Vicky Peláez: del exilio a la libertad de prensa

© Foto : Vicky PeláezVicky Peláez
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A mediados del año pasado, la vida de la periodista peruana Vicky Peláez dio un brusco viraje tras el sonado escándalo de espías entre Rusia y Estados Unidos.

A mediados del año pasado, la vida de la periodista peruana Vicky Peláez dio un brusco viraje tras el  sonado escándalo de espías entre Rusia y Estados Unidos. Peláez nos ofreció el texto de una de sus notas, la primera declaración pública de uno de los personajes involucrados en el escándalo, y  teniendo en cuenta el interés de la opinión pública, supuso para RIA Novosti  una oferta difícil de despreciar.  A continuación presentamos a nuestros lectores esa  nota de la periodista con reflexiones de  su historia y juicios sobre la dependencia del periodismo en las actuales condiciones de la globalización.
 

"Y en la larga mudez de mi ausencia, recuerda el desvelo de mi lucha con la palabra". (Carmen Naranjo 1968)

Ha pasado más de un año desde que escribí mi última columna de opinión crítica al sistema globalizado. No fue mi voluntad interrumpir una carrera de 30 años, exitosa a mi parecer, pues era odiada por muchos poderosos y realmente estimada por un gran sector de la población norteamericana, especialmente los inmigrantes hispano hablantes.

Llevaba 13 años de trabajo ininterumpido hasta el 27 de junio del 2010, cuando decenas y decenas de hombres fuertemente armados del FBI, vestidos de negro, muchos enmascarados, irrumpieron mi vida en una acción que parecía de película. Esa noche fui detenida, encadenada y encerrada en una celda acusada de espionaje.

Dos horas antes de mi sentencia, trece días después, en el juicio más extraño, veloz e injusto que duró menos de media hora, me entere que mi esposo de 30 años y el padre de mi hijo había sido un ex agente del servicio secreto de la Unión Soviética.

La detención, el aislamiento total de trece días en 'El hueco' (una celda de máxima seguridad), la brutalidad y el desprecio de los carceleros , el anuncio de mi libertad condicional por el primer juez quien fue abruptamente sacado del juicio, y finalmente un amarrado proceso que me arrojo, junto con diez agentes rusos, al exilio en Moscu. Todo fue y es hasta hoy una vorágine que jugo con mi destino a su antojo, o mejor dicho al antojo de los grandes y poderosos del planeta.

Tanto he hablado en las cientos de columnas que escribí sobre los entretelones de la política internacional, pero hasta ahora no termino de comprender que hubo tras el escándalo de los 10 espías rusos, ni lo que se quiso ocultar a través de una gigantesca e histérica campana mediática, desatada por los medios de comunicación norteamericanos y sus satélites en el resto del mundo por encargo del Gran Patrón así como siempre llame al gobierno estadounidense. Todavía no termino por entender que hubo tras la reunión de los presidentes Barack Obama y Dimitri Medvédev, ni a quien disgusto el inicio del Peresagrusca la política del acercamiento ruso-norteamericana. Sigo preguntándome si tal vez, el caso fue la cortina para presionar resultados del caso iraní que en esos días se discutía en la sede de las Naciones Unidas.

Todas estas interrogantes y el afán de comprender me recuerdan la inocencia de mi hermana, una abogada que viajo desde una pequeña ciudad del Perú a Nueva York, para "defender" mi caso y que exigía con la constitución norteamericana en mano, que se le entregara las copias del acuerdo entre el gobierno ruso y norteamericano para "enterarse de la verdad de los hechos y decidir si se aceptaba la decisión de los presidentes". Todos en el tribunal, periodistas incluidos, la miraban sonrientes y apenados por su osadía de provinciana.

El veredicto final del remedo de juicio, fue otra sorpresa. Ninguno de los detenidos fuimos condenados por espionaje, sino por ser "agentes no registrados de un país extranjero y que trataron de desarrollar lazos de amistad en los círculos políticos norteamericanos con el propósito de obtener información y mandarla a su gobierno". Desde ese punto de vista esa actividad era legítima ya que sucede a diario en todos los países del mundo y es realizada constantemente por miles de cabilderos de diferentes naciones y corporaciones internacionales. Lo paradójico de esto fue que también fui incluida en este grupo sin tener en cuenta que era simplemente una victima colateral, ya que jamás me entere de las actividades de mi esposo.

Sin embargo, los medios de comunicación globalizados, sin comprobar la verdad o darme siquiera el beneficio de la duda prefirieron reemplazar la verdad por la mentira, hicieron del rumor y de todo tipo de suposiciones una noticia para ensuciar mi nombre profesional y convertirme en "una espía".

