Boris Berezovski, un "cadáver ideológico"

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Las declaraciones de la policía británica, que investiga la muerte del oligarca ruso Boris Berezovski, no disipan las dudas sobre el caso.

Las declaraciones de la policía británica, que investiga la muerte del oligarca ruso Boris Berezovski, no disipan las dudas sobre el caso.

Todo lo contrario, no hacen otra cosa que alimentar la curiosidad pública. Cada día trascienden nuevos detalles y surgen nuevas preguntas.

Una cosa es que haya muerto por causas naturales como un ataque cardíaco o un edema pulmonar. Nada interesante. Otra cosa distinta es muerte por suicidio, depresión, un amor no correspondido o algo por el estilo. Aquí se abre un amplio campo para interpretaciones y conjeturas. Tienen que intervenir psicólogos, psiquiatras y literatos.

Y una tercera posibilidad es que se sospeche la implicación de una tercera persona que le “hubiera ayudado a morir”. Esto ya es una causa criminal mezclada con la política. O al revés: la política disfrazada de delito. Un auténtico caldo de cultivo para las fantasías detectivescas de los ‘conspiracionistas’. Casi como después del asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy o la muerte del líder soviético Iósif Stalin.

Pero nada de eso nos importa. Aquí nos ocuparemos de analizar la nueva condición de Boris Berezovski. Mientras vivía fue un oligarca poderoso, luego un oligarca exiliado, un enemigo de la patria, un personaje extravagante y, por último, un marginado ambicioso...

Ahora su posición social es la de un “cadáver ideológico”.   

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Este macabro título, aplicado a las personas que después de su muerte siguen desempeñando cierto papel en la política de un país fue inventado por el dramaturgo soviético Nikolai Erdman (1900-1970). En su pieza más célebre, 'El Suicida' (1928), un personaje consuela a la viuda del protagonista quien, supuestamente, se acaba de quitar la vida: “Su esposo ha muerto pero su cadáver está lleno de vida. Vive entre nosotros como un fenómeno social. Mantengamos juntos esta vida. Ahora, más que nunca, necesitamos cadáveres ideológicos”.

De la misma manera, el cadáver del magnate Berezovski está “lleno de vida”: figura en numerosos artículos, ensayos y programas de televisión. Se habla de él y se discuten sus hechos. Unos le pisotean, otros le ponen por las nubes. Unos hacen de él un ídolo. Otros, un ogro.

Pero  todos coinciden en que Berezovski no fue un científico, ni un economista, no fue politólogo ni mucho menos un político. Fue un jugador. Todo se lo llevó el viento. Algún día fue un jugador apasionado, ahora es una carta para jugar, como cualquier cadáver ideológico. Sirve para lanzarla cuando se habla del -mercado, democratización, privatización, corrupción, emigración- cuando hay que contraponer algo a Occidente y su liberalismo, su antipatriotismo y su cosmopolitismo. En este sentido el cadáver de Berezovski es un triunfo. Su vida y su suerte podría parecer una fábula con evidente intención moral: no hagáis esto ni aquello porque si no...

No es imposible que mañana se encuentre el archivo del difunto con ciertos documentos y testimonios desagradables para algunos de los que viven...

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Aquí cabe recordar que a lo largo de la historia de Rusia los cadáveres “llenos de vida” han sido tan frecuentes como los zares impostores. Sólo que los últimos son más conocidos, especialmente gracias a las obras literarias basadas en los episodios históricos. Pero pocos conocen el fraude tramado por Vasili Shuiski a principios del siglo XVII para justificar su propio advenimiento al trono bajo el nombre de Basilio IV de Rusia  tras el asesinato de Dimitri I 'El Falso'.

Shuiski organizó una campaña propagandística sin precedentes con el objetivo de demostrar que su predecesor era un impostor. Hizo abrir la tumba del auténtico heredero del trono, Dimitri Ivánovich de Rusia, muerto en circunstancias extrañas a la edad de ocho años. El nuevo zar  anunció, en contra de lo constatado anteriormente, que el inocente niño había sido asesinado, algo que confirmaban los "restos incorruptos" de la criatura. Sin embargo, al abrir la tumba el cadáver estaba tan descompuesto que hubo que reemplazarlo por el cuerpo de otro niño sacrificado a propósito para presentarlo al pueblo. Así fue que Dimitri Ivánovich se convirtió 15 años después de su muerte en un "cadáver ideológico" en la lucha por el poder.

Sin embargo, el cuerpo embalsamado de Lenin, tan "vivo" antaño, ya es un "cadáver estratégico", nadie saca su nombre en la Rusia moderna para nada. En cambio, Stalin, sin el que no transcurre ningún debate sobre los destinos de la nación, sigue "lleno de vida".

En nuestros tiempos un líder político que tiene todas las posibilidades de convertirse en un "cadáver ideológico" es Hugo Chávez. No es casual que las autoridades venezolanas quisieran embalsamar su cuerpo: en vísperas de las elecciones presidenciales es una táctica muy inteligente. Se suele decir que América Latina es el territorio del realismo mágico. No es de extrañar, por lo tanto, que el presidente en funciones de Venezuela, Nicolás Maduro, afirme que el fallecido presidente Hugo Chávez pudo haber influido en la elección del cardenal argentino como nuevo papa, ni que la gente se lo crea.

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No quiero comparar la figura de Berezóvski con la del difunto líder venezolano, ni mucho menos con Iósif Stalin. Sólo pretendo analizar una tendencia. Quizás, Chávez se convierta en un proyecto político a largo plazo. Boris Berezovski, desde luego, no. Su papel como "cadáver ideológico" es demasiado pragmático y puntual: desacredita el liberalismo. Tampoco se podrán esclarecer los motivos que habrían llevado al exmagnate ruso a tomar la drástica determinación de ponerle fin a su vida si es que se trata de un suicidio.

El protagonista de la ya mencionada pieza de Erdman, 'El Suicida', se peleó con su mujer por culpa de un bocadillo de salchichón y  en un arranque de cólera decidió pegarse un tiro. Ya llegó a redactar una nota de suicidio que decía "pido no culpen a nadie de mi muerte", cuando apareció un activista de los intelectuales: "Así no se puede. Es imposible. ¿Cómo que 'no culpen a nadie'? Todo lo contrario, tiene que acusar y culpar. Usted se quiere pegar un tiro en la cabeza. ¡Excelente! Pero no olvide que no está sólo. Mire a nuestros intelectuales. Están callados. ¿Por qué? Porque les obligan a callar. Pero a un muerto no se puede obligar a callar si decide hablar. Hoy en día sólo los muertos pueden decir lo que piensan los vivos".

Un falso suicida de otra comedia satírica rusa, 'La muerte de Tarelkin' de Aleksandr Sujovó-Kobilin, exclamaba: "¿Qué es la muerte? Fin de todas las cuentas. ¡He ajustado las mías, he pagado las deudas, estoy en paz con los valedores y liberado de los amigos!”

No es precisamente el caso de Boris Berezovski pero algo tiene en común. Quizá la idea de la muerte como liberación.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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