La metamorfosis del “cuarto poder” para convertirse en el “Imperio del Mal”

Síguenos en
El pasado lunes, 18 de julio, Sean Hoare, periodista del tabloide británico News of the World, clausurado a causa del escándalo por las escuchas ilegales, apareció muerto. Hoare fue la persona que provocó este escandalo comunicando al diario New York Times, y no a la policía, sobre las escuchas ordenadas por la dirección del periódico sensacionalista.

El pasado lunes, 18 de julio, Sean Hoare, periodista del tabloide británico News of the World, clausurado a causa del escándalo por las escuchas ilegales, apareció muerto. Hoare fue la persona que provocó este escandalo comunicando al diario New York Times, y no a la policía, sobre las escuchas ordenadas por la dirección del periódico sensacionalista.

Por otra parte, según se ha puesto de manifiesto recientemente, Hoare era conocido entre sus colegas porque el periódico le mandaba a drogarse con los famosos para luego escribir sobre ello. Una típica provocación.

La misteriosa muerte ocurrió en vísperas de la declaración que Rupert Murdoch, propietario del News of the World, afrontará ante la Cámara de Comunes británica. Ahora el Parlamento del Reino Unido tendrá mucho que discutir.

Es evidente que son demasiadas las noticias sensaciones, y su abundancia impide reflexionar sobre el significado global de lo ocurrido y sobre el fenómeno en sí.
¿Qué es el periodismo sensacionalista, o “amarillo” y qué relación guarda con la libertad de los medios de comunicación? Estos temas, sin duda alguna, son muy trillados pero este escándalo en cuestión puede cambiar muchas cosas.

“Algo impensable en Estados Unidos”

Los rusos, que conocieron la prensa amarilla sólo en los años 90, podrán pensar que es una parte necesaria de los medios libres y un ejemplo de la aplicación práctica de las tecnologías de soborno, escucha y cámara oculta. Podrán pensar que tal vez ninguna sociedad moderna puede prescindir de ello.
Sin embargo, el diario estadounidense Washington Post afirma que lo ocurrido en Londres es un fenómeno puramente británico.

El periódico confiesa que en Nueva York también existe “un par de tabloides” (uno de ellos, por cierto, pertenece al protagonista del escándalo, Rupert Murdoch). Pero estos periódicos “amarillos” no tienen tiradas a nivel nacional, se leen sólo en una ciudad y, lo más importante, no se permiten los “excesos” semejantes a los que se permiten los diarios británicos.

Según Washington Post, las sociedades del Reino Unido y Estados Unidos son muy dispares. Los británicos son, supuestamente, hostiles a cualquier forma del poder, mientras los estadounidenses no lo son en la misma medida. O sea, la sociedad de EEUU es ahora mismo estatista y la de Gran Bretaña, al igual que de toda Europa, todo lo contrario. Y tanto la libertad de expresión, como la de los medios de comunicación, se entiende de manera diferente.

Está claro que Estados Unidos y Europa no son lo mismo. Como ejemplo basta recordar la reacción ante las guerras en Afganistán e Irak a los dos lados del Atlántico: las sociedades europeas reclamaban la retirada de sus efectivos mucho antes de que lo hiciera la estadounidense.
Otro ejemplo fue la historia de Julian Assange que publicó los documentos secretos del Departamento de Estado de EEUU en la página web de Wikileaks.

Los defensores de esta acción absurda (si se toma en cuenta su nulo efecto político) son, en su mayoría, europeos, mientras en EEUU muchos reclamaron la condena perpetua para Assange por atentar  contra una nación en guerra.

La alusión al defensor de la “libertad de expresión” Julian Assange viene a cuento no sólo porque justo ahora y precisamente en Londres se está resolviendo el asunto de la extradición del fundador de Wikileaks a Suecia. Pero hablemos primero de Rupert Murdoch.   

La cultura del miedo   

A ambos lados del Atlántico hay muchos que desearían responsabilizar por lo ocurrido a un “imperio del mal” concreto creado en Gran Bretaña por el australiano Rupert Murdoch, de 80 años.
 Las escuchas ilegales de los teléfonos móviles, los sobornos a los informadores, las provocaciones dirigidas a los altos cargos y celebridades para demostrar su presunta corruptibilidad... Todo lo que no debe hacerle a un ciudadano el Estado, lo hacen, según se ha revelado, ciertos medios de comunicación privados.

Y, a juzgar por los rumores, en Estados Unidos la cultura del miedo ante la prensa amarilla también se ha ido expandiendo. No en vano se habla del año 1995 cuando el mismo Murdoch ayudó a llegar al poder al alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani y al gobernador del Estado de mismo nombre, George Pataki. Dicen que la mismísima secretaria de Estado Hillary Clinton tiene miedo a Murdoch.
De ser así, sería todo muy simple. Se podría prever cómo acabarán los debates parlamentarios en Londres y los procesos    en Estados Unidos. Se dirá que es un caso atípico, que la culpa de todo es de Murdoch y su equipo. Que su “Imperio” es demasiado grande, hay que dividirlo en varias partes y abrobar un par de leyes que prohiban el uso de métodos desleales a los periodistas. Y en adelante todo irá bien.

El odio a las élites

Ahora es el momento de volver con Julian Assange y las filtraciones en Internet bajo la consigna de la tranparencia y libertad de prensa. Los psiquiatras estudiaron los posibles motivos de la acción de Assange y llegaron a la conclusión de que el fundador de Wikileaks es un representante, mediocre y típico, de la clase media europea (y, por lo visto, australiana, ya que Assange es originario de ese país), un autista con complejo napoleónico que odia a todas las élites, particularmente, la diplomática y la nomenclatura, y quiere sacar a la luz toda su ropa sucia.
Compárese esta conclusión con la característica que da un tal Conrad Black, editor estadounidense, a Murdoch: el magnate y su equipo asestan golpes a la “dignidad de las personas e instituciones” bajo la máscara de antielitismo. Suena igual: la libertad de prensa versus las élites.

Sin embargo, en un principio, en el Siglo de las Luces, la libertad de prensa fue concebida como una idea puramente elitista. La prensa servía para que los ilustrados y los conocedores iluminen a los ignorantes y hagan de ellos unos ciudadanos responsables ejerciendo, a la vez, control público sobre las autoridades.
La libertad de prensa (y cabe señalar que se trata de la libertad del poder ejecutivo, no libertad en general) es un concepto lógico y necesario porque si la prensa no es libre para informar y emitir opiniones, no tendrá la confianza del lector. Los medios tienen que representar el “cuarto poder”, igual de independiente que el judicial o el legislativo.

La prensa “amarilla”, en cambio, es un producto secundario que apareció cuando los propietarios y los directivos de los medios se dieron cuenta de que sus millonarios auditorios no quieren política ni iluminaciones, quieren “detalles” de la vida cotidiana de gente famosa, preferentemente de la farándula, aunque también de los políticos.
Es el mismo caso de antielitismo. Lo que hacía el equipo de Murdoch era crear artificialmente estos “detalles” para sembrar antipatías hacia las celebridades. ¿Por qué entonces este tido de medios reclama libertad e inmunidad? Los tabloides se habían apropiado de lo que no era suyo.

Es inútil esperar que los debates en el parlamento británico devuelvan los medios a la Ilustración. Tal vez hagan que los tabloides (no sólo en Gran Bretaña y Estados Unidos) pierdan el poco prestigio que tenían y la aureola de la inmunidad. Algo es algo. 

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

Lo último
0
Para participar en la conversación,
inicie sesión o regístrese.
loader
Chats
Заголовок открываемого материала