Rusia debe definir su política respecto a Asia Central

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En Rusia suelen citar al politólogo estadounidense Zbigniew Brzeziński quien dijo en los 1990 que Rusia seguiría siendo un imperio sólo a condición de que Ucrania permaneciera en la zona de su influencia.

En Rusia suelen citar al politólogo estadounidense Zbigniew Brzeziński quien dijo en los 1990 que Rusia seguiría siendo un imperio sólo a condición de que Ucrania permaneciera en la zona de su influencia.

Esta opinión sirve de argumento en diferentes debates, tanto a favor de la expansión de Rusia, como en contra de ésta. Pasados más de dos decenios desde el colapso  de la URSS, la situación con Ucrania sigue incierta. Y la relevancia de Rusia como de un imperio se determina ahora en otra parte del mundo, Asia Central.  

Cuando en 1991 los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia firmaron el Tratado de Belavezha sobre la disolución de la URSS, a los dirigentes de las repúblicas de Asia Central no les preguntó sobre su opinión nadie.  Después, en la historia de estos Estados hubo muchos eventos dramáticos: desde guerras civiles y golpes de Estado, como en Tayikistán y Kirguizistán, hasta el establecimiento del despotismo de corte oriental, como en Turkmenistán. Sin embargo, se consideró siempre, sin ponerlo en duda alguna, que dichos países se encontraban en la esfera de la influencia e intereses de Moscú.

Además, nadie pretendía sustituir Rusia como patrón geopolítico. Los Estados, por supuesto, aspiraban a diversificar sus relaciones, pero Rusia siempre ha sido su socio constante. Tanto más que el principal interés internacional hacia la región estaba relacionado con los recursos minerales y vías de su transportación, en lo que siempre ha estribado la estrategia de la política externa de Moscú.

Sin embargo, en 2010 Rusia desaprovechó la oportunidad (ideal, en opinión de todos) de asegurar su protagonismo en Asia Central cuando se abstuvo de intervenir en los desórdenes en el sur de Kirguizistán. El proyecto de la Unión Aduanera, desarrollado a partir de 2009, que en 2015 ha de convertirse en la Unión Económica Euroasiática, en primer lugar está enfocado en Ucrania y no en Eurasia, como sugiere su nombre. En fin, en Rusia, y sobre todo en ciudades grandes, no dejan de sonar las propuestas de aislarse de los vecinos centroasiáticos, introduciendo límites para la migración laboral, como la restricción respecto a las cuotas e introducción de visados. El tema de migrantes, típico para la mayoría de países europeos, incrementa su peso político en Rusia, y el blanco principal son los migrantes de las ex repúblicas soviéticas de Asia Central. Lo explotan no solo los representantes de la oposición espontánea, como los nacionalistas, sino también los funcionarios de alto rango, como el alcalde de Moscú Serguéi Sobianin y viceprimer ministro Dmitri Rogozin. A propósito, este tema figura como prioritario en los programas de casi todos los candidatos para la alcaldía de Moscú donde se desenvuelve ahora la campaña electoral para las elecciones del 8 de septiembre.

La motivación interna es obvia. En condiciones de movimientos migratorios globales que representan un problema para todo el mundo desarrollado, la búsqueda de identidad no soviética de Rusia sabe a proteccionismo que a veces adquiere los rasgos de xenofobia.

La inseguridad de una parte de la población en el futuro hace que a los recién llegados se les pone la culpa, ya que son el signo más evidente de los cambios. Mientras tanto, la motivación externa también es entendible. Las ambiciones imperiales poco a poco se esfuman y la aspiración de devolver lo perdido, típica para la primera fase de la descomposición del país grande, cede ante el sentido común que hace reflexionar si vale la pena perseguir este objetivo, y a qué precio.

La política respecto a Asia Central será el indicador de cómo ve ahora Rusia su papel político. Los países se encuentran al umbral de transformaciones fundamentales: las consecuencias del inminente cambio de generaciones gobernantes en Uzbekistán y Tayikistán son impredecibles (Kazajstán también podría encontrarse en esta fila, pero es un país de otro calibre, algo más estable). El riesgo de propagación de inestabilidad  del vecino Afganistán a partir del año 2014 es muy grande. Moscú tendrá que determinar si está dispuesta, teniendo en cuenta los ánimos dentro del país, asumir la responsabilidad por esta parte de la ex URSS, o si la zona de sus intereses vitales se limita a Kazajstán.

No existe una respuesta correcta, cualquier decisión puede acarrear consecuencias fatales y peligros. Rusia se irá de Asia Central sin ser sustituida por alguna potencia grande, perdiendo su papel regulador externo, los países se quedarán a solas en condiciones de la creciente inestabilidad externa e interna. No es posible poner una cerca y olvidarse de los pueblos ex hermanos: los vínculos son muy estrechos, los contactos humanos son numerosos, y son muchos los oriundos de esta zona en Rusia. Intervenir en calidad de un imperio es imposible: la población no lo quiere, además, a juzgar por la experiencia estadounidense, las intervenciones no permiten alcanzar nada. La idea del Director del Servicio Federal de Control de Drogas (FSKN), Víctor Ivanov, de instituir corporaciones estatales para Asia Central a fin de impulsar el desarrollo de estas repúblicas y reducir los flujos de migrantes a Rusia, por muy extravagante que  suene, parece razonable. Rusia necesita encontrar la forma de mejorar la situación allí sin implicación directa. Esta tarea será una prueba de madurez para Rusia como potencia regional de un tipo nuevo, postimperial.

*Fiodor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa. Director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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