Entusiastas rusos reconstruyen la vida de los pueblos eslavos antiguos a orillas del río Don

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Colorantes de origen vegetal para teñir la ropa, tejida en telares antiguos, armas forjadas por herreros, vajillas de arcilla hechas a mano y “cocina histórica”, es decir, nada de patatas ni tomates.

Colorantes de origen vegetal para teñir la ropa, tejida en telares antiguos, armas forjadas por herreros, vajillas de arcilla hechas a mano y “cocina histórica”, es decir, nada de patatas ni tomates. Así era la vida cotidiana en los siglos IX-XI, recreada meticulosamente por los aficionados a la reconstrucción histórica. Un corresponsal de RIA Novosti intentó hacerse una idea de los motivos que empujan a los aficionados a la vida antigua a reunirse en los bosques varias veces al año y enfrentarse en combates simulados, dedicándose el resto del año a elaborar con esmero sus trajes.

Un visado al siglo IX

“Eh, tú, periodista, me grita uno de los guerreros  que parece ebrio o juega a aparentarlo, ¿y tienes justificación histórica para tus gafas? Si no la tienes, me debes una cerveza”. Por justificación histórica se entiende un trabajo monográfico que confirme la autenticidad de algún detalle del traje o de una costumbre.

 En el festival de aficionados a la reconstrucción histórica de los siglos IX-XI “Rusborg” las normas son estrictas: un jurado especial se encarga de considerar el grado de coincidencia con los hechos probados. Ser parte de este jurado constituye un gran honor, porque significa que el nivel de conocimientos de uno es tan alto que se le permite juzgar a otros.
 Los miembros del jurado son muy respetados y bienvenidos en cualquiera de las numerosas fiestas que se organizan por las tardes alrededor de la hoguera del campamento.

Estando él presente sólo se han de consumir “bebidas históricamente justificadas”, las hechas con trigo o con miel, orujo o, por lo menos, vino, nada de vodka ni de coñac. Antes del festival, el que quiera participar debe enviar al jurado la foto de su traje: en la página web de “Rusborg” aparecen las normas exactas. “Una foto de cuerpo entero, de pie, las piernas colocadas al ancho de los hombros, los brazos sueltos. Sin poses patéticas. Las armas de combate cercano han de estar en la mano derecha, el escudo, en la izquierda, se semi-perfil. Fondo claro. Fotografía de contraste y bien enfocada, sin sombras”. Así que, ya lo saben, es más difícil recibir el “visado” al siglo IX que a un país europeo.

Tiendas de campaña con historia


Incluso las tiendas de campaña en las que viven los participantes del Festival no son turísticas, sino históricas: enormes pedazos de lino enganchados a vigas talladas de los troncos de abedul caídos encontrados en el bosque.

Los miembros de uno de los clubes de aficionados a la reconstrucción histórica que se dedica a recrear la vida de los habitantes de la estepa, incluso construyeron una casa típica o yurta. Para que las tiendas den más calor, la tierra se cubre con paja y encima se montan camas de lana o de lino, ya que los sacos de dormir modernos aquí están mal vistos.

Algunos entusiastas trajeron camas de madera, también hechas a mano según los moldes de la época. Cuentan que éste fue el modo de viajar de los antiguos guerreros y mercaderes que entendían de comodidades. Yo que me dispuse a echar un sueñecito en mi  tienda de campaña “vergonzosa”, es decir, moderna montada no lejos del campamento, fui despertado enseguida. Un hombre vestido de guerrero medieval que llevaba un walkie-talkie en la mano y resultó ser representante de los organizadores del festival en un ruso muy moderno me ordenó “le doy 20 minutos para quitar esta tienda de campaña”. Opté por evitar enfrentamientos y para montar mi casa provisional me adentré más en el bosque.

Estas medidas tan estrictas permiten que nada altere el aspecto medieval del campamento, incluso si se lo mira desde lejos.

No es más que un campo lleno de espaciosos cobertizos de tela de lino. Rodeado de abedules, el campamento crea la sensación de estar trasladados a la Edad Media, cuando los antiguos eslavos declaraban la guerra a los jázaros o a los bizantinos. La primera conclusión que se puede sacar es: en Rusia hay muchos aficionados a la reconstrucción histórica. Hay varias corrientes dentro de este grupo y más nos vale no confundirles con los amantes del fantasy, aficionados a los juegos de aventuras, porque se ofenden con facilidad y suelen ir armados. Por otra parte, muchos de los participantes del festival de la generación mayor, en los 90 participaban en los juegos de roles. “Pero luego leímos muchos libros  históricos y complicados y decidimos que es más interesante recrear un mundo que existió en realidad que estudiar la lengua de los elfos o declararse seres imaginarios, tipo goblins: no hay color”. Ah, y dicho sea de paso normalmente van armados con mazas, armas muy peligrosas a pesar de su pequeño peso, unos 400 gramos.

