Vladímir Putin desciende a Rusia Unida para darle sentido político real a un partido de funcionarios que hasta la fecha no ha tenido mucho contenido al margen del recurso administrativo. La decisión podría interpretarse como elemento de un plan estratégico encaminado a construir en Rusia un Estado democrático.
La presidencia es la única institución que ha funcionado bien en la Rusia moderna. El partido oficialista y el Parlamento controlado por él se han limitado básicamente a traducir las sugerencias del primer ejecutivo al lenguaje de las leyes. Pasando a ser el número uno de Rusia Unida, aunque sin carné de afiliado, Vladímir Putin ha fecundado el terreno de la política pública. Otro de sus pasos probables, al rango de primer ministro, supone por un lado la solución formal del problema de la sucesión, y por otro, sienta un precedente para influyentes políticos públicos que deseen mantenerse dentro de la profesión. En la Rusia de hoy sería el primer caso de vuelta a la jefatura del Gobierno.
El mayor problema es que Putin sigue siendo el único político público en Rusia. No polemiza ni procura demostrar nada y a nadie. Simplemente compite consigo mismo y va desvelando sus planes ante la sociedad cuando lo cree oportuno.
Por una vez más, Putin ha demostrado la capacidad de cambiar el sistema político del país sin la introducción de enmiendas a la Carta Magna.
La opinión pública aplaude el esquema de "hacer mutis para quedarse". El 65% de los rusos, de acuerdo con una encuesta de VTsIOM, aceptaría cambiar la Constitución para prolongar la permanencia de Vladímir Putin en el cargo, frente al 24% que rechaza tal perspectiva. Según otro instituto sociológico, Centro Levada, el 63% de la población deplora la retirada de Putin desde el Kremlin, frente al 35% que no lo lamentaría.
No caben dudas de que la decisión del presidente ruso tendrá también buena acogida entre los inversores, probablemente, con el comentario de que todo estará bien a corto y mediano plazo y que los riesgos inherentes a la concentración del poder podrían manifestarse más tarde.
Todo indica que Putin no quiere transformarse en una versión rusa del chino Deng Xiaoping, es decir, en un decano que mantiene influencia política a pesar de haber dejado los cargos clave en el Estado. Es algo muy difícil de conseguir, así que el caso de Deng supone más bien una excepción. En países que no tienen un sistema de competencia política abierta, vemos con frecuencia mucho mayor que un líder aclamado por las masas populares continúa en el poder tanto tiempo cuanto se lo permita la salud y la situación. El modelo que se está creando en Rusia difícilmente va a copiar algunos de los guiones existentes: el soviético, el kazajo, el indonesio o el coreano. El guión va a cambiar pero el director procurará quedarse.
