Una modesta proposición (contra el bullying)

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El bullying se ha convertido en un problema que afecta a los niños en las escuelas y en un quebradero de cabeza para las autoridades educativas y de gobierno en México.

“[…] habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas”

Jonathan Swift, “Una modesta proposición”

 

El bullying se ha convertido en un problema que afecta a los niños en las escuelas y en un quebradero de cabeza para las autoridades educativas y de gobierno en México (y en muchas otras partes del mundo). No es un problema nuevo, pero desde que se le nombra en inglés ha adquirido mayor connotación.

Hubo una época dorada en el magisterio cuando sólo había una regla: “la letra con sangre entra”. Luego se eliminó lo de la sangre, pero se mantuvo la regla, de madera preferentemente, como recurso pedagógico extremo. En cualquier caso, el maestro era el rey del salón hasta que una revolución silenciosa derribó a la monarquía e instauró la infantocracia y el acoso escolar comenzó a llamarse bullying y a convertirse en una pesadilla.

La solución al problema del bullying es, sin embargo, bien sencilla: que los niños no vayan a la escuela. Es una medida tajante, lo sé, pero que será del agrado de todos los chavales. Se verá que al anunciarles que ya no tendrán más clases saltarán de alegría, incluso ese chico retraído sentado al final del salón al que los demás avientan, divertidos, bolitas de papel. Aparte de que la eficacia está comprobada en otros escenarios. Desde que en 1963, Estados Unidos despoblara la prisión de Alcatraz, el índice de intentos de fugas y amotinamientos se redujo drásticamente.

En el caso de México, la medida tiene además un buen antecedente en los maestros de la Confederación Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que cuando se lo proponen se ausentan de las aulas sin que ello los afecte económicamente. De ahí que no haya motivos para pensar que la ausencia de niños en los salones de clase signifique una afectación docente para los pequeños, como podrían suponer algunos suspicaces.

Indirectamente, la medida serviría para que todos esos padres de familia (sobre todo las madres) que llegan tarde a sus trabajos por llevar a sus hijos a la escuela ya no tengan motivo para el retraso. Ese tiempo ganado lo podrán dedicar a ver su Facebook y a navegar por Internet sin tener que usar para tal fin las horas que emplean en trabajar. Ello supondría un notable impulso a la economía del país, por no hablar del alivio para el tránsito vehicular que significaría la no existencia de autos estacionados en doble fila a las afueras de las escuelas.

La medida aliviaría asimismo esa tensión soterrada que existe entre docentes y padres de familia. Los últimos creen que los maestros deben educar a sus hijos; los maestros, que los niños deben venir educados desde sus casas. Entre que si son peras o son manzanas, los niños y adolescentes quedan en tierra de nadie y se educan entre ellos mismos con no muy buenos resultados, sobre todo para las adolescentes, quienes descubren con embarazo que los niños no vienen de París sino que se maquilan en vientre propio.

Alejar a los niños de las aulas evitaría asimismo que la violencia entre ellos pueda ser derivada hacia los maestros. Si el salario es la medida del valor de una persona (“tanto tienes, tanto vales”, dice un conocido refrán), se debe evitar poner en riesgo a algunos de esos valiosos maestros que ganan más que el Presidente de la República. A éste se le puede cambiar por otro cada seis años, pero de dónde sacar un maestro que por tan sólo 193 mil 458 pesos al mes (el salario del presidente Enrique Peña Nieto) se arriesgue a dar clases. Aunque por ese salario, u otros más altos, como los que devengan unos 70 maestros mexicanos según análisis del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), vale la pena entrar a un aula y enfrentar las conductas disruptivas del alumnado y el riesgo de ser humillado.

En caso de que decida no aceptarse esta modesta proposición hay que acudir a un recurso de último extremo: si no los puedes vencer únete a ellos. Es evidente que el talento de esos chicos, con apoyo de las autoridades locales, puede rendir dividendos en un futuro quizás no muy lejano.

Por ejemplo: un niño que sufre bullying y lo esconde tan bien que ni padres ni maestros saben de su dolor es un político en ciernes por su capacidad para fingir, para decir una cosa y pensar y sentir realmente otra. Quien desde niño ve cómo su mundo interior se derrumba, pero convence a los demás de que todo está bien, no tendría dificultades para de adulto convencer a un país entero de que todo marcha bien aunque la realidad demuestre otra cosa. Quizás ello explique por qué en cuatro años, según reveló el diario mexicano “24 horas” en su edición del pasado 27 de mayo, el Poder Legislativo no ha aprobado cerca de una treintena de acuerdos presentados para combatir el bullying.

Por demás sería buena idea que en cada escuela existiera una cámara de video HD para que las grabaciones de peleas entre adolescentes no tengan que hacerse desde viejos teléfonos y que la pésima calidad de las mismas impida descubrir a un potencial campeón de boxeo como Julio César Chávez o a una estrella de la lucha como El Santo. Una buena cámara podría también revelar el talento para el cine de algunos de esos chicos o chicas que a la primera trompada sacan sus celulares no para alertar a alguien de la pelea sino para dejar constancia futura de ella. La posibilidad de un nuevo Tarantino y una nueva estética de la violencia está ahí latente; sólo hay que proveerla de medios para que eclosione.

Ya en última instancia, los fabricantes de móviles podrían incorporar una software de reconocimiento de peleas (como los hay de rostro y de voz) para que cuando alguien esté filmando una pelea entre adolescentes se genere automáticamente una llamada de alerta a un teléfono de emergencia (iFight, podría ser la aplicación de Apple). Pero, insisto, esto sólo en última instancia, porque si no las autoridades educativas y de gobierno en México van a pensar que el bullying se resuelve llevando al Ejército y la Marina a las escuelas en vez de con iniciativas pedagógicas incluyentes (maestros, padres de familia, niños y adolescentes) y leyes firmes y claras, leyes que no sean letra muerta que ya ni con sangre, la de esos inocentes fallecidos por ese flagelo, entren.

 

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