 

Gente normal

Los aficionados a la reconstrucción histórica suelen preferir 7 épocas distintas: además de los siglos IX-XI, hay también antiguos griegos y romanos, hay caballeros medievales y también están los “tardíos”, es decir, aficionados a la reconstrucción de la Edad Media Tardía.

La Segunda Guerra Mundial y la época de Napoleón también cuentan con muchos aficionados. Estos grupos casi nunca se cruzan entre ellos y ni siquiera se tratan, son mundos completamente paralelos. Aunque también ha habido casos personas que, cansadas de “vivir en la época del yugo tártaro-mongol” se metieron a arqueros de la época de Iván el Terrible.

Los aficionados a cada época celebran durante el verano varios festivales y dicen los entendidos que si uno se las arregla y se hace un traje de cada época (también hay entusiastas), puede pasar todos los fines de semana del verano en diversos festivales. El movimiento de los vikingos parece ser el más numeroso: sólo en Rusia sus integrantes se estiman en varios miles de personas.

Una subcultura hecha y derecha

El Festival “Rusborg”, uno de los más famosos y concurridos, se celebra dos veces al año, en mayo y a finales de agosto, durante 11 años ya. Se suele celebrar en algún lugar impresionante, pero siempre en la región de Lípetsk, porque los organizadores que tienen por costumbre ahuyentar a los periodistas con “tiendas de campaña vergonzosas”, son todos de la ciudad de Yelets.

Admirando el impactante paisaje del Don, te das cuenta de que esta gente, a pesar de lo que de ella se cree, es bastante normal, ya que ha elegido para reunirse un sitio tan bonito. Vivir en plena naturaleza después de un largo invierno es un verdadero placer, aunque uno tenga que hacerse para ello una camisa de lino hasta los talones. Algunos, en realidad ni van más lejos, está camisa de lino les sirve para poder permanecer en el campamento, pero no son muchos. El resto son verdaderos entusiastas que perfeccionan sus trajes de año en año.

 “Este traje está hecho de materiales modernos y me gustaría sustituirlos por los auténticos”, cuenta Natalia, editora de una revista infantil de Carelia. De momento se ha limitado a teñir tela comprada con tintes hechos con raíces a la antigua usanza. Incluso a simple vista se ve la diferencia de color de las telas industrialmente fabricadas.

Cámara de fotos como el único vínculo con la actualidad

El campamento está organizado según las normas de una ciudad medieval: las calles de tiendas de campaña se dirigen hacia la plaza central, donde un alfarero hace vajilla de cerámica, un soplador de vidrio collares, mientras otros artesanos de marroquinería y joyería, cuchillos y armaduras ofrecen sus productos. En la misma plaza los músicos tocan gaitas y tambores, nada de guitarras eléctricas, dado que faltan casi 1.000 años hasta la invención de la electricidad.

Cerca del campamento hay una fortaleza de madera, que en breve será atacada.

Los participantes del festival acuden a la plaza, miran los tenderetes y hacen sus compras.


Entre las tiendas de campaña arden hogueras y jóvenes guapas con largos vestidos preparan la comida, mientras los guerreros con sus espadas y escudos van vagando con lentitud. Uno de ellos, móvil en mano, se esconde detrás de una de las tiendas de campaña.

Y una mujer guapa vestida con su traje medieval lleva al hombro una carísima cámara de fotos. Pero si uno no se fija en los detalles (los organizadores recomiendan no hacer gala de los aparatos modernos y esconderse en las tiendas de campaña para hablar por el móvil), enseguida te asalta la sensación de haber viajado en el tiempo 1.000 años atrás. “Es por eso por lo que la gente viene aquí, para no ver vaqueros ni ver nada moderno, cuenta una de las participantes que lleva 10 años viniendo; es una maravilla ir con un vestido antiguo, incluso la manera de caminar cambia. Una mujer con este vestido se siente indefensa y le entran ganas de unirse a algún vikingo barbudo.”

Mercado para productos artesanales

“A los 15 años me dio por aprender a hacer algo con las manos”, cuanta Aleksandr, de la ciudad de Podolsk de la región de Moscú, explicando cómo empezó en el gremio de la marroquinería.

