La acusan de un “delito de responsabilidad fiscal”. En otras palabras, de haber maquillado las cuentas públicas para equilibrar los balances presupuestarios pidiendo dinero a grandes bancos públicos. No es la primera vez que un jefe del Estado hace ese tipo de maniobras fiscales irregulares. Antes no tuvo tantas consecuencias.
El proceso de 'impeachment' o destitución presidencial ha sido dudoso y muy discutible, ha estado lleno de irregularidades y ha sido conducido por personajes acusados de corrupción. Todos los ingredientes necesarios para provocar una protesta internacional, especialmente de los países vecinos, muy preocupados por la situación convulsa que se vive en Brasil.
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En otro contexto más favorable, Dilma se habría salvado de la quema porque la acusación contra ella no se fundamenta en un caso de soborno o de cohecho, dos delitos mucho más graves que el esgrimido por los legisladores. De hecho, ella ha salido indemne en el principal escándalo de corrupción y lavado de dinero, conocido como Operación Lava Jato, dirigido por el juez federal Sergio Moro, al que ya le han dedicado un libro que se vende con el subtítulo: ‘El hombre detrás de la operación que cambió a Brasil’.
Moro admite que se ha inspirado en el juez italiano Antonio Di Pietro, famoso por descubrir en 1992, gracias al proceso judicial Manos Limpias, una extensa red de corrupción que implicaba a todos los principales grupos políticos del momento y a diversos grupos empresariales e industriales. ¿Les suena? Parece correcto, pero resulta que Moro ha intervenido en momentos muy calculados y de una forma milimétrica y casi maquiavélica. Como cuando difundió a la prensa unas comprometedoras escuchas telefónicas entre Dilma y su mentor, el expresidente Lula da Silva.
En general, la Justicia ha tenido un papel muy activo en la crisis y no siempre ha puesto el suficiente orden en la casa.
¿Y ahora qué va a ocurrir? "La crisis no se va a resolver porque se vote a favor del impeachment", sostiene Luis Tejero, un avezado consultor político español que trabaja en Río de Janeiro. Efectivamente, el proceso de destitución solo va a servir para dejar abiertas profundas heridas sociales y para polarizar aún más si cabe la sociedad.
Brasil se asoma al abismo, sumergido en una inaudita recesión económica, la peor desde 1930, y ante el riesgo real de una ruptura democrática. Parece una tormenta perfecta, a la que se suma la compleja situación provocada por el brote del virus Zika.
El 'blitzkrieg' político de la derecha se ha consumado. Su ansia de revancha se ha saciado. Y en este momento amenaza con desmantelar importantes avances conseguidos en estos años. Los conservadores perdieron las cuatro elecciones precedentes y ahora han tomado un atajo avivado por el pésimo contexto financiero y por los errores de gestión cometidos por el Partido de los Trabajadores (PT).
El cambio de gobierno hace presagiar ajustes draconianos y leyes de corte antisocial. Temer tiene tendencias liberales. Su partido —el PMDB— carece de ideología concreta y se mueve por puro oportunismo político. Solo así se entiende que antes apoyara a petistas y comunistas, y que ahora encabece un gabinete conservador con ministros de extrema derecha. Dentro de la Cámara de Diputados, el nuevo Ejecutivo posee –y necesita– el apoyo de la llamada Bancada BBB —Buey, Biblia y Bala—, que aglutina los intereses de terratenientes, evangelistas y quienes promueven la liberación de las armas de fuego, es decir, grupos nada progresistas.
El serio deterioro institucional está teniendo, además, efectos perniciosos en el plano internacional. El viciado proceso de destitución de Dilma ha provocado una profunda inquietud en toda América Latina, donde aumentan las voces que hablan de la necesidad de activar la cláusula democrática de Mercosur y expulsar así a Brasil de ese foro regional por haber quebrado los códigos mutuos de democracia. Ya se hizo en Paraguay hace cuatro años, cuando el Parlamento destituyó al presidente Fernando Lugo en un controvertido juicio político.
Es tiempo de catarsis. El PT debería reconocer que Dilma Rousseff no dirigió el país con la suficiente eficacia. Para ganar los comicios de 2018 —si no se convocan antes—, el partido de Lula tendrá que corregir los errores que facilitaron la posibilidad de que la derecha vuelva a ser la protagonista fundamental de la vida política brasileña.
"Para Lula, ha comenzado ya la campaña electoral, aunque quizás no se presente porque está desgastado de salud", pronostica Tejero.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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