No se salvaron ni mis familiares, todos fueron acosados despiadadamente por los representantes de la prensa, inclusive mis hijos. Mi padre nunca pudo recuperarse de aquella injuria, se enfermo y luego murió. Ninguno se molesto en investigar a fondo mi caso, no querían aceptar el hecho de que jamás había militado para ningún partido político y menos espiado para gobierno alguno. La única consigna de mi vida ha sido siempre la verdad y la justicia, mientras que el leitmotif de la prensa globalizada es el sensacionalismo, la mentira despiadada para convertir al ser humano, que se atreve a decir la verdad, en algo sucio y excluirle de esta sociedad cada vez mas individualizada.

Y no podía ser de otra forma porque el modelo de globalización necesita este periodismo dócil para manejar al mundo de acuerdo al plan del dominio de la humanidad por las mega-corporaciones multinacionales. En este aspecto el periodismo investigativo, que yo ejercía diariamente junto con miles de colegas norteamericanos fieles a los postulados democráticos, se convirtió en un obstáculo para los poderosos en su tarea de asustar y engañar a la humanidad convirtiendo la verdad en mentira y transformando a verdaderos héroes en sucios villanos. Esto explica por que, de acuerdo a la publicación "Paper Cuts", en los Estados Unidos entre 2007 y 2010 perdieron el trabajo cerca de 30 mil periodistas experimentados, en especial los de investigación.

La mayoría de los países de America Latina sigue el mismo patrón con contadas excepciones. Por eso no es de extrañar todas las patrañas y falsedades que escribieron sobre mí los colegas del Perú, mi patria. Sin piedad se ensañaron unos, y hasta me ligaron con todos los movimientos guerrilleros que pudieron. Pero, gracias a Dios, no faltaron las voces alternativas que dieron a conocer sobre mi trayectoria profesional transparente, tanto en la televisión como en la prensa escrita. Sin embargo, nadie ha escrito ni una línea sobre el pronunciamiento de la fiscalía peruana que investigó todas las acusaciones en mi contra y que no encontró nada de que acusarme, ni siquiera una multa de transito hallaron. La inocencia no es noticia para el nuevo periodismo globalizado.

Mucho menos le interesó a esta prensa mis sentimientos de exiliada, de que me halle en el extremo del pasado y del futuro, de la añoranza del hogar y la incertidumbre de un nuevo destino. Así me sentí al llegar a Moscu sin conocer el idioma ruso, sin tener un amigo, ni tampoco los documentos para poder regresar a mi país nativo. Fue extremadamente difícil sobrevivir especialmente por no poder ver a mis hijos que se quedaron en los Estados Unidos sin medios económicos, porque hasta mi casa fue confiscada.

Junto con todo fue muy complicado explicarme lo que pasaba con mucha gente a quien yo consideraba amigos, y que me dieron la espalda en esas horas aciagas. Ni El Diario La Prensa ni el sindicato de trabajadores del mismo, donde trabaje por mas de 20 años, mandaron un abogado que por derecho me correspondía, ni tampoco enviaron a periodista alguno para escuchar mi versión ni para investigar el trasfondo del caso, solo dieron por hecho todo lo que el FBI les informaba. El pago de mis beneficios fue retenido y no ayudaron económicamente a los míos. Igualmente, no he sabido que ninguna organización de ayuda a los periodistas de los Estados Unidos, de las muchas que hay, se haya pronunciado en mi caso.

Otro de los golpes los recibí de mis colegas y amigos cubanos que ni siquiera contestaron mis e mails, ni cuando les pedí contactar con un traumatólogo de la isla para tratar una lesión en el hombro, sufrida en la cárcel. Hasta hoy siento que sólo valía para ellos cuando era la periodista irreverente y crítica del gobierno norteamericano, cuando era citada por Fidel Castro o cuando era publicada en diferentes medios latinoamericanos.

Realmente el exilio desgarra, igual como la traición, y no todos los hombres, como lo demuestra historia, han logrado sobrevivirlos. Sin embargo, el apoyo constante del gobierno ruso, su preocupación por mi salud y el bienestar de toda mi familia aminoro mi desesperación, me dio una esperanza para el futuro y para recomenzar mi vida.

No puedo dejar de hablar sobre mi compañero en esta columna. Tal vez si me habría quedado allá en la cárcel o libre, no hubiera tenido la oportunidad de conocer su cultura, su pasado de servicio a su país y las razones del silencio del que supe había sido un héroe de la Unión Soviética que dejo su hogar siendo muy joven, que no vio morir a sus padres, a su hermano ni a sus seres mas queridos, ni tampoco hubiera visto su pena de encontrar todo tan diferente.

Cuando lo conocí hace mas de 30 anos, primero le admire por su conocimiento y sus ideas de justicia social, luego me atrajo su fortaleza física y después me enamoro con una simple rosa, esa hermosa y viril costumbre de los hombres rusos que llevan flores a sus citas y que hoy veo por doquier en Moscú, esta legendaria y maravillosa metrópoli que me acunó en el momento de dolor y de la cual siento una inmensa nostalgia apenas me separo de ella.

 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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