El colapso de Año Nuevo en Moscú y los salvajes años 90

© Foto : Denis VoroninEl colapso de Año Nuevo en Moscú y los salvajes años 90
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La crisis del transporte y energía eléctrica que paralizó la capital de Rusia y la provincia de Moscú en vísperas de Año Nuevo, demostró la vulnerabilidad de su infraestructura y la impotencia de los consumidores a la hora de defender sus derechos ante los proveedores de servicios.

La crisis del transporte y energía eléctrica que paralizó la capital de Rusia y la provincia de Moscú en vísperas de Año Nuevo, demostró la vulnerabilidad de su infraestructura y la impotencia de los consumidores a la hora de defender sus derechos ante los proveedores de servicios.

En más de una ocasión, los funcionarios públicos declararon que Moscú es una megalópolis moderna, en capacidad de convertirse en un centro financiero internacional importante, pero  la forma en la que la ciudad afrontó las consecuencias de la “lluvia de hielo” cuestiona de plano incluso las posibilidades de la urbe para sobrevivir.
 
Hambrientos, indignados, impotentes…

La situación vivida por los aeropuertos capitalinos, Sheremétievo, Vnukovo y Domodédovo, los últimos días de diciembre fue descrita por la prensa moscovita con una sola palabra: “colapso”:

Pasajeros  exhaustos tras horas de espera, enfrentamientos entre turistas y funcionarios de los de los aeropuertos, intervención de la policía y la falta de la más mínima información.

Las fotos y reportajes de televisión de aquellos días hicieron recordar las escenas del éxodo de la población y las tropas zarista de Crimen tras el triunfo de la revolución blochevique, tal y como solían aparecer en las películas soviéticas: muchedumbres  cargadas con fardos asaltando a empujones el último barco que zarpa hacia la ciudad rumana de Constanza.

Mientras tanto, en Rusia, al igual que en otros países, existen normativas precisas que rigen las acciones de los proveedores de servicios en situaciones como ésta.
Por ejemplo, ante un retraso del vuelo de dos horas, los pasajeros tienen derecho a recibir agua potable y hacer dos llamadas telefónicas gratis.
En el caso de que la demora sea de cuatro horas, los pasajeros reciben comida y en caso de que el retraso se prolongue sobre pase las 6 y 8 horas, deben ser alojados en un hotel.

Pero en los aeropuertos de Moscú esto no se cumple y cualquier retraso implica la falta de las comodidades más elementales, además de la actitud poco cortés de los empleados del aeropuerto y las empresas aéreas.

“La gente no dispone de ninguna información, tiene hambre y está muy disgustada”, declaraban en los reportajes los pasajeros.
 Según la prensa en los aeropuertos tuvieron que intervenir las ambulancias porque hubo infartos, desmayos, y ataques de histeria.
 
 
Sólo preguntas

¿De quién es la culpa? ¿De la naturaleza, la infraestructura aeroportuaria mal desarrollada, de las líneas aéreas o los mismos pasajeros?

Ninguna de estas preguntas tiene una sola respuesta: en efecto, la “lluvia de hielo” es un fenómeno bastante raro, pero tampoco excepcional para un país donde el invierno dura la mitad del año y donde, por tanto, las empresas de transporte deben estar preparadas para semejantes contratiempos.

El informe meteorológico sobre temperaturas de cero grados, frentes atmosféricos frios y cálidos  y los riesgos de formación de placas de hielo fue emitido unos días antes de ese aciago fin de semana en Moscú.

¿Cómo pudo ocurrir que una instalación estratégica como es el aeropuerto de Domodédovo, no dispusiera  de un sistema adicional para el suministro de energía eléctrica?

Aunque las condiciones del clima y el estado del equipo técnico, son factores altamente importantes, las razones de esta situación deben buscarse mediante un análisis de las relaciones entre el poder, el dinero y el individuo.

La actitud de las empresas hacia sus clientes no es ningún privilegio ni gesto de buena voluntad, sino una necesidad imperante.
Una necesidad generada, por una parte, por el mecanismo de la competencia y, por otra, por los sistemas de protección de los derechos de los consumidores.
La experiencia demuestra que  ambas cosas sólo funcionan en conjunto.
Las sociedades occidentales invirtieron años de esfuerzos para hacerse respetar por los empresarios y los funcionarios públicos.

El objetivo de cualquier negocio consiste en conseguir el máximo beneficio al precio que sea. El objetivo de los institutos sociales y públicos es hacer que el intento de percibir un beneficio no perjudique a la sociedad, porque en condiciones de una competencia incontrolada un empresario honesto no tardará en perder frente a un estafador.

La falta de escrúpulos a la hora de hacer negocios no es una característica exclusiva de los empresarios rusos. A los ricachones estadounidenses de finales del siglo XIX se los solía llamar “barones-bandidos”, porque no despreciaban ni el chantaje, ni el soborno, ni otros métodos mucho más sucios.

Cornelius Vanderbilt, uno de los principales magnates de aquella época, contrataba a los asaltantes de caminos para que atacaran los trenes que circulaban por los ferrocarriles pertenecientes a su rival Jay Gould.
En su autobiografía al responder  a la pregunta de si había tenido que infringir la Ley alguna vez, Vanderbilt dijo “sólo los inocentes creen que se pueden gestionar los ferrocarriles observando las leyes”.
 
Nacido en los 90

No obstante, la manera rusa de hacer negocios tiene sus rasgos característicos: el “bandido” Vanderbilt empezó su negocio con una pequeña barcaza comprada con el dinero que le había prestado su madre.

Muchos de los actuales empresarios rusos antes eran funcionarios públicos que, a finales de los 80, consiguieron hacerse dueños de las empresas estatales.
Numerosos representantes de los círculos empresariales salieron del mundo criminal y semi-crimina y ahora por simple decencia de estas personas se dice que “tuvieron un cierto pasado”.

En la memoria popular el proceso de la privatización en los años 90 quedó como la “gran estafa y saqueo de la propiedad estatal”.
No es de sorprender, pues, que el mundo de los negocios rusos siga teniendo ese rasgo de su ambiente original.

Para un ex funcionario, el cliente siempre será un solicitante sin derechos, que debe acudir a su despacho miles de veces, y para el negociante con pasado criminal, un idiota que sólo merece ser engañado.

Los consumidores rusos también arrastran la marca del pasado: no están dispuestos a hacer valer sus derechos, porque seguramente esto costará gastar tiempo, dinero y muchos nervios. Además, en el caso de ganar algún pleito, la indemnización que ordene el tribunal será meramente simbólica.

Comparemos: en 2006 una mujer estadounidense que sufrió quemaduras con un café demasiado caliente cobró a la empresa McDonalds una indemnización de cerca de 3 millones de dólares.

Los desdichados pasajeros de los aeropuertos moscovitas podrán contar máximo con 10.000-15.000 rublos (300-500 dólares), los suficiente para pagar un taxi del aeropuerto al centro de Moscú.
 
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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