Al viajar por las carreteras colombianas a finales de diciembre, se puede observar en la entrada de cada casa o finca un muñeco hecho de trapos, colgado en las puertas o en los alambrados, que es quemado a las doce de la noche, para que se lleve todas las cosas malas del año que termina.
En distintos lugares, el año viejo semeja políticos o personalidades públicas, como en el caso de Harvey, en otros casos su quema se acompaña de la lectura de un testamento, donde el “difunto” cuenta anécdotas de los vecinos de la comunidad que elaboró el muñeco.
Elaborado con ropa vieja, cartón, papel, paja o aserrín, su quema es un ritual de purificación. Antes era común que el muñeco estuviera relleno de pólvora y fuegos artificiales, que estallaban a la media noche.
Sin embargo, la tradición se ha ido perdiendo, por la prohibición del uso de pólvora, por el creciente peso de las ciudades sobre el campo, y porque cada vez más gente vive en grandes edificios.
De cualquier manera, la costumbre se las ingenia para perdurar: en Colombia, se empezaron a fabricar pequeños muñecos de año viejo, en versión miniatura.
Catalina Daguer, una diseñadora que empezó a hacer los muñequitos para revivir la tradición, ha visto florecer su negocio, y envía cada vez más muñecos a clientes de distintas ciudades del país. “Aquí en las ciudades ya es muy difícil porque uno se aísla cada vez un poco más de los vecinos y los familiares y está más encerrado. Se vio esa necesidad y se creó un muñequito pequeño con todo lo necesario para que no faltara nada y que el 31 a la media noche se pudiera revivir la tradición del muñeco de año viejo”, relató al periódico El Heraldo de Barranquilla en 2013.
Estos “añitos viejos” no serán los de antes, pero mantienen en los hogares esta costumbre para despedir los malos recuerdos del año que se va, y recibir con los mejores augurios el año que viene.