Frank Fernández: "A Rusia y a Cuba las unen la sangre y el espíritu"

© Foto : Cortesía de la Embajada de la Federación Rusa en La Habana, CubaFrank Fernández, pianista y compositor cubano
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Frank Fernández, pianista y compositor cubano, habla de sus deudas y gratitudes con Rusia.

Las más importantes salas de concierto del mundo se han rendido ante el prodigio de sus manos; más de doscientos premios internacionales ha recibido en su larga e intensa carrera. Pero para el músico cubano Frank Fernández hay pocos reconocimientos de más valor que la Medalla Alexander Pushkin. Y no sólo por tratarse de la más alta condecoración cultural, otorgada por el propio presidente de la Federación Rusa, sino porque Frank no sería hoy quien es, sin Moscú.

"Poeta del teclado, ser tocado por la divinidad, un verdadero monstruo de la interpretación del piano", son solo algunos de los miles de elogios que ha recibido a lo largo de su carrera artística. Cumplidos los setenta, a fuerza de talento y voluntad, Frank ha conseguido sobreponerse a imposibles y lograr casi todo lo que se ha propuesto. Sputnik Mundo tuvo la ocasión de conversar en exclusiva con el maestro.

© Foto : Cortesía de la Embajada de la Federación Rusa en La Habana, CubaFrank Fernández, pianista y compositor cubano (en el centro)
Frank Fernández, pianista y compositor cubano (en el centro) - Sputnik Mundo
Frank Fernández, pianista y compositor cubano (en el centro)

¿Cómo ha sido posible llegar de un pequeño pueblo cubano como Mayarí hasta los grandes escenarios?

A pesar de su lejanía, Mayarí era un pequeño foco cultural por el que pasaron los grandes músicos cubanos. Yo empiezo a tocar el piano a los cuatro años, de oído. Todos los domingos había un pequeño concierto de Bebito que era el apodo que me decían, en la colonia española o en el liceo. Mi madre era la fundadora de la Academia de Música y una profunda amante de Rachmaninov, de Liszt, de Chopin, de Beethoven. Ella me empieza a dar clases hasta que fallece cuando tenía solo seis años. Esa tragedia ha sido el motor impulsor. Lo que soy, es quizás el homenaje que le he hecho a mi madre, porque ella antes de morir me dijo, "hijo, tú tienes talento, no abandones nunca el piano". Cuando uno está motivado por un compromiso así, uno saca fuerzas de lo más profundo para saltar todos los "no" que se te interponen.

Llego muy joven a La Habana y me mezclo en el ambiente de la música popular que más que una forma de vida se convierte en una nueva escuela. Allí acompaño a Elena Bourke, conozco y toco para Ernesto Lecuona, Bola de Nieve y César Portillo de la Luz y otros grandes músicos cubanos. Con 15 años ganaba mucho dinero y tenía cierta fama, pero yo quería llegar a los centros cúspides de la música, el Conservatorio Tchaikovski de Moscú entre ellos. A pesar de que yo no tenía ni piano, gané el primer premio en el concurso de la Unión de Escritores y Artistas, UNEAC. Allí me ve el maestro Víktor Merzhanov y me dice, "Si va a Moscú, en mi clase tiene un puesto".

Hablemos de Moscú entonces. ¿Qué papel le confiere usted a su formación en el Conservatorio Chaikovski, qué recuerdos tiene de esa época?

En 1966, fui el primer becado de piano que llega a la URSS después del triunfo de la Revolución. Moscú me aportó la consciencia de la perfección, que aunque no existe, como decía mi maestro hay que buscarla constantemente. Ese principio de rigor académico, de fidelidad a la partitura, de desarrollo del gran virtuosismo del piano, me lo dio la más fuerte escuela de desarrollo pianístico del mundo.

El día que llegué a Moscú lo primero que hice fue ir a la entrada del conservatorio. Apenas vi la estatua de Chaikovski, miré afuera y vi los copos caer. Nunca había visto la nieve y esa fue de las emociones más grandes de mi vida.

El conservatorio me impresionó. Un edificio enorme de cinco pisos lleno de músicos. Tú sientes una trompeta, una tuba, un violín, un piano por doquier. Me hacía pensar, ¿podré yo, nacido en Mayarí, en una islita pequeña, con esto?

Me asombra la limpieza de las calles de Moscú, el amor a las tradiciones, el respeto por los músicos. Una vez monté en un trolebús y una señora mayor empezó a conversar conmigo y me preguntó de donde era y que hacía y cuando le respondí que era alumno del Tchaikovski, la señora se levantó para darme el asiento. Los rusos viven orgullosos de sus músicos, hasta un taxista te habla de Tchaikovski y Prokofiev.

Me impresionó también la solidaridad y el desprendimiento. Recuerdo ir a comprar una lata de leche y encontrar un cartel que decía: "hoy tenemos dificultades porque estamos mandando leche al pueblo de Vietnam y al pueblo de Cuba". Yo creo en la generosidad del pueblo ruso.

Usted siempre se ha mantenido vinculado a Rusia. Entre tantos premios, ¿qué significa ahora la medalla Pushkin?

Siempre he sido un activo promotor de la amistad, incluso en esos doce años de cierto alejamiento, tras la caída de la URSS, logré que vinieran importantes músicos a Cuba, entre ellos el Coro del Kremlin, mi maestro Merzhanov, y fui yo también a tocar allá, en más de veinte ocasiones; no importaba si los honorarios eran más o menos altos. Con pequeñas demostraciones de cariño, yo mantuve algo que los rusos consideraron luego trascendente y por eso soy el primer intelectual cubano que recibe la medalla del poeta nacional de Rusia. A pesar de que nunca he trabajado para premios, a pesar de que cada día me doy más cuenta de que no son el verdadero estímulo aunque sí son muy agradables, estos dos premios recientes, el de la Sociedad José Martí en Cuba y el Pushkin en Rusia, son para mí un verdadero orgullo.

Cuando me entregaron la medalla, dije que a nosotros con Rusia nos unen mucho más que coincidencias políticas, nos une la sangre, el espíritu. Aunque parezca exagerado, el pueblo ruso tiene muchas similitudes con el cubano, porque es un pueblo patriota, valiente, culto, muy fuerte pero siempre tierno con la gente que los quiere.

Tras toda una vida de éxitos, ¿cuál es el secreto de Frank Fernández para hacer llorar de emoción y poner de pie al público dondequiera que va?

Una de mis mayores emociones fue cuando me pidieron Rachmáninov en la gran sala del Conservatorio Chaikovski. Bailar en casa del trompo, como decimos los cubanos, es muy difícil. Son momentos no sólo inolvidables sino incomparables. Solamente es posible llegar a las grandes masas cuando uno se reconoce a sí mismo, cuando uno es auténtico. Creo que la contraseña fundamental de que te acepten en Berlín tocando Schumann y Beethoven, que te acepten en Polonia con Chopin, en Rusia con Rajmáninov y Tchaikovski y en Cuba con Lecuona y Cervantes, es porque he sido y sigo tratando de ser cada día más cubano.

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