Ahora es su profesión y el Festival de los aficionados a la reconstrucción histórica una buena oportunidad para vender. Especialmente para “Rusborg” ha cosido algunos pares de zapatos antiguos y fundas para arco y flechas. Aleksandr fabrica también ropa moderna y accesorios, nos enseña su catálogo: corsés de cuero, zapatos, monederos, fundas para el pasaporte.


Los aficionados a la reconstrucción histórica representan una verdadera subcultura con sus costumbres, lengua propia, grupos musicales y fabricantes artesanos. La mayoría pertenecen a capas bastante acomodadas de la sociedad, porque la reconstrucción histórica precisa de recursos, pero hay también colegiales, estudiantes, representantes del “plancton de oficina” y científicos. Hay también quienes hicieron de la necesidad virtud.

Dentro de esta subcultura se puede existir, sin entrar siquiera en contacto con el mundo externo, ejerciendo, por ejemplo, la profesión de herrero o de fabricante de marroquinería.

Aficionados a la reconstrucción histórica son tantos, que vendiéndoles los productos, uno puede perfectamente ganarse la vida. Cuánto más auténtica es una prenda, más cuesta. Muchos empiezan por hacer sus zapatos y ropa y luego atienden a los amigos, después a los amigos de los amigos y luego salen al “mercado exterior”.


Dos chicas de Carelia presumen de sus vistosos trajes, cada uno de los cuales tardó varios años en hacerse y le costó a su propietaria más de 1.000 dólares. Ambas reconocen haber comprado la tela en la tienda y soñar con usar un telar y no uno horizontal, sino vertical, igual a los que tenían los vikingos.


Vistiendo mortajas

A los aficionados a la reconstrucción histórica no les es ajena una sutil ironía y se burlan de su amor a la “autenticidad”. Ocurre que la principal fuente de datos sobre el aspecto de los antiguos pueblos son las tumbas exploradas por los científicos. Y podría ser que la ropa con la que se solía enterrar en la antigüedad difiera de la cotidiana en la misma medida, en la que lo hace en la actualidad.
A lo mejor, alguien recrea dentro de 500 años nuestra época y todo el mundo aparece con traje negro y flores en las manos, se ríen. Otro chiste muy socorrido habla de reconstruir, junto con el traje, la tumba. “Sí, te vienes al Festival, cavas una tumba y… te tumbas”, te proponen.


Sea como sea, las chicas de Carelia que hicieron el interesantísimo trabajo de reconstruir la vida cotidiana de sus antepasados, los antiguos carelios, tuvieron que recurrir a los resultados de los estudios de los sepulcros, precisamente. Es que faltan otras fuentes de información sobre la moda antigua. “Vamos por aquí cual fantasmas”, sonríe Yulia. En “tiempos de paz” trabaja en una importante empresa de telefonía, pero no es más “que plancton de oficina”, precisa. En uno de los festivales conoció a su futuro marido y ya tienen un hijo de cuatro años que corretea a su lado, vestido con una camisa de lino.

“Me dejé llevar”

“Pasas bien el tiempo, te reúnes con viejos amigos, conoces a gente nueva”, explica el porqué de sus visitas a los festivales Alexei, un enorme informático de Kursk con una barba pelirroja. –He trabado tantas amistades en estos festivales, que en ninguna otra parte podría haber adquirido”. En realidad, impresiona ver cómo los “vikingos” y los “eslavos” se saludan al llegar, riendo a carcajadas y pegando gritos. Y cómo se despiden, a punto de llorar y repartiendo abrazos.

La mujer de Alexei ahora también está a la espera de un nuevo “Rusborg”, donde podrá ver a sus amigos. Muchos aficionados a la reconstrucción histórica conocen a sus futuras esposas en el festival. Aleksei conoció a la suya fuera del universo reconstructor, pero poco a poco ella también acabó enganchada. Y ahora se dedica a hacerle a su vikingo calcetines con una aguja hecha de hueso.


“Está también el componente deportivo, el ataque a la fortaleza y el enfrentamiento de dos equipos que requieren constante entrenamiento -sigue buscando explicaciones Alexei-. Le das un poco a la espada y ya no hace falta ningún gimnasio. Desde pequeño me encantaban los libros históricos -cuenta con ironía-. Cada vez, al regresar a casa, me digo uff, qué cansado estoy, ¡no iré allí nunca más! Pero llega el siguiente festival, hago la mochila y voy a por nuevas impresiones”.

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