Lavrenti Beria, verdugo y reformador

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Uno de los organizadores de los arrestos y ejecuciones masivas en la URSS y a la vez un brillante estadista y reformador que impulsó el desarrollo económico y tecnológico del país.¿Es posible que se trate de una misma persona? Sí, es posible.

Uno de los organizadores de los arrestos y ejecuciones masivas en la URSS y a la vez un brillante estadista y reformador que impulsó el desarrollo económico y tecnológico del país.¿Es posible que se trate de una misma persona? Sí, es posible.

Es Lavrenti Beria, la mano derecha del líder soviético Iósif Stalin. Fue arrestado hace 60 años, el 26 de junio de 1953, un par de meses después de la muerte del “Jefe”. Según una de las versiones sobre su ejecución, Beria fue asesinado en su propia casa en el momento de arresto y nunca compareció ante el tribunal que lo condenó a muerte meses más tarde.

Un genio malvado

La figura de Lavrenti Beria y su papel histórico siguen suscitando acalorados debates en Rusia. Los acérrimos opositores y las víctimas del régimen estalinista son incapaces de reconocer que este hombre, un símbolo de la represión, al mismo tiempo logró que la Unión Soviética tuviera su propia bomba atómica en 1949. Además, creó lo que luego se convertiría en el principal centro educativo y científico de Siberia e impulsó proyectos de investigación que permitirían a la URSS lanzar el primer hombre al espacio.

Los reivindicadores del legado soviético, en cambio, hacen hincapié en los logros de Beria en materia de desarrollo tecnológico y militar. Afirman que gracias a los proyectos llevados a cabo por el comité especial para “coordinar todas las investigaciones sobre el uso de energía nuclear”, creado en 1945 y dirigido por Lavrenti Beria siendo jefe de los servicios secretos, la Unión Soviética pudo alcanzar una paridad estratégica con Estados Unidos y mantenerla hasta los años 1990.

Los defensores de Beria están convencidos de que éste, como indican algunas fuentes, quería negociar la reunificación alemana y, por supuesto, no les gusta aceptar que además de ser un destacado político era un verdugo.

En realidad, resulta incomprensible la intransigencia de ambas posturas. ¿Acaso un asesino no puede ser un buen gobernante? ¿Acaso la historia no nos proporciona muchos ejemplos de genios malvados? Basta con recordar a la familia de los Borja tan influyente durante el Renacimiento...

Aunque, sí, se puede comprender cómo ha nacido una visión tan parcial e ideologizada en la cual se cultiva la visión en blanco y negro, bueno y malo. Por ejemplo, el escritor y disidente soviético Vasili Aksiónov en su novela ‘La isla de Crimea’ (1979) tacha a Stalin de un “cero a la izquierda”: así se titula el capítulo dedicado al “padre de los pueblos”  donde el novelista cuenta que el que sería el líder soviético durante casi treinta años no lavaba calcetines mientras vivía en el exilio. En otra novela trata de la misma manera a su colaborador incondicional, Lavrenti Beria.

Aksiónov tuvo sus motivos, en 1937 sus padres fueron detenidos, falsamente acusados de tener conexiones con los trotskistas y sentenciados a 10 y 15 años de trabajos forzados, mientras que él mismo, con cinco años de edad, fue declarado hijo de los "enemigos del pueblo" y enviado a un orfanato, impidiendo que sus familiares lo tomaran bajo su cuidado.

Pero se ha extralimitado. A Stalin y a Beria se les puede llamar de mil maneras, menos “un cero a la izquierda”. Todo lo contrario, son personalidades fuera de serie que vivieron en una época singular. 

Espía y aventurero

En contra de lo que se cree, Stalin no se rodeaba de personas mediocres y sin talento. La Revolución Bolchevique de 1917 en Rusia llevó al poder a gente de lo más variopinta.  Hasta la década de los cincuenta revolucionarios analfabetos compartían los cargos clave con figuras extraordinarias, aunque no siempre con títulos.

El propio Stalin era conocido por su capacidad de leer con una velocidad asombrosa y luego recitar páginas enteras. Se interesaba, aunque de manera muy selectiva, por la historia, la lingüística y la literatura: era más de letras.

Beria, en cambio, era ingeniero, aunque en su momento no pudo continuar los estudios superiores en Ingeniería por falta de recursos, ya que provenía de una familia de campesinos pobres.

Al mismo tiempo los dos eran hijos de la revolución y la guerra civil, dos momentos de la historia en los que los diez mandamientos dejan de funcionar y los adversarios políticos se acostumbran a matar para que no los maten.

