El multiculturalismo en Europa es un mito

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El multiculturalismo nació fuera de Europa. Canadá, Australia y EEUU llevan décadas aplicando con éxito este concepto. Pero es evidente que esto no funciona de una manera tan perfecta, teniendo en cuenta los problemas que afronta EEUU debido al crecimiento de su población hispanohablante.

El multiculturalismo nació fuera de Europa. Canadá, Australia y EEUU llevan décadas aplicando con éxito este concepto. Pero es evidente que esto no funciona de una manera tan perfecta, teniendo en cuenta los problemas que afronta EEUU debido al crecimiento de su población hispanohablante. La situación en estos países parece estable en comparación con lo que sucede en Europa.

Las últimas décadas vienen a demostrar como el multiculturalismo, la aparición en Europa de enclaves poblados fundamentalmente por minorías étnicas, desembocaron en conflictos de toda laya, de ahí que el expresidente de Francia, Nicolás Sarkozy; la canciller de Alemania, Angela Merkel; y el primer ministro británico, David Cameron, coincidieran en que “el multiculturalismo ha muerto”.

Dicha teoría ya había sido criticada en el pasado. El excanciller de la República Federal de Alemania (RFA), Helmut Schmidt, uno de los que ponían en duda la eficacia del modelo multicultural, expresó en 1992: “Si la República Federal de Alemania, Francia y Gran Bretaña fomentan la inmigración, la sociedad se irá degradando. Todo tiene sus límites. La existencia de la sociedad multicultural está justificada desde el punto de vista ético, pero no es aplicable en un país democrático donde cada uno actúa como quiere” (Die Zeit. 22.04.2004. Nr 18). Al cabo de una década, lejos de cambiar su opinión, Schmidt la consolidó aun más, afirmando en una entrevista al Die Zeit en 2004 que “la sociedad multicultural es una ilusión que alimentan los intelectuales”.

Parece que Suiza es el único ejemplo en Europa de una coexistencia armoniosa de diferentes culturas en el seno de una misma entidad política territorial. Pero en este caso se trata de una interculturización que lleva varios siglos.

Pero se impone este interrogante: ¿Cuál es la relación entre los conceptos “cultura" y “civilización” dentro del multiculturalismo? ¿Se trata de un conflicto entre las culturas o entre las civilizaciones?

Sin contestar a esta pregunta será imposible valorar el enfoque de aquellos representantes de la clase política europea que apuestan por una sociedad multicultural, insistiendo en que es el objetivo y no la herramienta del desarrollo del Estado.

Las civilizaciones emergen con el discurrir de la historia, reflejando las visiones que sobre la eternidad, la existencia etc. tienen diversas etnias. Paulatinamente, estas ideas se han venido trasformando en diferentes tipos de ordenamiento social incidiendo en los mismos hasta el día de hoy.
La esencia del conflicto radica en el enfrentamiento interreligioso, igual que en la época de las Cruzadas y la Reconquista. Las civilizaciones y culturas de dos tipos diferentes –la tradicional y la de la época postindustrial y globalizada- entran en colisión.

En la época postindustrial y posmoderna se gestaron nuevas ideas, conceptos y creencias impulsando una nueva cultura y civilización, opuesta a la tradicional europea.

Desarrollando el ideario del filósofo e historiador inglés Arnold J. Toynbee, el pensador religioso ruso Pável Florenski centró la atención en los orígenes de culturas y civilizaciones en su obra 'El culto y la cultura' destacando que son las creencias religiosas y el culto las que vertebran una civilización.
Cabe mencionar que el mundo islámico ha entrado en una etapa de movilización social, mientras los europeos atraviesan una fase de desavenencias entre los tradicionales valores cristianos, y los posmodernos. Por consiguiente, la cultura europea parece ser una apostasía e indiferencia espiritual. De todos modos, la conciencia europea está profundamente vinculada con el culto. Uno de los expertos contemporáneos en los problemas de la inmigración opina que “el Islam traza una frontera simbólica entre diferentes grupos étnicos de los países europeos, una frontera que va por encima de las demás”, así que las guerras entre culturas se trasforman en las guerras de identidades. El mundo cristiano veía de manera similar a los musulmanes en la Temprana Edad Media.

