Divorcio a la ucraniana o nuevo enfoque de los acuerdos de Belovezhie

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En Rusia, la historia del Acuerdo de Belovezhie la presentan como un cuento de hadas para niños.

En Rusia, la historia del Acuerdo de Belovezhie la presentan como un cuento de hadas para niños.

Los líderes de tres repúblicas soviéticas, Rusia, Ucrania y Bielorrusia, Borís Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkévich, en diciembre de 1991 se reunieron en la reserva natural de Belovezhie (Bielorrusia) y decidieron desmoronar la URSS.

En Ucrania, sin embargo, lo enfocan a través de una óptica totalmente diferente. Promulgada la independencia del Estado ucraniano el 24 de agosto de 1991, a raíz de la intentona golpista en Moscú, el Tratado de Belovezhie fue una continuación del proceso iniciado, así como (y es aún más importante) del referéndum convocado el 1 de diciembre, en el cual la mayoría de la población ucraniana se pronunció por la independencia de Ucrania.

Los tres meses entre el 24 de agosto y el 1 de diciembre Mijaíl Gorbachov se esforzó por idear una nueva estructura para la Unión, a pesar de que ya no existía el poder centralizado como tal, y las negociaciones de Rusia con los presidentes de las repúblicas que acababan de declararse independientes dependían más de Yeltsin (como presidente de Rusia) que de Gorbachov.

Pero los dos coincidieron en considerar que no podía haber una nueva Unión sin Ucrania. Optaron por confiar en que, una vez  declarada la soberanía, las repúblicas volverían a negociar una nueva forma de unión. No es que las autoridades ucranianas se pronunciaran en contra, pero tampoco emprendieron algo para ello.

Yeltsin y Gorbachov se dieron cuenta de ello pero esperaban que el referéndum del 1 de diciembre mostrara a las autoridades ucranianas que la idea “nacionalista” tenía pocos partidarios, que habría una escisión entre las partes este y oeste de esta república, y la única posibilidad para conservar la integridad territorial de Ucrania la verían las autoridades en participar en la “Unión renovada”.

Sin embargo, la idea de la independencia de Ucrania fue apoyada en todas las partes del país. El nuevo Estado podía contar con el reconocimiento internacional y renunciar al acuerdo de la creación de la URSS de 1922. En tal caso una Unión renovada fue posible sólo sin Ucrania.

No hubo obstáculos formales para crear esta Unión: bastantes repúblicas estaban dispuestas a vertebrarla. Pero Moscú no podía imaginarse una unión sin Ucrania. Esto se refiere tanto al Gabinete de la Presidencia de la URSS, como a los allegados del presidente de Rusia. Éstos últimos ya habían aludido a que era necesario promulgar la independencia de la propia Rusia, proclamándola la única sucesora legal de la URSS.

Echando ahora, 20 años después, una mirada retrospectiva a aquellos sucesos, veo claro las razones posibles por las que se guiaron los líderes rusos. En primer lugar, la disolución de la URSS solucionaría automáticamente el problema de la dualidad de poderes, entregando el maletín nuclear a las manos de Borís Yeltsin. Además, la Unión renovada excluiría no sólo a Ucrania, sino también a Georgia, Azerbaiyán, Moldavia, y, probablemente, a Armenia y Bielorrusia (la independencia de los países bálticos fue reconocida por el Consejo de Estado de la URSS justo después de la intentona golpista de agosto de 1991).

La nueva Unión se convertiría en un Estado eurasiático en el que las repúblicas de Asia Central jugarían contra las ambiciones rusas casi plasmadas ya. Y con alta probabilidad, el nuevo presidente de dicha Unión después de Gorbachov no sería Yeltsin, sino Nursultán Nazarbáiev, el líder de Kazajstán.

Ante esta situación, Yeltsin se reunió con el nuevo Presidente de Ucrania, Kravchuk. Shushkévich fue más bien un mediador, quien buscaba garantizar el entendimiento entre los dos políticos. Hay que tener claro el estatus de los reunidos. Kravchuk fue ya el dirigente de un Estado nuevo. Recibía las felicitaciones de otros Presidentes y se preparaba para reunirse con los primeros embajadores que iban abriendo sus embajadas en Kíev, una nueva capital europea. Yeltsin seguía siendo el líder de una de las repúblicas de la URSS. Si lo analizamos desde el punto de vista formal, Kravchuk tenía que hablar no con Yeltsin, sino con Gorbachov, pero lo importante en aquel entonces fue el poder real y no las competencias formales.

Yeltsin vino a Bielorrusia con la propuesta que acabó por sentar las bases de la CEI (Comunidad de Estados Independientes): la URSS tenía que ceder su lugar a una Unión equitativa de las repúblicas que en el período transitorio ejercerían el control conjunto sobre las fuerzas armadas, el sistema bancario, los bienes de la ex URSS y lo demás que había que repartir.

Las ventajas para Yeltsin fueron evidentes: Rusia se convertía en un país independiente y Yeltsin volvía de Minsk como Jefe de Estado. La situación de Kravchuk era más complicada, ya que podía rechazar la propuesta de Yeltsin, distanciándose de la agonizante Unión.

Sin embargo, en tal caso se enfrentaría en Moscú con dos enemigos: Gorbachov, quien aspiraba a mantener la presidencia de la URSS, por lo menos en el marco de las repúblicas restantes, y Yeltsin, a quien Kravchuk le habría impedido disolver la Unión. Al mismo tiempo, aceptada la propuesta de Yeltsin, desaparecía la sombra misma del Estado cuya parte hace unas semanas era Ucrania que ansiaba tanto la soberanía.

Los dos dirigentes interpretan de manera distinta los acuerdos alcanzados. Para Yeltsin y la delegación rusa, la CEI es el feto de una nueva unión, integrada por 12 Estados nuevos, con Borís Yeltsin a cabeza en vez de Mijaíl Gorbachov. Para Kravchuk, la CEI es una herramienta, un medio de divorcio.

Tanto con Kravchuk, como con su sucesor Leonid Kuchma, Ucrania se opuso a todos los intentos de convertir la CEI en un Estado y al fin y al cabo obligó a Moscú a aceptar la idea de integración a velocidades diferentes en el espacio ex soviético. Ucrania hasta la fecha no ha aprobado los Estatutos de la CEI.

La reunión en la reserva natural de Belovezhie marcó, además, una frontera entre Rusia y sus posibles socios en la nueva unión, los países de Asia Central. Los líderes de dichos países vieron que la Rusia de Yeltsin fue más atractiva para Ucrania y Bielorrusia que para Kazajstán y Uzbekistán. Nazarbáiev, en vez de adherirse a los acuerdos alcanzados, prefirió quedarse en Moscú y, pasados unos días, recibir en Kazajstán la primera y más completa cumbre de la CEI. Sin embargo, se trataba ya de una reunión de vecinos y no de socios. El Imperio había muerto.

Pero no falleció porque así lo decidieron los tres líderes en Belovezhie. Contaron con el respaldo de sus respectivos pueblos, uno de los cuales, el ucraniano, se pronunció por la independencia vía plebiscito. Sin embargo, Rusia prefirió olvidarse del 1 de diciembre de 1991. No es de extrañar, ya que sin aquella fecha la disolución de la URSS puede interpretarse como un error trágico, un complot y no como la reacción de los políticos a los procesos que ya escaparon a su control. 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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