La vida de los sirios en campos de refugiados en Turquía

© RIA Novosti . Aliona PalázhchenkoLa vida de los sirios en campos de refugiados en Turquía
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Más de 200.000 refugiados sirios han encontrado cobijo en los campamentos situados en la vecina Turquía, que les ha abierto las puertas de sus provincias sudorientales.

Más de 200.000 refugiados sirios han encontrado cobijo en los campamentos situados en la vecina Turquía, que les ha abierto las puertas de sus provincias sudorientales.

Las autoridades turcas montaron 14 campamentos de refugiados, un centro de alojamiento temporal y seis campos hechos con contenedores. Sin embargo, la información que llega desde la zona es sumamente contradictoria.

Según los datos oficiales, los sirios disponen allí de todo tipo de facilidades: comida, bebida, ropa, calzado e incluso reciben educación escolar. Sin embargo, ese cuadro idílico no encaja con las noticias que aparecen periódicamente sobre los abusos de los soldados turcos respecto a los refugiados sirios o sobre los frecuentes incendios, algunos de los cuales acaban con víctimas mortales. En marzo en uno de los campamentos hubo disturbios que fueron sofocados por la policía.

Un campamento de refugiados por $us 25 millones

El sudeste de Turquía, en cuya provincia de Sanliurfa se halla el campamento de contenedores de Harran, es prácticamente una zona desértica, en la que en julio y agosto la temperatura puede alcanzar los 50 grados. La entrada al campamento está protegida con vallas de seguridad y guardada por militares turcos. Hay que pasar un control de metales e identificarse con una tarjeta que tienen todos los habitantes del campamento.

El campamento es como una pequeña ciudad bien ordenada con sus barrios, plazas y edificios de servicios sociales. En las calles se ve poca gente: todos se esconden del calor insoportable.

“Nuestro campamento empezó a recibir refugiados en enero de 2013. Nadie puede llegar aquí por sus propios medios: el departamento de emergencias nos envía la gente en autobuses y nosotros los recibimos. Son personas que, en general, no tienen documentos. No sabemos nada de ellos: quiénes son, cuál es su nacionalidad, de dónde vienen, a qué grupo pertenecen, a quién apoyan. El refugiado nos dice que se llama Ali y que nació en tal sitio en tal año. Y así lo apuntamos en su tarjeta. En realidad, no nos importa demasiado si sus palabras corresponden o no a la realidad”, comenta uno de los empleados turcos de nombre Hussein. Ahora viven en el campamento 13.000 personas, a pesar de que tiene capacidad para sólo 10.000.

Por ello, es poco probable que admitan más refugiados en este campamento. El Gobierno turco gasta cada mes 5 millones de liras turcas (2,5 millones de dólares) en su mantenimiento. La construcción del emplazamiento supuso para el tesoro turco un desembolso de 25 millones de dólares. Cada habitante del campamento tiene dos tarjetas: la de identidad, que da derecho a recibir 10 dólares al mes de las autoridades locales de Urfa; y la cartilla de alimentos que da derecho a 40 dólares a cargo del Gobierno turco.

En cada casa-contenedor habita una familia que dispone de dos habitaciones, cocina, ducha y retrete. El agua se calienta con un calentador y las casas tienen ventilador y una mininevera.

Los refugiados compran por su cuenta los televisores. Antes había unos comedores colectivos, pero ahora cada familia prepara su comida en casa. “Nuestros huéspedes se quejaban de que no se les daba la comida que deseaban: por ejemplo, en el menú estaba prevista la miel para desayunar cada día, pero ellos querían mermelada. Por eso se decidió que era mejor darles dinero para que ellos mismos se compren la comida y que luego preparen lo que quieran. En nuestras tiendas se pueden encontrar productos sirios a los que están acostumbrados, así que no hay ningún problema con la alimentación”, explica Hussein.

Los alimentos, medicamentos, tejidos, etc. llegan al campamento principalmente gracias a la Media Luna Roja; parte de estos productos los elaboran y los venden los propios habitantes del campamento. De vez en cuando llega también ayuda humanitaria con objetos de primera necesidad. Los refugiados pueden salir sin problemas del campamento: sólo tienen que pedir un permiso y regresar antes de las ocho de la tarde. Muchos piden permisos más largos, de dos o tres días, se van a la ciudad y se ganan algún dinero trabajando de camareros o en la construcción.

Los refugiados necesitan ayuda psicológica

Entramos en un centro médico de dos plantas que recuerda mucho a los centros de salud de las provincias rusas: paredes blancas, un mostrador, y salas donde se atiende a los pacientes, a lo largo de las paredes hay personas sentadas esperando. Están vestidas con trajes típicos de la zona. Los facultativos son refugiados sirios con formación médica. Según los turcos, es más fácil para los pacientes comunicarse con los médicos en su propia lengua.