Hablar de identidades significa admitir la existencia de unas desavenencias profundas entre las civilizaciones. La gran cantidad de europeos opina que la actitud laxa de Europa hacia este problema significa la rendición de su propia cultura ante la invasión desde fuera.

El que ahora Bruselas se ocupe de la política de migración en Europa no hace más que complicar la situación. Según el Tratado de Lisboa (2007), la UE obtuvo el derecho para ejecutar los proyectos internacionales en el ámbito de la inmigración, lo que antes era un asunto de la jurisdicción nacional. El que la UE simpatice con las ideas de la globalización y los puntos de vista cosmopolitas podría agravar la confrontación que entraña el multiculturalismo. Esto también genera otro conflicto latente entre el Consejo Europeo y los países integrantes de la UE.

A diferencia de los europeos, los inmigrantes perciben Occidente a través de su cultura, pero ocurre que detestan y renuncian a entender esta nueva manera de ser, que es la europea. Así las cosas, es fácil dejarse llevar por la tentación de identificar a los tradicionalistas europeos con los musulmanes.

Según el politólogo ruso Vladimir Malájov, “la presencia de musulmanes en Europa Occidental provocó la aparición de varias alianzas y, al mismo tiempo, discrepancias ideológicas. Resultó que la disociación en el ámbito de los valores se debe a la secularización europea y a la cultura que ello engendró. La religión y los valores espirituales se extinguieron en la cultura materialista y consumista. Por lo tanto, surge la polémica entre consumistas y hedonistas, por un lado, y los religiosos, por otro. Precisamente por eso, los portavoces del Vaticano se refirieron a los musulmanes como a sus aliados en defensa de los valores espirituales".

Sin embargo, todo se limitó a declaraciones verbales, sin que haya una base sólida para formar semejantes alianzas a largo plazo.

Para los inmigrantes, la capitulación de la Europa cristiana frente a la Nueva Europa significa la renuncia a seguir siendo el gran continente monoteísta, un retorno al pasado pagano, la secularización irreversible. Ya que la política, la vida cotidiana y la legislación son inseparables de la religión y del sagrado libro del Corán, la secularización de la sociedad europea es una traición a Dios.

Resumiendo, uno es traidor y el otro es un invasor.

Precisamente por eso al agudizarse las disputas en torno a la inmigración en Alemania, el primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, instó a la comunidad turca no buscar aliados sino defender su identidad pase lo que pase, sin mezclarse con los alemanes.

Un amigo mío, que es una persona culta y profesa el Islam, en cierta ocasión explicó su descontento: “Todo el mundo les imputa a los musulmanes el colaboracionismo durante la Segunda Guerra Mundial para justificar las deportaciones forzadas, como si hubiera pocos rusos o ucranios que se pasaron al bando enemigo. Pero durante la Primera Guerra Mundial las unidades turcomanas y tártaras y la llamada “división salvaje”, formada por montañeros del Cáucaso,  fueron los guerreros más valientes y fieles al zar.” “¿Y por qué?”, le pregunté. “Porque en aquel entonces combatían “por la fe, por el zar y por la patria,” me respondió. “Pero cada uno interpretaba la palabra 'fe' a su manera, respetando las convicciones de los demás.  El respeto mutuo fue el pilar de la paz interconfesional. En la URSS la fe fue sustituida por la ideología soviética, y con la desintegración de la URSS todo se desvaneció”.

El colapso de multiculturalismo en Europa plantea la palpitante cuestión de los principios y valores liberales. Si este modelo es ineficaz en la sociedad democrática, resulta dudoso que el liberalismo cuadre con todas las culturas y las identidades en cualquier parte del mundo. No existe ninguna ley universal de atracción y repulsión entre las civilizaciones. Es cierto que cuanto más vinculado esté uno a su cultura, más respeto gana entre los que profesan otra confesión o pertenecen a otras culturas.

Arnold J. Toynbee, en su 'Estudio de la historia', escribió: “Un cisma en el alma refleja un cisma en la sociedad… Una alternativa eficaz al ensimismamiento pasivo es un riguroso control sobre su propio estado anímico”.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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