecto de las inversiones millonarias” en Rusia se ha acabado desarrollando de acuerdo con un guión completamente diferente. En Rusia es como si el dinero sirviese sólo para echar a perder nuestro fútbol.
¿Por qué en los mejores clubes europeos pueden jugar durante muchos años el ucraniano Shevchénko, el georgiano Kaladze y el bielorruso Gleb y sin embargo los jugadores rusos no permanecen? ¿Por qué Arshavin consideraba su estancia en el Arsenal como unos trabajos forzados? Muy sencillo: en Rusia no se exige la ser un profesional.

Para qué matarse entrenando unas cuantas horas más para estar al nivel de Van Persie en el Arsenal, si es posible ganar más o menos lo mismo en casa en el acogedor Gazprom. La lógica del fútbol como deporte cede ante la lógica del fútbol como asociación del Estado y del mundo empresarial.

El dinero de Abramóvich  fue para el Chelsea un empujón para una suerte de arranque que, en perspectiva histórica, podría no llegar a culminarse. Incluso si ya ha dado algún resultado. Sin embargo, nadie puede asegurar que dentro de diez años los jeques del Manchester City y sus equivalentes rusos sean capaces de presumir de los mismos resultados.

LA OPINION DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

Lo último
0
Para participar en la conversación,
inicie sesión o regístrese.
loader
Chats
Заголовок открываемого материала