El trabajo de los doctores es voluntario y no cobran ningún sueldo. “Soy de la ciudad de Deir ez-Zor –dice el cirujano sirio Saad Fandi-. Salimos huyendo de allí cuando empezaron los bombardeos. En cuatro días recorrí con mis hijos 250 kilómetros y, con la ayuda de unos amigos, logré llegar a Turquía. Espero que la guerra termine pronto y pueda volver a casa”. Según sus palabras, los refugiados sirios no pagan nada por el tratamiento médico y las medicinas no faltan. “Los problemas más graves están relacionados con las enfermedades mentales. Después de la guerra hay mucha gente necesitada de rehabilitación psicológica. El resto de enfermedades son un poco las mismas que en cualquier otro sitio”, comenta.

De forma voluntaria trabajan también los maestros de las escuelas del campamento: primaria, secundaria e instituto. En ellas estudian 4700 alumnos y trabajan 300 profesores (todos sirios). Las escuelas no son muy grandes por lo que es necesario hacer dos turnos.
Los sirios son hospitalarios y apacibles. Las mujeres evitan típicamente las cámaras, pero les gusta sonreír y muestran interés por las personas que no conocen. Los hombres enseguida se acercan y preguntan de dónde somos. Su primera reacción es de recelo pero rápidamente se animan a hablar: “¿Por qué Rusia apoya a Asad? Nosotros hemos tenido que huir de él”, dicen los sirios.

“¿A qué os dedicáis?, pregunta la corresponsal de RIA Novosti.  “Somos gente normal: profesores, médicos, ingenieros…”, responden. “¿Cómo os gustaría que fuera la Siria del futuro?”, continúa la corresponsal. Pero los refugiados se sienten incómodos y retroceden. Uno de ellos dice algo en voz baja al traductor, sin mirarme.

“Dice: tienen miedo de que les vean por la televisión o lean algo sobre ellos en Internet y que luego les puedan encontrar y sufrir represalias. Están muy asustados”, explica el traductor.

En qué ocupan el tiempo los habitantes del campo

Los sirios tienen organizados ocho equipos de voluntarios que se ocupan del orden en el campamento, hacen labores de construcción, ayudan a los minusválidos, y organizan actividades de ocio y deporte y servicios religiosos. Hay un grupo cuyos miembros se ocupan de resolver las cuestiones de trabajo con las autoridades turcas del campo.

Hay también áreas para actividades sociales, en los que se dan diferentes cursos de forma separada para hombres y mujeres. Las mujeres tejen alfombras en una sala equipada con telares; también cosen ropa para sí y para la venta. Los hombres pintan cuadros o se forman en cursos de peluquería. En la sala de Internet se puede usar por horas el ordenador. En el área del campamento hay dos mezquitas.

“Ahora es el Ramadán y hace mucho calor. Pero en cuanto llega la noche esto parece Istiklal (la calle más concurrida de Estambul): todos salen a la calle, pasean, fuman en pipa, beben té, los niños juegan. Hay un campo de fútbol y también canchas de baloncesto y voleibol. Para ser sinceros, aquí se dan unas condiciones que no se pueden encontrar en todos los sitios en Turquía”, dice Hussein.

“¿Y si les gusta y quieren quedarse?”, pregunta la corresponsal de RIA Novosti. “No tienen el estatus oficial de refugiados. Es como si fueran invitados a nuestro país. Todos dicen que quieren volver a casa. Esperemos que más tarde o más temprano vuelvan a Siria. Todos estamos esperándolo”, responde Hussein.

Las relaciones entre turcos y sirios son buenas. Hemos podido ver apacibles conversaciones de los refugiados con los encargados turcos del campo, paseos de parejas cogidas del brazo e incluso besos en la mejilla. Incluso si el número de refugiados sólo en la ciudad de Urfa ha alcanzado los 100.000 (oficialmente hay 20.000), lo cierto es que no hay grandes problemas étnicos: de hecho, se trata de lugares en los que históricamente ha habido no sólo turcos sino también árabes y kurdos.

Lo que sí es cierto es que los niveles de criminalidad parecen haber aumentado en la ciudad. Y es algo que se relaciona con la llegada de los refugiados. “Sí, desde luego, no es muy agradable –dicen los habitantes de la ciudad refiriéndose a la ola de refugiados llegados del país vecino-. Turquía tiene que gastar en esto grandes cantidades de dinero. Y no es que no lo entendamos: tienen una guerra, es una tragedia… Ojalá volviera la paz cuanto antes a Siria. Nosotros nos beneficiábamos del comercio con el otro lado de la frontera: y ahora está todo parado. No vemos la hora de poder volver a entrar en Siria”.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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