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El código genético de la UE se va islamizando. Nezavisimaya Gazeta

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La relación entre el caso de Kosovo y el de Abjasia suele ser un lugar común cada vez que en Occidente o en Rusia se habla de las repúblicas secesionistas, constata Alexei Bogatúrov, subdirector del Instituto ruso para problemas de seguridad internacional.

 

De hecho, tanto Abjasia como Kosovo son independientes desde hace mucho tiempo. El reconocimiento formal de su soberanía, ya sea combinado y completo o asimétrico y parcial, aportaría en realidad pocos cambios. La OTAN y la Unión Europea podrían afianzar un nuevo baluarte en su expansión hacia el Este, mientras que Rusia y la OTSC (Nota: Organización del Tratado de Seguridad Colectiva) tendrían un estímulo adicional para oponer diques a tal expansión. A ello seguirían las desganadas críticas recíprocas y la fingida tensión política por un período de cinco o siete años, en función de la austeridad en el consumo que apliquen los usuarios europeos del gas. Luego empezaría una nueva etapa de distensión y sueños integracionistas. Tanto diplomáticos como militares tendrían trabajo.

Hay demanda de paz en algunas ocasiones, y de tensión, en otras. Y el hecho no tiene nada que ver con Bush ni con Putin. Los políticos han cambiado las relaciones internacionales más de lo que ellos mismos han sido capaces de entender. Necesitan ahora una tregua para enfriar cerebros, y es a ello a lo que se debe el enfriamiento de las relaciones. Ésta es la fuente de la irritación recíproca entre Occidente y Rusia, así como del desconcierto mutuo con que se pretende camuflar tal irritación. Más valiera pensar en lo ya hecho antes de seguir actuando.

¿Qué si era racional destruir a Serbia? Por supuesto que no. Lo mismo que permitir la desintegración de Georgia. Frágil pero íntegra, Georgia habría sido  probablemente más perceptiva a las voces que se escuchan desde Rusia. Ahora bien, habría sido necesario para ello, desde finales ya de la década del 80, colmar de atenciones a sus líderes caprichosos, engreídos y, con la excepción de Shevardnadze, inaptos para gestión pública. Persuadir, adular, tener maña, escaquearse, ofrecer ayuda puntual. Rusia ignoró tal necesidad y, hoy en día, lo hace EEUU.

Con respecto a Serbia, sus vecinos ricos de Occidente tuvieron una actuación igual de estúpida. Precisamente Serbia, con todas las dificultades que implicaban sus gobiernos dinásticos, era el pilar europeo en los Balcanes y la primera línea de contacto con el Este musulmán. Los serbios y los montenegrinos son tercos pero aguerridos, tienen singular valentía y capacidad de abnegación. Gracias a ello, pudieron contrarrestar en sus fronteras la presión de la Puerta Otomana contra Europa. Serbia, con todos los defectos que se le achacan, fue el núcleo de consolidación en los Balcanes. Otras naciones de la zona no pudieron desempeñar este papel por numerosas razones, incluidas las geopolíticas.

Todo cambió a finales de los años 80 cuando Alemania y, tras ella, otros países de la Unión Europea, EEUU y la Rusia de Yeltsin y Kózyrev (Nota: Andrei Kózyrev, ministro ruso de Exteriores durante los primeros años del gobierno de Borís Yeltsin) empezaron a aplicar la estrategia de "moler a Yugoslavia". A Belgrado le fueron quitando, una porción tras otra, los territorios poblados por los serbios. Algunos quedaron absorbidos por Croacia; otros, por Bosnia Estado que oficialmente es al 33% musulmán a día de hoy. Luego fue reanimado otro proyecto islámico, el de Gran Albania. La secesión de Kosovo con respecto a Serbia y su transformación en un Estado independiente supondrá un avance radical hacia la implementación de este plan.

La Unión Europea se va resignando a la islamización. Hace tres años, los países de la UE quedaron bastante desconcertados por la adhesión de Rusia a la Conferencia Islámica pero es hora ya de que también se planteen el ingreso en aquélla. La futura ampliación de la UE hacia los países balcánicos que tienen enclaves islámicos, la incorporación de Turquía a largo plazo y el imparable flujo de inmigrantes desde países musulmanes del África y el Asia atribuyen un carácter irreversible a la islamización de Europa.

Es un proceso lógico, una retribución histórica y una paradoja cultural. La Unión Europea de principios de la década del 90, que era el sueño dorado para tantos ciudadanos rusos; la versión moderna de la UE; y la que se habrá perfilado en 10 ó 15 años, son tres uniones de cultura, modo de vida y política diferentes. París, Berlín y Londres siguen atrayendo por inercia a los rusos, ávidos de comulgar con los valores europeos, pero ¿faltará mucho para que los rusos se estremezcan ante la visión del "Asia camuflada de Europa"? También hay otra interrogante que suscita curiosidad todavía mayor: ¿Será más cálida o más distante la relación entre Rusia y la Unión Europea cuando el código genético de esta última acabe por islamizarse? 

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