El informe de la Comisión Baker-Hamilton sobre las perspectivas de la política estadounidense en Irak ha sido el punto culminante del año 2006 en lo que respecta a las relaciones internacionales.
Que la campaña militar en el territorio iraquí ha fracasado, es un hecho reconocido actualmente, y con ello concluyen tanto la etapa de expansión democrática hacia el Asia como todo un ciclo de política exterior iniciado a raíz de los atentados del 11-S, con una marcada apuesta por el unilateralismo.
EE.UU. seguirá definiendo la agenda global de política exterior aunque, para promover sus intereses, tendrá que usar nuevamente diversas plazas de negociación e influencia de otras naciones. En lo que concierne a Occidente, en general, ya perdió las posiciones de liderazgo que había tenido una década atrás en diversas instituciones internacionales.
Esta crisis se manifiesta con especial relieve en el Consejo para los Derechos Humanos, nuevo organismo creado en el marco de la reforma de la ONU y que incluye a 12 representantes del África, 12 del Asia, 8 de Latinoamérica y apenas 7 de Europa Occidental y otras zonas del planeta.
La situación existente en la OMC es un tanto parecida. Por un lado, se trata de un organismo que realmente va adquiriendo envergadura global. Rusia podría ingresar el próximo año y algo más tarde pretenden incorporarse Ucrania, Kazajstán, Azerbaiyán y Argelia. EE.UU. ha anunciado ya que no volverá a vetar la admisión de Irán. Con todo, la ampliación de la OMC contribuye a acentuar las discrepancias internas. Los principales países emergentes - entre ellos, China, India, Brasil, México y República Sudafricana - han formado el Grupo de los Veinte y defienden actualmente una postura solidaria.
Las naciones industrializadas tienen cada vez menos oportunidades de usar en calidad de herramienta la liberalización del comercio. Es más: varias encuestas indican la creciente popularidad de las doctrinas proteccionistas justamente en estos países. Según Gallup, el avance de la globalización inspira simpatías a un 71% de los entrevistados en el África, un 52% en el Asia, un 28% en Europa Occidental, y un 26% en América del Norte.
Los países en proceso del desarrollo se resisten a ampliar el grado de su apertura política y se empeñan en defender la soberanía en esta materia aunque, al mismo tiempo, quisieran asegurarse en lo económico el libre acceso a los mercados industrializados. Rusia, por ejemplo, ataca abiertamente a las instituciones europeas y declara, por boca de su ministro de Exteriores, la posibilidad de abandonar la OSCE. A los dirigentes rusos les molesta, por un lado, que la OSCE se reserve el derecho de juzgar sobre la legitimidad de diversas elecciones en el espacio postsoviético, y por otro, que Europa ponga obstáculos ante la expansión del capital ruso hacia el mercado europeo.
En cuanto a los países industrializados, todo es al revés: les incomodan tanto la creciente penetración de las economías emergentes en sus mercados como los fallidos intentos de modernizar o adecuar a los estándares habituales los
