La Juana de Arco del nacionalismo francés

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Marine Le Pen es una figura a la que se adora o se odia. Sin embargo, desde que esta político francesa de 42 años de edad, presidenta del Frente Nacional e hija del ultranacionalista Jean-Marie Le Pen, reunió en la primera vuelta de las elecciones presidenciales el 18% de los votos emitidos, ya no puede pasar desapercibida.

Marine Le Pen es una figura a la que se adora o se odia.

Sin embargo, desde que esta político francesa de 42 años de edad, presidenta del Frente Nacional e hija del ultranacionalista Jean-Marie Le Pen, reunió en la primera vuelta de las elecciones presidenciales el 18% de los votos emitidos, ya no puede pasar desapercibida.

“La cara humana del nacionalismo” permitió sacar a esta sensibilidad política del aislamiento político en Francia, al igual que ocurre en la actualidad en Rusia.

Una peste de pelo rubio

Aunque durante su infancia no pasaba ni un día sin que le dijeran que su padre, que había ejercido una influencia crucial en la formación de su personalidad, era un fascista, no se parece en absoluto a la imagen caricaturesca de los representantes de la extrema derecha europea creada por la prensa. Nada de cazadoras de cuero, ni del característico ademán a modo de saludo.

Es una fumadora empedernida de voz ronca, madre de dos hijos, con dos divorcios como parte de su trayectoria vital y que siempre está dispuesta a enzarzarse en un debate y defenderse en un lenguaje claro y preciso ante cualquier ataque verbal. Ofrece una imagen mucho más democrática que el refinado presidente actual, Nicolás Sarkozy. Incluso parecen haber intercambiado su manera de vestir: los finos trajes de Sarkozy están en absoluta consonancia con las tendencias de la moda, en su imagen nada desentona y todo se aprovecha para subrayar su vitalidad algo agresiva y su envidiable forma física.

Marine Le Pen, al contrario, va vestida con modestia y a veces sus trajes formales y sus blusas le quedan algo holgados. No intenta aparentar tener 20 años, optando por ser ella misma. Es como si intentara transmitir que no tiene demasiado tiempo para cuidarse, dado que necesita salir corriendo en cualquier momento para defender a su pueblo.

Al mismo tiempo, en su papel de defensora Le Pen es insuperable: no se pierde ante ningún comentario sarcástico ni sucumbe ante el discurso sobre “la inevitabilidad de la globalización”, “las ventajas de los mercados abiertos” y “la escasa movilidad de los franceses chapados a la antigua”.

Sus enemigos le pusieron el sobrenombre de ‘La peste rubia’, haciendo referencia a la vez a la peste negra y a la peste parda del nazismo. Marine, sin embargo, no se lo toma muy a pecho, más bien al contrario: parece identificarse plenamente con esta imagen de la “bestia rubia”. Tiene espíritu de guerrera: no en vano le puso de nombre a su hija Jeanne, en honor de Juana de Arco.

La guerrera desenvaina la espada

¿Y de quiénes tiene que defender a su pueblo? Desde los años 80 del siglo pasado la prensa se empeña a repetir siempre lo mismo, que Marine y su padre son unos nacionalistas intransigentes que odian a cualquier forastero. Y no dejan de acordarse de cómo Jean-Marie Le Pen dijo en cierta ocasión que el Holocausto era un “detalle” de la Segunda Guerra Mundial.

Mientras tanto, el Frente Nacional hace años que dejó atrás el antisemitismo. ¿Quién culparía ahora de todos los males habidos y por haber a los judíos, cuando precisamente los alumnos de un colegio judío cayeron víctimas del reciente ataque perpetrado en Toulouse por Mohamed Merah, viva encarnación de los avisos de los nacionalistas franceses?

Para las generaciones jóvenes de la población de Francia el odio a los judíos no es un tema de actualidad. Algunos antiguos colaboradores del régimen de Vichy o católicos ortodoxos, a quienes Le Pen padre permitió la entrada en su Partido en la época de su fundación, en 1972, sí que se podían permitir alguna declaración antisemita. Y por este hecho ellos y su padre también son censurados por Marine Le Pen.

