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Los petrodólares no obstruyen la democracia en Rusia. Izvestia

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Una política totalmente inadecuada en el terreno económico es uno de los argumentos clave que la prensa occidental y los medios liberales de la vernácula suelen esgrimir en su campaña difamatoria contra Rusia, constata el politólogo ruso Viacheslav Níkonov. Se dice, por ejemplo, que el crecimiento de la economía rusa es fruto exclusivo de la industria de hidrocarburos y que los demás sectores - ante todo, el de alta tecnología - permanecen subdesarrollados, recuerda él en un artículo publicado en el periódico Izvestia.

 

A partir de allí se saca otra conclusión de largo alcance que fomenta entre los rusos cierto complejo de inferioridad: Rusia es un Estado cuya prosperidad se sustenta en la abundancia de petrodólares,  y como tal no es ni puede ser una democracia.

En gran medida, es una premisa errónea. El peso de la industria energética en la estructura del PIB es menor de lo que parece y, además, tiende a reducirse. De aquí al año 2010, habrá bajado del 18,9 al 14,9 por 100, según las previsiones de Hacienda. Los sectores que demuestran actualmente la mayor tasa del crecimiento son el comercio, la construcción, las telecomunicaciones, la banca y hasta la agricultura. Al petróleo y al gas les corresponde menos del uno por ciento en el crecimiento del PIB, de siete puntos, que Rusia logró el pasado año. Incluso los economistas y los fondos de inversión occidentales reconocen que se trata de un crecimiento motivado por el consumo en primer término.

Tampoco sería una tragedia, si Rusia dependiera enteramente de las materias primas. Hay muchos países civilizados, como Canadá, Australia o Noruega, que no tienen complejos algunos porque la parte leonina de sus ingresos proceda de la exportación de energía u otros recursos primarios. Tampoco se sienten inferiores los islandeses, que viven gracias al pescado, o los daneses, que tienen una economía agraria.

Lo que realmente importa no es la procedencia del ingreso principal sino el mecanismo de su redistribución hacia otros sectores, en beneficio de toda la población.

Los ejemplos anteriores, por cierto, demuestran que la democracia puede coexistir perfectamente con una economía basada en las materias primas, y que no hay una relación inversa entre los precios petroleros y la madurez de las instituciones democráticas. EEUU es el mayor productor mundial del petróleo, y algunas décadas atrás este sector tuvo para su economía la misma importancia que tiene ahora para Rusia. Todos los defensores de derechos humanos constatan últimamente problemas con la democracia en EEUU pero a nadie se le ocurre vincularlos con la subida de los precios del crudo.

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