¿A qué se debe la inflexibilidad de la Policía francesa en relación con el oligarca ruso Mijaíl Prokhorov y varios amigos suyos que fueron detenidos en el marco de una redada contra la prostitución en Courchevel, cuando se estaban divirtiendo a lo grande? ¿Habrá sido un casual concurso de circunstancias o un encargo político?
Un periodista galo que siempre ha tenido acceso a fuentes solventes y lleva muchos años escribiendo sobre las relaciones entre París y Moscú, constata en tono misterioso que ‘eso nunca habría ocurrido doce meses antes' y sugiere echar un vistazo al panorama político general.
La imagen de Rusia en Occidente ha estado asociada en este último año a cosas muy poco agradables: la ‘guerra del gas' contra Ucrania; la interminable sucesión de escándalos con Georgia, las'relaciones especiales' con el régimen iraní que se empeña en fabricar una bomba atómica; el concepto de la ‘democracia soberana' que observadores occidentales prefieren calificar como ‘controlada'; el asesinato de la reportera Ana Politkovskaya; el ‘caso Litvinenko', bastante enredado pero igual de espeluznante; y, por último, otro conflicto en materia de hidrocarburos, esta vez, con Bielorrusia. Demasiadas noticias negativas para un solo año.
Incluso la canciller alemana Ángela Merkel, cuya actitud hacia Moscú era habitualmente más amistosa que la de sus colegas de la UE, ha optado por cambiar el tono y observado que ‘Rusia se convierte en un problema'.
La gran interrogante es cómo solucionarlo cuando Occidente tiene, en rigor, escasas herramientas de presión sobre el Kremlin.
En teoría, no podemos descartar la introducción de ‘sanciones puntuales' contra ciertos funcionarios rusos o empresarios vinculados con el poder. Es posible que sean declarados personas no gratas en el territorio de la UE, tal y como se ha hecho hace poco con la gente del entorno de Alexander Lukashenko.
Se trata de una variante extrema, casi surrealista, pues cuesta bastante trabajo imaginar que el Gobierno ruso cometa alguna acción que permita equipararlo al régimen existente en Bielorrusia. Y sin embargo... Si alguien hubiera dicho hace un año que los agentes vendrían con perros policiales para llevarse esposado a uno de los hombres más ricos de Rusia, la historia habría parecido igual de fantástica. ¿Será una especie de señal? ¿Una advertencia? ¿Una ‘marca negra' para dejarle a Moscú bien claro que Occidente no piensa aguantar más lo que ha tolerado hasta la fecha?
