La ralentización del acercamiento político entre Moscú y Minsk va acompañada ahora de fricciones en materia energética. Leonid Zaiko, director de un centro bielorruso de análisis estratégico, compara la situación del Gobierno de Bielorrusia con la de un boxeador arrinconado, a la espera de que termine la ronda de turno.
Según él, Minsk hará un intento por diluir el tiempo hasta que en Rusia empiece la campaña electoral y hasta aceptará hacerle a Moscú algunas concesiones mínimas. La experiencia demuestra que todas las fuerzas políticas en Rusia se pondrán a defender al país vecino, como aliado último de Moscú, por lo cual será posible evitar la introducción de sanciones drásticas.
Los comicios presidenciales de marzo pasado, en los que Lukashenko pudo revalidar su mandato, acabaron convirtiéndose en una trampa para el líder bielorruso. Él prosigue con la construcción de un paraíso socialista donde los salarios y el PIB van creciendo a un ritmo más alto que en Rusia pero es gracias a la ayuda prestada desde Moscú. Las relaciones con Rusia no se habrían deteriorado en caso de que Minsk hubiera aceptado un mayor grado de integración con el país vecino, o si hubiera impulsado la creación del mercado de valores, el libre movimiento de los capitales y un programa de privatización. Después de celebradas las elecciones presidenciales en Bielorrusia, Moscú le propuso a Minsk adoptar el Acta Constitucional sobre el Estado de Unión e introducir como moneda el rublo ruso. Todo ello habría sido suficiente para las empresas rusas que no quieren mantenerse a la espera de que a Bielorrusia vengan los capitales de otros países.
Occidente critica a Moscú por la línea dura que aplica hoy en relación con Minsk porque le preocupa el riesgo de un colapso energético o económico en Bielorrusia. Las naciones occidentales están acostumbradas a hacerlo todo en guantes de seda, mientras que Rusia se ha puesto ahora los del boxeo, con la esperanza de que un buen golpe ayude a su contraparte a volver hacia la realidad.
