El mundo necesita un acuerdo sobre emisión de gases

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En la arena internacional ha estallado un combate ecológico muy curioso. La Unión Europea y Estados Unidos se proponen aplicar las limitaciones del Protocolo de Montreal, diseñado para proteger la capa de ozono de los gases que la han salvado de la degradación.

En la arena internacional ha estallado un combate ecológico muy curioso. La Unión Europea y Estados Unidos se proponen aplicar las limitaciones del Protocolo de Montreal, diseñado para proteger la capa de ozono de los gases que la han salvado de la degradación.

La llegada de los clorofluorocarburos

Todo gira alrededor de los clorofluorocarburos, sustancias orgánicas usadas para la refrigeración en las neveras y los aparatos de aire acondicionado y para la fabricación de aerosoles. A principios de los setenta, los expertos descubrieron que al escapar de estos aparatos los gases en cuestión acababan en la atmósfera, donde bajo el efecto de la luz ultravioleta se desintegraban. Los componentes que se liberaban afectaban a la capa de ozono del planeta.

Transcurrieron diez años más y los científicos percibieron sobre la Antártida un fenómeno que no tardó en recibir el alarmante nombre del “agujero de ozono”. El mundo quedó tan impactado que tan sólo un año y medio después se adoptaría el Protocolo de Montreal, al tiempo que se empezó a evitar en la medida de lo posible el uso de gases nocivos.

Fueron sustituidos por algo conocido como hidrofluorocarburos. Sin embargo, la solución tuvo su doble cara: los gases producían efecto invernadero. Ya es otro campo, el de los cambios climáticos, pero China, EEUU y la UE proponen ampliar a estos últimos gases las limitaciones del Protocolo de Montreal.

Eligiendo entre gases y gases

La situación es muy curiosa: por así decirlo, no hay en el mundo dos cosas menos parecidas que los efectos de la aplicación de los protocolos de Kioto y Montreal. En el primer caso los peligros por el incumplimiento de las condiciones del documento a día de hoy son hipotéticos, pero la segunda normativa en su momento ya ha puesto en jaque a la industria soviética.

El Protocolo de Montreal que celebró recientemente los 25 años desde el momento de su firma es considerado, y con todo derecho, el acuerdo más eficiente en la esfera de la ecología, mientras que el Protocolo de Kioto ha aguantado a duras penas unos 15 años y parece más muerto que vivo.

De modo que es comprensible por qué se intenta aprovechar el Protocolo de Montreal para la lucha contra los hidrofluorocarburos. La fuerza de estas sustancias supera la de CO2 miles de veces y permanecen en la atmósfera durante mucho tiempo. Además, a diferencia del CO2, las fuentes del escape de hidrofluorocarburos no son difíciles de detectar. Existen sustancias que los podrían sustituir y, si se obra con determinación, los resultados de la jugada no se harían esperar. El éxito estaría al alcance de la mano, si no fuera por dos problemas.

El primero consiste en la necesidad de explicar a los electores y los contribuyentes la necesidad de volver a sustituir a los sustitutos de las sustancias que dañan la capa de ozono. La gente podría sentirse engañada. Los nuevos sustitutos lógicamente son más costosos, las técnicas para producirlos están patentadas y, según señalan muchos, son bastante más inflamables. Y, como último argumento, se podría decir que el Protocolo de Montreal se refiere a sustancias que agotan la capa de ozono, mientras que los hidrofluorocarburos no presentan ningún peligro para la capa de ozono del planeta. El segundo problema es algo diferente: dado que nadie permitirá que exista doble regulación, lo más probable es que los hidrofluorocarburos acaben abandonando la competencia de la esfera de cambios climáticos.

Las experiencias demuestran que no cuesta trabajo sacar un determinado asunto de la esfera de la regulación, para darse cuenta más tarde de que el problema ya no le interesa a nadie. Fue lo que ocurrió con los escapes de los aviones y buques de carga que fueron transferidos en 1997 a la Organización de Aviación Civil Internacional y a la Organización Marítima Internacional. La situación, como bien puede verse, en estos 15 años no cambió ni un ápice. De modo que, si los gases en cuestión representan un asunto tan importante, sería aconsejable no perderlos de vista.

Por otra parte, todo parece indicar que el planteamiento no tendrá resultado aparente. El Protocolo de Montreal supone demasiadas limitaciones para que Rusia apoye las enmiendas que introduzcan unas normas todavía más estrictas. Algunos representantes de los círculos empresariales rusos han anunciado expresamente que se opondrán por todos medios a la ampliación en los hidrofluorocarburos de los postulados del Protocolo de Montreal.

La historia sólo acaba de empezar, pero ya queda claro que el enfrentamiento de dos fuerzas con mucho potencial es inevitable. En un bando estarán Estados Unidos y China que buscan camuflar de esta forma su inacción en el frente climático y la UE. En el otro, todos los países que se muestran descontentos con todo, empezando por la tendencia general y acabando por los detalles. El resultado del combate dependerá de la correlación de fuerzas.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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