Heredó la presidencia del Partido en 2011, tras una honrada e intensa lucha con otros candidatos, en la cual reunió el 67% de los votos emitidos. Acto seguido, Marine procedió a “reiniciar” el Frente Nacional, creando una nueva base ideológica del movimiento, la defensa de la Francia tradicional, pero laica. Y también la defensa de todos los franceses, mejor dicho, de todos aquellos que adoptan la cultura francesa, incluyendo a los cristianos, judíos, madres solteras y homosexuales.

Lo que rechaza Marine Le Pen es la cultura de “no aceptación”, cuando la gente, procedente por ejemplo del Norte de África, tras instalarse en Francia sigue viviendo en comunidades cerradas, negándose a adaptarse a su nuevo país y exigiendo al mismo tiempo que Francia se amolde a sus costumbres.

Unas notas de metal en la voz de Marine Le Pen

Pero de repente y para la completa sorpresa de todos, los obreros que antes votaban a los comunistas, empezaron a votar a Marine y el nombre de Frente Nacional ya no provoca más gestos de disgusto. Los socialistas y los liberales le dieron a entender inequívocamente que, en caso de salir ella a la segunda vuelta, unirían las fuerzas en su contra. No obstante, la gente corriente ve esta declaración como una señal de cobardía.

Marine, por su parte, subraya constantemente que el principal problema de Francia no son los inmigrantes, sino la “dictablanda” de los organismos financieros internacionales y de los burócratas de la Comunidad Europea. Y en su versión de los hechos, Nicolás Sarkozy es un emisario de estas mismas fuerzas.

Cuando Marine Le Pen se pone a hablar de los “partidarios de la globalización” y los “ultra liberales” su voz algo ronca adquiere tonos de metal: son las redes comerciales multinacionales que abren por doquier sus supermercados, arruinando a las pequeñas empresas. Son estos agentes los que trasladan sus fábricas a China, eliminando los puestos de trabajo antaño bien pagados. Y su política cínicamente calculada prevé el fomento de la migración ilegal, porque de esta forma se puede hacer dumping en el mercado a costa de la mano de obra baratísima de los desnutridos árabes y al mismo tiempo maximizar los beneficios de las grandes empresas.

Esta maniobra ayudará a algunos a percibir unos ingresos más altos, pero a largo plazo tendrá unas consecuencias desastrosas. Y, prosigue Marine Le Pen, los autores de la política migratoria de la UE no tienen la costumbre de pensar en el futuro de Francia ni de Europa en general.

Abordando el tema ruso

Estos ánimos tan característicos para la Europa actual también se dejan sentir en Rusia, solo que en vez del Norte de África se habla de Asia Central y del Cáucaso.

El nacionalismo extremista está siendo reemplazado por el nacionalismo profesado por gente burguesa. El Partido Elección Democrática, de Vladimir Mílov, se pronuncia por abrir las fronteras con la Unión Europea y por suprimir unilateralmente el régimen de visados con esta “zona de paz y estabilidad”.  Seguramente en una serie de cuestiones se pondrían de acuerdo con suma facilidad. Menos en la evaluación del ultraliberalismo, dado que Marine Le Pen aspira a tener un Estado fuerte y capaz de proteger la industria nacional de las costumbres de la sociedad francesa y de los ‘tsunamis’ de la competencia mundial.

Curiosamente, la líder del Frente Popular muestra hacia Rusia una actitud más benévola que otros candidatos a la presidencia francesa. Era previsible que sintiera más simpatías por nuestro país que el socialista Francois Hollande, que no quiere ni oír hablar de Rusia, y el candidato por la izquierda Jean-Luc Mélenchon, porque para estos políticos Rusia es un país que echó a perder un gran proyecto de izquierdas. Y hasta cierto punto tienen razón, pero no por ello deberían pagar las frustraciones de sus partidos con las nuevas generaciones del pueblo ruso.

Lo que sorprende es que Le Pen muestre una actitud más positiva hacia Rusia que el defensor de la globalización, Nicolás Sarkozy, que supuestamente mantiene buenas relaciones con Vladimir Putin y Dmitri Medvédev. Y Marine Le Pen se pronunció en contra de la intervención francesa en Libia, señalando que no son los ‘dictadores’ los que fomentan el empobrecimiento de los pueblos del Norte de África sino el Fondo Monetario Internacional, que impone al mundo un esquema estrafalario de división del trabajo. En lo tocante al FMI, el Kremlin podría tener una opinión propia, pero en cuanto a la no intervención en las “revoluciones árabes” entre Moscú y Marine Le Pen habría un absoluto consenso.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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