Antes de que triunfara la Revolución Bolchevique Iósif Stalin era terrorista. Beria llegó al poder por otro camino. La mayor parte de su vida, hasta los 39 años, la pasó en el Cáucaso, una región donde se enfrentaban más de dos bandos, donde además de revolucionarios y contrarrevolucionarios había movimientos nacionalistas y religiosos apoyados desde Turquía, Inglaterra y Alemania.  Se tuvo que abrir paso hacia la cumbre haciendo equilibrios entre muchas fuerzas opuestas.

En algún momento de su vida llegó a colaborar con los servicios secretos de cuatro gobiernos. Pero en 1920 definitivamente se convierte en un agente secreto soviético y se une a la Cheka, la primera policía política de la URSS. En esa época una revuelta bolchevique estalló en Georgia, en donde tanto el Ejército Rojo como la Cheka tuvieron una participación protagonista.

En 1922 Beria, de 27 años de edad, fue designado cabeza del Directorio Político del Estado (GPU, por sus siglas en ruso, la policía secreta de la URSS) en Georgia. En 1924 lideró la represión de una revuelta nacionalista en Tiflis, capital georgiana, donde se afirma que 5.000 personas fueron ejecutadas. Beria, un aliado cercano de Stalin en su ascenso al poder en la Unión Soviética, por su actuación en la represión de la revuelta, se convirtió en jefe de la “división política-secreta” de la GPU Transcaucásica. En 1931 fue designado secretario del partido en Georgia y para toda la zona de Transcaucasia en 1932.

Resumiendo: en los inicios de su carrera política era un espía y un aventurero y su único talento era salir airoso de cualquier coyuntura adversa. Sin embargo, en los años treinta se distinguió como un buen administrador: en pocos años consiguió un crecimiento impresionante de la economía en Georgia.

Fue entonces cuando el Kremlin necesitó un nuevo  Comisario del Pueblo para el Interior de la URSS.

Un reformador odioso

En noviembre de 1938, Beria sustituyó a Nikolái Yezhov en la dirección del Comisariado del Pueblo (equivalente a ministerio) para Asuntos Internos (NKVD, por sus siglas en ruso), un organismo de macabra reputación por ser responsable de las persecuciones de los opositores al régimen.

El nuevo jefe del NKVD, que había eliminado sin piedad a miles de dirigentes e intelectuales georgianos, se hizo famoso por ejecutar a su predecesor, Yezhov, y liberar a unas 200.000 personas de los campos de concentración.

Fueron admitidas oficialmente ciertas "injusticias" y "excesos" y, aunque el terror continuó, el nombre de Beria quedó asociado a esta amnistía.

Más tarde, tras la muerte de Stalin, Lavrenti Beria hizo lo mismo: anunció una amnistía para más de un millón de presos.  Entonces, en 1953, era, de hecho, el hombre más poderoso del país y tenía en sus manos todo el poder, mucho más poder que Nikita Jruschov, quien se convirtió entonces en Secretario del Partido Comunista. Pero fue Jruschov quien derrotó a Beria apenas cuatro meses después.

En estos cuatro meses Beria logró realizar cambios importantes. Encabezaba entonces un movimiento de liberalización, que además de la liberación de prisioneros políticos, incluía reformas económicas y sociales. En abril de 1953 prohibió la tortura en las prisiones. Al mismo tiempo dictó una política más liberal hacia las minorías étnicas de la Unión Soviética y pretendía reducir al máximo la responsabilidad del Partido en la administración directa de la economía, promoviendo para ésta cuadros técnicos y no políticos.

Aquello parecía otra revolución. De haberse puesto en práctica todas esas iniciativas, la economía soviética probablemente hubiera tomado otro rumbo en lugar de colapsarse durante el gobierno de Jruschov.

No cabe olvidar tampoco que al mismo tiempo Beria consiguió tomar bajo su control todos los servicios secretos del país y puso a “su gente” en todos los puestos clave para seguir ejerciendo represalias.

Es curioso: desde 1938 hasta su muerte ocupaba oficialmente el cargo de ministro (comisario) del Interior. Pero, de hecho, desempeñó este cargo como tal tan sólo durante dos años. Luego se encargó solo se supervisar el funcionamiento de la “máquina represiva”. Pero el miedo y el odio hacia él, seguramente justificados, eran tales que en junio de 1953 junto a él arrestaron a varias decenas de sus allegados en diferentes partes del país.

No importa cómo se califique lo que hizo Jruschov ejecutando a Beria: un golpe de Estado o una “desestalinización” alternativa. Una cosa está clara: en aquel momento el odio y el miedo que infundía Lavrenti Beria resultaron ser más fuertes que la lógica política e histórica.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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