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Nuevos cárteles como la OPEP del gas serían perjudiciales para Rusia. Nezavisimaya Gazeta

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De cara a la séptima edición del Foro de los Países Exportadores del Gas (FPEG) que debe celebrarse en Moscú el próximo mes de junio, se vuelven populares nuevamente las especulaciones acerca de la eventual creación de una OPEP del gas. Los propagandistas de este proyecto generan la ilusión de que las relaciones en torno al negocio del gas están mal estructuradas y que urge establecer un organismo capaz de imponer precios más altos a los países proveedores.

 

La iniciativa permitiría a Rusia incrementar en miles de millones de dólares el volumen de los ingresos por la exportación de este hidrocarburo. Hoy en día, el país gana 37.000 millones de dólares al año vendiendo al exterior 260.000 millones de metros cúbicos. El Ministerio ruso de Agricultura también plantea de vez en cuando la necesidad de crear una OPEP cerealista, dando a entender que Rusia ingresa menos de lo que debería a causa de los bajos precios de cereales.

Lo que silencian los promotores de tales cárteles es que, además de inviables, sus iniciativas podrían resultar contraproducentes.

En el caso del gas, la fórmula del precio suele acordarse previamente al desarrollo del yacimiento concreto y la construcción del respectivo gasoducto. Un cliente que no tuviese las manos atadas por tal contrato, podría negarse a última hora y con ello poner en riesgo la rentabilidad de las inversiones realizadas hasta la fecha. Las excepciones son admisibles en el renglón del gas natural licuado (GNL), puesto que es transportado por vía marítima y puede reasignarse en cualquier momento a usuarios más flexibles. Pero las exportaciones del GNL a escala global tienen un volumen varias veces inferior al del hidrocarburo que es suministrado por gasoductos.

Rusia exporta todo su gas a través de tuberías y sobre la base de contratos a largo plazo, en los cuales el precio de este hidrocarburo está vinculado al precio bursátil del petróleo, o bien depende de las filias políticas del Gobierno ruso. Plantearse la creación de una OPEP gasista en estas condiciones es una tarea vana, un intento de lanzar cierto ataque psicológico, que no está lo suficientemente bien preparado, contra los actuales consumidores del gas, tras lo cual tendrán miedo al dictado por parte de Rusia y buscarán a proveedores alternativos. Y que a nadie le extrañe luego que la Unión Europea, apoyada por EEUU, se empeñe en construir gasoductos que hagan competencia a South Stream y otras tuberías rusas.

En el caso de una OPEP cerealista, la situación se complica por la necesidad de coordinar la política de precios entre numerosos países, algunos de los cuales actúan a veces como exportadores y en otras ocasiones, durante la sequía por ejemplo, pasan a importar cereales y, por consiguiente, no siempre están interesados en su encarecimiento. El Ministerio ruso de Agricultura debería preguntarse qué pasaría con la inflación, si el precio de cereales en los mercados internacionales se disparase por las nubes bajo la presión de tal alianza. Eso sí, es probable que la última subida de los productos alimenticios en Rusia - fenómeno que precede a las elecciones presidenciales y al que se atribuye una inflación que está cuatro puntos por encima de la previsión original del ocho por ciento - haga a Agricultura moderar por un tiempo su propaganda a favor de la OPEP cerealista.

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